No sé muy bien lo que
pienso, así que, por esta vez, en vez de desparramar certezas, voy a
compartir mis dudas. Prepárense. La escena es la de un funeral. Y el funeral
es de verdad, porque La dignidad de los nadies es un documental. En
una casita precaria y muy concurrida de Lanús, están enterrando al piquetero
Darío Santillán, muerto por la policía unos días antes. El funeral en primer
plano: el cadáver de cerca, sus seres queridos despidiéndose, llorándolo,
algunos toman su mano muerta. En suma, un momento sumamente íntimo (y
también importante y doloroso) en la vida de algunas personas. Un rato
después, su ex novia habla y llora frente a cámara. El diccionario dice que
abyecto es vil o despreciable. Del ensayo de Serge Daney "El
travelling de Kapo", se desprende otra cosa. Para Daney, abyecto es
más que vil o despreciable: es inaceptable. Moralmente inaceptable. Por
mucho que me guste el ensayo y por respetable que me parezca la posición del
crítico francés, yo no la comparto. No creo que haya cosas que el cine no
deba mostrar o que deba mostrar de determinada manera. Representar la muerte
(o la violencia, o la violencia sexual) de manera bella no me parece un
pecado mortal ni mucho menos. Por eso, no estoy de acuerdo con la
apreciación de Javier Luzi sobre el final de The Wayward Cloud, que
él considera abyecto, y a mí me parece uno de los momentos cinematográficos
más hermosos y emocionantes del año. Desde ya, el que sostenga que sí hay
cosas abyectas y que el cine debe mostrar algunas cosas de tal o cual
manera, puede venir a discutirme y tiene buenas chances de convencerme. Como
dije al principio, no estoy muy seguro de lo que pienso al respecto, y quien
se tome la molestia de buscar mi crítica de Hoy y mañana, verá que
allí sostengo prácticamente lo contrario. En fin.
¿Qué pasa
entonces con la escena del entierro? Al igual que la madre llorando a su
hijo muerto en la guerra de Irak en Fahrenheit 9/11, es algo que
simplemente no quiero ver. No sé si es una escena innecesaria (creo que sí)
o inmoral (creo que no); simplemente no quiero tener acceso a ese nivel de
intimidad. Me pasa lo mismo que con los videos esos que editan de
casamientos y fiestas de quince y cuya visión los homenajeados imponen a la
concurrencia, esas cronologías fotográficas, esos montajes-collages de
fotografías que narran la historia de la feliz pareja o de la quinceañera.
Son cosas que no quiero ver. Sólo que, claro, estos montajes fotográficos
tienen un alto valor trash y son esencialmente inocuos, y lo del
funeral es un cachitín desgarrador.
¿Y el 98%
restante de la película? Al igual que Memoria del saqueo, la anterior
película de Solanas, ésta funciona por acumulación. Pero esta acumulación,
la de La dignidad de los nadies, opera de forma diferente y también
produce un efecto diferente. Dijo Gustavo Noriega de Memoria del saqueo:
"... ver tanta canallada toda junta es una experiencia desoladora. La
película es justamente una memoria, un listado implacable de los males
perpetrados por la dirigencia política, sindical y económica de nuestro
país." El listado de La dignidad de los nadies no es de canalladas o
de males sino de actos de callado (y no tan callado) heroísmo, de lucha y de
entrega solidaria. Memoria del saqueo se ocupa de la Historia y La
dignidad de los nadies, de historias: fábricas recuperadas, comedores
comunitarios, luchas piqueteras y cosas así. Si esta vez el listado no
funciona o si funciona peor que el de la película anterior, creo que es por
dos razones. La primera es que muchas de las historias ya son conocidas: las
escuchamos, vimos y leímos muchas veces, especialmente las de los comedores
comunitarios y las fábricas recuperadas. Son las típicas "notas de color" de
diarios, revistas y noticieros. La segunda es que, justamente, el enfoque de
Solanas no difiere demasiado del de, por ejemplo, la revista "Viva". Sí, hay
que decir que debe ser difícil encarar temas así de forma original o
novedosa, pero también hay que decir que Solanas no lo logra.
Por eso, lo
mejor de la película es el rescate de las historias menos conocidas o de
algunas anécdotas concretas. Por ejemplo, la historia nacional-surrealista
de las mujeres que evitan remates cantando el himno nacional, o la anécdota
de los trabajadores de Zanón peleando contra la policía con gomeras y
bolitas de cerámica, de gran resonancia bíblica. A su vez, la cámara en mano
inquieta que nos descubre algunos espacios en plano general proporciona una
agradecida libertad de la mirada para recorrer y familiarizarse con ciertos
infiernos urbanos. Estoy pensando especialmente en el hospital público y en
el campamento piquetero. Los chispazos bazinianos en ambos ámbitos alejan a
la película de las "notas de color" y la acercan al cine.
Ezequiel Schmoller
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