Es raro lo que pasa con esta película del español José Luis Cuerda basada en
el libro del francés Didier Van Cauwelaert. La mayoría de las veces, cuando
un film no nos gusta, nos genera indignación o rechazo. Y La educación de
las hadas no provoca sentimientos violentos, ni convoca a la bronca
insurgente, sino más bien invita a lamentarnos por todo lo que podría
haber sido, y no fue. Seguramente lo que más se note es la falta de pasión
que acompañó su factura; esto hace de una interesante historia sobre la
culminación de un amor que se pensaba perfecto, algo desabrido y sin
interés.
Ricardo Darín es
Nicolás, un juguetero que conoce a Ingrid (Irène Jacob) y a su pequeño hijo
Raúl (Víctor Valdivia) en un avión. El hombre se obnubilará con la mujer
inmediatamente, a la vez que irá entablando una relación de complicidad con
el niño, y mediante una jugarreta logrará ganarse el interés de ambos, que
luego se traducirá en amor. Esos primeros minutos son como el avance de algo
que ya está funcionando mal. Abusando de las elipsis, el director nunca permite que
podamos tomarnos esa relación en serio; por eso cuando ella estalle y le
diga a él sin demasiadas explicaciones que prefiere tomar una distancia,
poco nos importará.
Menos mal que lo mucho o
poco que nos importe esa ruptura se deberá también, en adelante, al personaje
de Darín, a quien el actor argentino transforma en un ser creíble en su
oscuridad. El será dudas y temores, se preguntará por qué lo abandonaron
cuando nada hacía suponerlo y sospechará de la aparición de algún tercero.
Cuerda, tal vez en su decisión más acertada, estira ese misterio, lo
retuerce con pistas varias. Pero lamentablemente sobre el final se traiciona
y sucumbe al encanto de explicar los porqué de sus personajes. Y allí echa
mano a una serie de lugares comunes lacrimógenos
apenas contenidos
por el tono medido y pudoroso del film. Semejante giro de
La educación de las hadas evidencia las marcas
de un guión que hace que el personaje de Jacob luzca como una histérica
durante más de hora y media... para terminar victimizándola en pos del mensaje
de la película. Y eso pasa con otros personajes (vg. la Sézar de Bebe), que
terminan siendo más importantes por su funcionalidad que por su
participación concreta
en el relato.
El otro punto de
interés debía ser la relación entre Nicolás y Raúl. Allí se edifica la parte
mágica de la historia, con las fábulas sobre hadas que el hombre le cuenta a
su hijo adoptivo. Y si bien ambos actores logran que las escenas que
comparten fluyan adecuadamente, el problema reside en los textos, en extremo
literarios, que nunca permiten que ese universo fantástico se complemente
con la realidad que el universo de la película plantea. Y mucho perjudica el
verosímil que, siendo Nicolás juguetero, nunca se lo observe en algún pasaje
lúdico más allá de los cuentos que suele narrar.
Como decíamos,
La educación de las hadas es de esas raras películas que no molestan
cuando uno las ve; pero cuando las piensa, nota que no funcionan. Las
actuaciones son correctas (salvo la de Jacob, que parece no poder con la dicción en
castellano), con especial lucimiento de la cantante Bebe, sobre todo porque
su personaje es un tanto traído de los pelos y logra hacerlo bastante
creíble. Y es en parte gracias a los intérpretes que la opaca labor de
Cuerda (un director que busca no excederse con el sentimentalismo,
pero confunde tono medido y contemplación con aburrimiento) se disimula. El misterio que
esconde la historia de amor de La educación de las hadas se merecía
otro tratamiento y mucha, pero mucha más pasión.
Mauricio Faliero
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