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DIARIOS DE MOTOCICLETA
(Motorcycle Diaries)

Argentina-Estados Unidos, 2003


Dirigida por Walter Salles, con Gael García Bernal, Rodrigo de la Serna, Mía Maestro, Mercedes Morán, Jean-Pierre Noher, Lucas Oro, Antonella Costa.



El realizador brasileño Walter Salles corría con una ventaja: había un público cautivo, sediento de observar cómo era ese Ernesto Guevara antes de convertirse en el "Che", el líder revolucionario más carismático de la historia. Pero el desafío de Salles no era sencillo: había que mostrar la transformación del estudiante de Medicina en el ciudadano preocupado por la igualdad social... sin soslayar que todavía no era el ser relevante en que se convirtió –o terminó de convertir– después. Y qué mejor para hablar de transformaciones que una road movie, precisamente el subgénero de los "viajes que cambian a los viajeros".

Pero al director de Estación central algo le pasó en el camino y Diarios de motocicleta deriva, en su empeño por despegar al héroe del bronce, en apenas una película simpática desde lo narrativo, correcta desde su concepción. Aunque eso de despegar al héroe del bronce también está por verse.

Salles utiliza los diarios íntimos escritos por los dos viajeros retratados en el film, Alberto Granado (bioquímico) y Ernesto Guevara, como base para su película. Diarios redactados durante la travesía que comenzó en Buenos Aires en 1952, de donde partieron en una Norton. La idea era recorrer toda América del Sur, para culminar en Perú doce meses después cuando Granado cumpliera los 30.

La primera parte del film es tal vez la más libre, aunque también la más trillada. Granado y Guevara se lanzan a la ruta, se sorprenden al comienzo, se divierten, se pelean, protagonizan diversas andanzas. Es decir que los personajes, amén de que ya se conocen, son puestos a consideración del público a partir de una serie de rutinas que no sorprenderán a aquellos que hayan visto más de una película "de viajes". Sin embargo, que en esos pasajes no pese el hecho de que uno de los pasajeros sea el propio "Che" es loable: así observamos a un ser tímido, dependiente, inseguro, que se torna creíble en la piel de Gael García Bernal. El mexicano sabe dosificar la ingenuidad y la arrogancia en sus criaturas, como ya lo demostró en Amores perros y El crimen del padre Amaro.

Aunque si hablamos de actuaciones, el argentino Rodrigo de la Serna, por interpretar al más entrador de los personajes (Granado), le roba el protagonismo a Bernal. Increíblemente, un producto pensado para el lucimiento internacional del mexicano termina siendo un vehículo interesante para el actor de Gallito ciego. Aunque a veces caiga en la puteada fácil a lo Federico Luppi (nota aparte: es terrible observar cómo el público argentino sigue celebrando esas puteadas).

Pero como decíamos, algo pasa en el camino de Diarios de motocicleta, y la tan mentada transformación llega. El pensamiento de Salles debe haber sido: "y si estamos hablando del 'Che' Guevara... habrá que incluir la palabra revolución en algún momento". El problema es que el guión lo hace de manera desprolija e inconveniente. "¿Una revolución sin tiros? Estás loco", le dice el joven Guevara a Granado mientras contemplan las ruinas del Machu Picchu en una línea de diálogo tan desfasada que da vergüenza. En verdad, ese diálogo no viene a cuenta de nada que no sea remarcar que ese muchacho será un líder. Ahí es cuando el producto de Salles naufraga, cuando traiciona sus propias intenciones, dando por tierra con las premisas establecidas en un comienzo.

Hay dos escenas que demuestran hasta qué punto el film se tambalea entre las buenas ideas y los efectismos más banales. La primera, a favor: Guevara recibe en Chile una carta de su novia. No hay diálogo. Pero sin subrayados nos damos cuenta del desengaño amoroso. Se nota –y agradece– la noble intención de no caer en el golpe bajo. La segunda, en contra: Granado y Guevara, casi al final de su travesía, visitan un leprosario en Perú. Obviamente el futuro líder revolucionario, contrariando las reglas, tendrá contacto con los enfermos. En determinado momento los médicos juegan un partido de fútbol con los internos, y vemos en primer plano los guardapolvos y guantes de látex abandonados, tirados sobre un banco, mientras fuera de foco se confunden los contendientes. Se ha concretado la igualdad. Pero el director muestra esto dos, tres veces. Y el mensaje bienpensante termina haciendo agua por demagógico.

No se puede decir que Diarios de motocicleta sea un mal film: está correctamente contado, tiene buen ritmo e interesantes actuaciones. Pero en definitiva, lo mejor que podía ofrecer era la posibilidad de alejarse de la leyenda y ponerla en el camino de los hombres comunes. Y cada vez que necesita, por su propio bien en cuanto producto comercial, sacar a relucir al héroe y retratarlo como tal, lo hace de manera obvia y cayendo en lugares comunes. Tal vez ese sea su mayor defecto: no decidirse entre la simpleza de Ernesto Guevara y la gravedad del "Che".

Existe hoy algo que llaman world music. Término que se utiliza para hablar de músicos que absorben diversas culturas y las expresan a través de sus sonidos. Walter Salles podría ser entonces un representante del world cinema. Un tipo sin marcas autorales, alejado de cualquier seña particular. Un director con mano firme para hacer películas que gusten a todos y en todas partes, porque por un lado sostienen una narración americana clásica y, a la vez, poseen una extrañeza, cierto pintoresquismo for export que tanto atrae a los europeos. En estos tiempos de absorción cultural, es tal vez el hombre indicado para hacer una película como esta: progresista y políticamente correcta, pletórica de buenas intenciones. Pero en el fondo, tan inofensiva e insulsa como una protesta de Greenpeace.

Mauricio Faliero      

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