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ECOS MORTALES
(Stir Of Echoes)

Estados Unidos, 1999


Dirigida por David Koepp, con Kevin Bacon, Kathryn Erbe, Illeana Douglas, Zachary David Cope, Liza Weil, Kevin Dunn, Jenny Morrison.



¿Qué hizo el fin de siglo con los géneros clásicos? De la ciencia ficción a los dramas románticos, la mayor parte de las películas actuales se muestran altamente incompetentes para alcanzar el éxito (o al menos el entretenimiento) ateniéndose a los rigores del género en que fueron concebidas. Esto no es, a priori, un problema: el último lustro arrojó películas que muchos sentimos eficaces, justamente, por saltearse los géneros u ofrecer otra vuelta de tuerca en torno de los mismos.

No es el caso de Ecos mortales. En el film de David Koepp, Tom Witzky (Kevin Bacon) es un marido de clase media-baja que se gana la vida instalando líneas telefónicas, y ya casi se olvidó del día en que le dijo a su novia y actual esposa Maggie (Kathryn Erbe) que quería ser alguien en la vida. Ambos son padres del pequeño Jake (Zachary David Cope, que con siete años concreta una prometedora primera actuación), y de la criatura que se está gestando en la panza de Maggie. Jake es un niño normal salvo por un detalle: le gusta hablarle a la nada, como si de a ratos hubiera algo o alguien frente a él.

"Vos no podés ver lo que hay en el mundo más allá de las seis cuadras que rodean a tu casa", le recrimina a Tom su cuñada Lisa (Ileana Douglas, famosa por sus papeles de cuñada en films como Todo por un sueño de Gus Van Sant). Ella estudia hipnosis, ocultismo y otras yerbas. Para burlarse de la credulidad de esta mujer, al final de una fiesta donde ya no queda vino Tom acepta ser hipnotizado por ella. El resultado es una de las mejores escenas de trance hipnótico en muchos años. Y lo que empieza como un mal rato para el incrédulo corta-cables se convierte en una auténtica pesadilla: casi como una broma, antes de concluir la hipnosis, Lisa introduce una "directiva" final: que la mente de Tom "esté más abierta al mundo". Y eso es lo que ocurre, literalmente.

Tom comienza a percibir en su propio hogar los gritos desesperados de una adolescente que fue asesinada allí antes de que su familia ocupara la casa. Es el mismo espectro al que le habla su hijo Jake, pero éste es demasiado pequeño para explicarle a su padre qué es lo que está pasando. La realidad de Tom se resquebraja, la vida de la pareja pierde el rumbo, el niño se aisla de sus padres… pero falta por lo menos una hora para que las luces del cine se enciendan y las parejas marchen hacia los McDonald’s. Así que el director Koepp (renombrado co-guionista de Misión imposible, Carlitos way, Jurassic Park, Ojos de serpiente y El diario) rellenará esos sesenta minutos alargando los tiempos hasta aburrir, arrimando el argumento de terror psicológico a las rutinas del thriller industrial.

Lástima, porque la historia está llena de puntas interesantes. En ese barrio "decente" de Chicago todo es fiestas de amigos y vecinos, trabajos aburridos y casas con estufa-hogar. Las cosas parecen estar en orden, pero con su nueva forma de ver (un estado similar al de Richard Dreyfuss en Encuentros cercanos del tercer tipo), Tom descubrirá que hay sangre detrás de las paredes y que bajo el prolijo bigote del profesional que vive frente a su casa se esconde un demente.

En un Hollywood que está convirtiendo a la crítica del american way of life en un género (la multipremiada Belleza americana marca la culminación de esta tendencia), las insinuaciones de Ecos mortales al menos permiten una sonrisa cómplice. Richard Matheson (responsable de textos que inspiraron películas memorables como El increíble hombre menguante, varios de los cortos de La dimensión desconocida o la ópera prima de Steven Spielberg Reto a muerte) escribió la historia como un suceso ocurrido en el sur estadounidense en los ‘50. Koepp trasladó la novela al Brooklyn actual. Cuando el pequeño y perceptivo Jake recorre la ciudad en auto con su familia, escucha salir de cada casa un murmullo similar al que la adolescente asesinada provocaba en su cuarto. Hace algunos años otra película de terror-aventura coqueteaba con una idea parecida. Se llamaba La gente detrás de las paredes. Ambos films, más otros que de seguro emergerán si se mira con atención, trazan una delgada línea de genunina crítica desde el interior del cine mainstream estadounidense. Y lo hacen por fuera –vaya paradoja– de los rigores de un género.

Máximo Eseverri