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DIBU2-LA VENGANZA DE NASTY

Argentina, 1998


Dirigida por
Carlos Galettini, con Mauricio Dayub, Hugo Arana, Roberto Carnaghi, Deborah Warren, Gianni Lunadei.



El resultado general de Dibu2, secuela inevitable de uno de los "grandes éxitos" de cine producidos por la televisión, está muy por debajo de la suma de rubros técnicos y artísticos que confluyeron en su concreción. Una paradoja que se explica por la presencia rectora de la TV, que sólo aporta capitales con la condición de que los rasgos del relato fílmico, esencialmente en el nivel argumental-dramático, se asemejen a los suyos propios. Un malentendido de proporciones, que apenas puede cerrar por el costado financiero. Y que hace que, llevados al cine, ciertos prejuicios y pacaterías crezcan tanto como las dimensiones de la pantalla.

Dibu2 dejó afuera a los personajes de Germán Kraus y Stella Maris Closas (padres putativos del niño dibujado) para concentrarse en la confrontación de Dibu con Nasty, el villano animado que debuta aquí. Nasty es un chico muy, pero muy malo, roba bancos con fruición y nada lo divierte tanto como fastidiar a la policía. Dibu es bueno como un pan. O como el vigilante que lo ayuda en su misión (Mauricio Dayub) y el banquero Mor (Roberto Carnaghi), cuyas arcas son vaciadas por el dibujito malo. Poner de un lado a la perfidia y del otro a los banqueros y los uniformados no sólo contradice las innumerables crónicas que los propios noticieros de TV dedican a la corrupción financiera y policial. Considerando que Dibu2 es una apuesta neta al público infantil, casi se podría rubricar aquello de que la televisión –mediante el cine en este caso– envenena la cabeza de los pequeñitos. Más cuando detrás del film hay una empresa como Telefé, que es puntal en materia de conservadurismo.

El tercer personaje del nuevo Dibu, Buji, ya aparecía en el film original. Pero aquí se deja en claro que es la hermana de Dibu, no vaya a ser cosa que a alguien se le ocurra paladear un romance entre las criaturitas. Nasty tiene el poder de convertirse en cualquier cosa, por lo que tomará el aspecto de Dibu para cometer desmanes, después secuestrará a su hermana y "apretará" al banquero. También intentará alzarse con una tonelada de caramelos, que le dan a él su poder... y al film la posibilidad de un gigantesco chivo para una empresa de golosinas (entre muchos otros). Hay una cita de La furia (Dibu grita "¡Guaaardiaaaas...!") y una ramplona evocación de E.T. a partir del vuelo breve de una bicicleta. Los niños de carne y hueso por momentos también parecen dibujados: van a coles privados, visten ropa inmaculada, viven en mansiones que harían la envidia de una star hollywoodiana.

En este punto hay que decir que casi todos los actores, los técnicos y los animadores parecen haber dejado en esta empresa lo mejor de sí. El arduo trabajo de animación rindió sus frutos, y los personajes dibujados se "pegan" bastante bien con los reales. Se percibe cierta entrega digna de mejores causas en el trabajo de Dayub. Carnaghi está muy bien cuando compone a Nasty travestido en banquero malo. No así Hugo Arana (jefe policial), aunque poco y nada se podía hacer bajo ese maquillaje pálido, como de cadáver, y con esos diálogos impronunciables. Deborah Warren arranca bien, pero la gitana que le tocó en suerte –una marioneta que ayuda a Dibu– empalaga por omnipresente. Y al final se encarga de explicitar la trama con latosa verborrea, que traduce la subestimación de los productores frente a la capacidad de comprensión del público infantil.

Guillermo Ravaschino