¿Qué hizo el fin de siglo con los géneros clásicos? De la ciencia ficción a los
    dramas románticos, la mayor parte de las películas actuales se muestran altamente
    incompetentes para alcanzar el éxito (o al menos el entretenimiento) ateniéndose a los
    rigores del género en que fueron concebidas. Esto no es, a priori, un problema: el
    último lustro arrojó películas que muchos sentimos eficaces, justamente, por saltearse
    los géneros u ofrecer otra vuelta de tuerca en torno de los mismos.No es el caso de Ecos
    mortales. En el film de David Koepp, Tom Witzky (Kevin Bacon) es un marido de clase
    media-baja que se gana la vida instalando líneas telefónicas, y ya casi se olvidó del
    día en que le dijo a su novia y actual esposa Maggie (Kathryn Erbe) que quería ser
    alguien en la vida. Ambos son padres del pequeño Jake (Zachary David Cope, que con siete
    años concreta una prometedora primera actuación), y de la criatura que se está gestando
    en la panza de Maggie. Jake es un niño normal salvo por un detalle: le gusta hablarle a
    la nada, como si de a ratos hubiera algo o alguien frente a él.
    "Vos no podés ver lo que hay en el mundo más allá de las seis cuadras que
    rodean a tu casa", le recrimina a Tom su cuñada Lisa (Ileana Douglas, famosa por sus
    papeles de cuñada en films como Todo por un sueño de Gus Van Sant). Ella estudia
    hipnosis, ocultismo y otras yerbas. Para burlarse de la credulidad de esta mujer, al final
    de una fiesta donde ya no queda vino Tom acepta ser hipnotizado por ella. El resultado es
    una de las mejores escenas de trance hipnótico en muchos años. Y lo que empieza como un
    mal rato para el incrédulo corta-cables se convierte en una auténtica pesadilla: casi
    como una broma, antes de concluir la hipnosis, Lisa introduce una "directiva"
    final: que la mente de Tom "esté más abierta al mundo". Y eso es lo que
    ocurre, literalmente.
    Tom comienza a percibir en su propio hogar los gritos desesperados de una adolescente
    que fue asesinada allí antes de que su familia ocupara la casa. Es el mismo espectro al
    que le habla su hijo Jake, pero éste es demasiado pequeño para explicarle a su padre
    qué es lo que está pasando. La realidad de Tom se resquebraja, la vida de la pareja
    pierde el rumbo, el niño se aisla de sus padres
 pero falta por lo menos una hora
    para que las luces del cine se enciendan y las parejas marchen hacia los McDonalds.
    Así que el director Koepp (renombrado co-guionista de Misión imposible, Carlitos
    way, Jurassic Park, Ojos de serpiente y El diario) rellenará
    esos sesenta minutos alargando los tiempos hasta aburrir, arrimando el argumento de terror
    psicológico a las rutinas del thriller industrial.
    Lástima, porque la historia está llena de puntas interesantes. En ese barrio
    "decente" de Chicago todo es fiestas de amigos y vecinos, trabajos aburridos y
    casas con estufa-hogar. Las cosas parecen estar en orden, pero con su nueva forma de ver
    (un estado similar al de Richard Dreyfuss en Encuentros cercanos del tercer
    tipo), Tom descubrirá que hay sangre detrás de las paredes y que bajo el prolijo
    bigote del profesional que vive frente a su casa se esconde un demente.
    En un Hollywood que está convirtiendo a la crítica del american way of life
    en un género (la multipremiada Belleza americana marca la culminación de
    esta tendencia), las insinuaciones de Ecos mortales al menos permiten una sonrisa
    cómplice. Richard Matheson (responsable de textos que inspiraron películas memorables
    como El increíble hombre menguante, varios de los cortos de La dimensión
    desconocida o la ópera prima de Steven Spielberg Reto a muerte) escribió la
    historia como un suceso ocurrido en el sur estadounidense en los 50. Koepp trasladó
    la novela al Brooklyn actual. Cuando el pequeño y perceptivo Jake recorre la ciudad en
    auto con su familia, escucha salir de cada casa un murmullo similar al que la adolescente
    asesinada provocaba en su cuarto. Hace algunos años otra película de terror-aventura
    coqueteaba con una idea parecida. Se llamaba La gente detrás de las paredes. Ambos
    films, más otros que de seguro emergerán si se mira con atención, trazan una delgada
    línea de genunina crítica desde el interior del cine mainstream estadounidense. Y lo
    hacen por fuera vaya paradoja de los rigores de un género.