Nos ha ido
sorprendiendo Ben Affleck últimamente. Primero con una actuación plena de
matices en Hollywoodland, interpretando a un actor que, a pesar de su
fama, nunca consigue lo que desea: ser tomado en serio, conseguir prestigio
entre los suyos, salir del personaje infantil de Superman. Se podía alegar
cierta identificación por parte de Affleck con el rol, pero la melancolía y
oscuridad que brindaba en su desempeño estaban fuera de discusión. Ahora
debuta en la dirección con un film que combina en partes iguales la ambición
con la sutileza.
Desapareció una noche cuenta la
historia de un investigador privado encarnado por Casey Affleck (hermano de
Ben), quien junto a su pareja (Michelle Monaghan) son contratados por la
familia de una niña que ha desaparecido misteriosamente. Deben trabajar en
conjunto con otra pareja de detectives (a uno de ellos lo compone Ed Harris)
y un capitán de la policía (Morgan Freeman) que lo que menos quieren es
interferencia de afuera. A medida que se van adentrando en la investigación,
el asunto se irá poniendo cada vez más espeso y las perspectivas serán cada
vez menos esperanzadoras.
Al igual
que Río místico, el film de Affleck está basado en una novela de
Dennis Lehane. Encuentra vínculos con la película de Clint Eastwood,
principalmente en el retrato de una sociedad basada en la justicia por mano
propia, donde los pecados se lavan con nuevos crímenes y se busca limpiar la
sangre con más sangre. Sin embargo, esta película es mucho menos discursiva,
deja de lado la impostación en las actuaciones y entrega más dosificadamente
las tensiones. Desapareció una noche también es una película
violenta, implícita y explícitamente, y dos escenas son bien representativas
de ello: una en un bar de mala muerte donde todo parece a punto de explotar,
aunque al final no se produce el estallido; otra en una casa, donde se
desata un sangriento tiroteo, en el que el protagonista parece descender a
un infierno físico y personal, en el que el sonido es el protagonista y lo
que sacude al espectador es lo que no se ve.
El cine
estadounidense post 11 de septiembre ha encarado dos clases de
aproximaciones a las causas y consecuencias del atentado terrorista. La
primera, reflejada por films como Las torres gemelas y Vuelo 93,
se basó en los hechos específicos. La segunda, con exponentes como Una
historia violenta, Munich o La aldea, ha sido la que
aportó aristas de mayor interés. Desapareció una noche pertenece a
este último grupo. Explora con crudeza las concepciones de una cultura de la
violencia, donde para arreglar lo que no funciona se tuercen leyes y
mandatos que cimentaron durante siglos una sociedad. Plantea las dicotomías
entre la elección ética, propia del individuo, y la moral del conjunto.
Alude en forma clara, pero sin trazos gruesos, a cómo las clases dirigentes
yanquis, en nombre de ciertos valores, sepultaron preceptos invaluables. Y
muestra cómo esas decisiones afectan a las generaciones más jóvenes. "Un
niño nunca te juzga. Siempre pone la otra mejilla. No hay nada más cristiano
que un niño", dice un personaje. La religión es parte importante de la
historia, pero como algo saboteado en sus propias bases; como instrumento
del pecado.
Ya se sabía desde hace
tiempo que Casey Affleck era un actor al cual había que prestarle atención.
Aquí entrega una actuación magnífica, uniendo con propiedad la fragilidad y
la rudeza, la incertidumbre con la convicción. Pero también Ben Affleck se
ha ganado la consideración, con un debut detrás de cámaras que promete, y
mucho.
Rodrigo Seijas
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