El realizador brasileño
Walter Salles corría con una ventaja: había un público cautivo, sediento de
observar cómo era ese Ernesto Guevara antes de convertirse en el "Che", el
líder revolucionario más carismático de la historia. Pero el desafío de
Salles no era sencillo: había que mostrar la transformación del estudiante
de Medicina en el ciudadano preocupado por la igualdad social... sin
soslayar que todavía no era el ser relevante en que se convirtió –o terminó
de convertir– después. Y qué mejor para hablar de transformaciones que una
road movie, precisamente el subgénero de los "viajes que cambian a
los viajeros".
Pero al
director de Estación central algo le pasó en el camino y Diarios
de motocicleta deriva, en su empeño por despegar al héroe del bronce, en
apenas una película simpática desde lo narrativo, correcta desde su
concepción. Aunque eso de despegar al héroe del bronce también está por
verse.
Salles
utiliza los diarios íntimos escritos por los dos viajeros retratados en el
film, Alberto Granado (bioquímico) y Ernesto Guevara, como base para su
película. Diarios redactados durante la travesía que comenzó en Buenos Aires
en 1952, de donde partieron en una Norton. La idea era recorrer toda América
del Sur, para culminar en Perú doce meses después cuando Granado cumpliera
los 30.
La primera
parte del film es tal vez la más libre, aunque también la más trillada.
Granado y Guevara se lanzan a la ruta, se sorprenden al comienzo, se
divierten, se pelean, protagonizan diversas andanzas. Es decir que los
personajes, amén de que ya se conocen, son puestos a consideración del
público a partir de una serie de rutinas que no sorprenderán a aquellos que
hayan visto más de una película "de viajes". Sin embargo, que en esos
pasajes no pese el hecho de que uno de los pasajeros sea el propio "Che" es
loable: así observamos a un ser tímido, dependiente, inseguro, que se torna
creíble en la piel de Gael García Bernal. El mexicano sabe dosificar la
ingenuidad y la arrogancia en sus criaturas, como ya lo demostró en
Amores perros y El crimen del padre Amaro.
Aunque si
hablamos de actuaciones, el argentino Rodrigo de la Serna, por interpretar
al más entrador de los personajes (Granado), le roba el protagonismo a
Bernal. Increíblemente, un producto pensado para el lucimiento internacional
del mexicano termina siendo un vehículo interesante para el actor de
Gallito ciego. Aunque a veces caiga en la puteada fácil a lo Federico
Luppi (nota aparte: es terrible observar cómo el público argentino sigue
celebrando esas puteadas).
Pero como
decíamos, algo pasa en el camino de Diarios de motocicleta, y la tan
mentada transformación llega. El pensamiento de Salles debe haber sido: "y
si estamos hablando del 'Che' Guevara... habrá que incluir la palabra
revolución en algún momento". El problema es que el guión lo hace de
manera desprolija e inconveniente. "¿Una revolución sin tiros? Estás loco",
le dice el joven Guevara a Granado mientras contemplan las ruinas del Machu
Picchu en una línea de diálogo tan desfasada que da vergüenza. En verdad,
ese diálogo no viene a cuenta de nada que no sea remarcar que ese muchacho
será un líder. Ahí es cuando el producto de Salles naufraga, cuando
traiciona sus propias intenciones, dando por tierra con las premisas
establecidas en un comienzo.
Hay dos
escenas que demuestran hasta qué punto el film se tambalea entre las buenas
ideas y los efectismos más banales. La primera, a favor: Guevara recibe en
Chile una carta de su novia. No hay diálogo. Pero sin subrayados nos damos
cuenta del desengaño amoroso. Se nota –y agradece– la noble intención de no
caer en el golpe bajo. La segunda, en contra: Granado y Guevara, casi al
final de su travesía, visitan un leprosario en Perú. Obviamente el futuro
líder revolucionario, contrariando las reglas, tendrá contacto con los
enfermos. En determinado momento los médicos juegan un partido de fútbol con
los internos, y vemos en primer plano los guardapolvos y guantes de látex
abandonados, tirados sobre un banco, mientras fuera de foco se confunden los
contendientes. Se ha concretado la igualdad. Pero el director muestra esto
dos, tres veces. Y el mensaje bienpensante termina haciendo agua por
demagógico.
No se puede
decir que Diarios de motocicleta sea un mal film: está correctamente
contado, tiene buen ritmo e interesantes actuaciones. Pero en
definitiva, lo mejor que podía ofrecer era la posibilidad de alejarse de la
leyenda y ponerla en el camino de los hombres comunes. Y cada vez que
necesita, por su propio bien en cuanto producto comercial, sacar a relucir
al héroe y retratarlo como tal, lo hace de manera obvia y cayendo en lugares
comunes. Tal vez ese sea su mayor defecto: no decidirse entre la simpleza de
Ernesto Guevara y la gravedad del "Che".
Existe hoy
algo que llaman world music. Término que se utiliza para hablar de
músicos que absorben diversas culturas y las expresan a través de sus
sonidos. Walter Salles podría ser entonces un representante del world
cinema. Un tipo sin marcas autorales, alejado de cualquier seña
particular. Un director con mano firme para hacer películas que gusten a
todos y en todas partes, porque por un lado sostienen una narración
americana clásica y, a la vez, poseen una extrañeza, cierto
pintoresquismo for export que tanto atrae a los europeos. En estos
tiempos de absorción cultural, es tal vez el hombre indicado para hacer una
película como esta: progresista y políticamente correcta, pletórica de
buenas intenciones. Pero en el fondo, tan inofensiva e insulsa como una
protesta de Greenpeace.
Mauricio Faliero
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