El resultado general de Dibu2, secuela inevitable de
uno de los "grandes éxitos" de cine producidos por la televisión, está muy
por debajo de la suma de rubros técnicos y artísticos que confluyeron en su concreción.
Una paradoja que se explica por la presencia rectora de la TV, que sólo aporta capitales
con la condición de que los rasgos del relato fílmico, esencialmente en el nivel
argumental-dramático, se asemejen a los suyos propios. Un malentendido de proporciones,
que apenas puede cerrar por el costado financiero. Y que hace que, llevados al cine,
ciertos prejuicios y pacaterías crezcan tanto como las dimensiones de la pantalla.
Dibu2 dejó afuera a los
personajes de Germán Kraus y Stella Maris Closas (padres putativos del niño dibujado)
para concentrarse en la confrontación de Dibu con Nasty, el villano animado que debuta
aquí. Nasty es un chico muy, pero muy malo, roba bancos con fruición y nada lo divierte
tanto como fastidiar a la policía. Dibu es bueno como un pan. O como el vigilante que lo
ayuda en su misión (Mauricio Dayub) y el banquero Mor (Roberto Carnaghi), cuyas arcas son
vaciadas por el dibujito malo. Poner de un lado a la perfidia y del otro a los banqueros y
los uniformados no sólo contradice las innumerables crónicas que los propios noticieros
de TV dedican a la corrupción financiera y policial. Considerando que Dibu2 es una
apuesta neta al público infantil, casi se podría rubricar aquello de que la televisión
mediante el cine en este caso envenena la cabeza de los pequeñitos. Más
cuando detrás del film hay una empresa como Telefé, que es puntal en materia de
conservadurismo.
El tercer personaje del nuevo Dibu,
Buji, ya aparecía en el film original. Pero aquí se deja en claro que es la hermana de
Dibu, no vaya a ser cosa que a alguien se le ocurra paladear un romance entre las
criaturitas. Nasty tiene el poder de convertirse en cualquier cosa, por lo que tomará el
aspecto de Dibu para cometer desmanes, después secuestrará a su hermana y
"apretará" al banquero. También intentará alzarse con una tonelada de
caramelos, que le dan a él su poder... y al film la posibilidad de un gigantesco chivo
para una empresa de golosinas (entre muchos otros). Hay una cita de La furia (Dibu
grita "¡Guaaardiaaaas...!") y una ramplona evocación de E.T. a partir
del vuelo breve de una bicicleta. Los niños de carne y hueso por momentos también
parecen dibujados: van a coles privados, visten ropa inmaculada, viven en mansiones
que harían la envidia de una star hollywoodiana.
En este punto hay que decir que
casi todos los actores, los técnicos y los animadores parecen haber dejado en esta
empresa lo mejor de sí. El arduo trabajo de animación rindió sus frutos, y los
personajes dibujados se "pegan" bastante bien con los reales. Se percibe cierta
entrega digna de mejores causas en el trabajo de Dayub. Carnaghi está muy bien cuando
compone a Nasty travestido en banquero malo. No así Hugo Arana (jefe policial), aunque
poco y nada se podía hacer bajo ese maquillaje pálido, como de cadáver, y con esos
diálogos impronunciables. Deborah Warren arranca bien, pero la gitana que le tocó en
suerte una marioneta que ayuda a Dibu empalaga por omnipresente. Y al final se
encarga de explicitar la trama con latosa verborrea, que traduce la subestimación de los
productores frente a la capacidad de comprensión del público infantil.
Guillermo Ravaschino |