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TODO SUCEDE EN ELIZABETHTOWN
(Elizabethtown)

Estados Unidos, 2005


Dirigida por Cameron Crowe, con Orlando Bloom, Kirsten Dunst, Susan Sarandon, Alec Baldwin, Bruce McGill, Judy Greer
.



A priori, Todo sucede en Elizabethtown contiene elementos como para ilusionarse. Es la nueva película de Cameron Crowe, director de la más que atendible Jerry Maguire y la muy buena Casi famosos. Están de protagonistas Orlando Bloom –que había sabido capturar la esencia de la aventura en El señor de los anillos y La maldición del Perla Negra– y Kirsten Dunst, estrella de Spiderman y El miau del gato, una de las mejores actrices de su generación. Encima completa el reparto Susan Sarandon, con lo cual se podía esperar pasar un buen rato. Pero a poco de empezar el film toda expectativa se va al reverendo demonio.

Se nos cuenta la historia de un ejecutivo joven y bastante inmaduro (Bloom) que, despedido de su trabajo tras un estrepitoso fiasco y a punto de suicidarse, se entera de que su padre ha muerto, con lo cual tiene que ir a buscar el cuerpo a Elizabethtown (postergando sus planes de autoexterminio). En el viaje hacia el pueblito de su progenitor conocerá a una azafata (Dunst), con quien entablará una relación de amistad que luego... sí, ya lo adivinaron: derivará en romance.

El relato es bastante autorreferencial, y esto en principio no tiene nada de malo. Todos los grandes autores reflejan aspectos de su personalidad en sus obras, de forma más o menos explícita. El problema consiste en que Crowe confunde personalismo con ombliguismo (sabrán de qué modo unas líneas más abajo), en una irritante mirada autocelebratoria que, para colmo, ambiciona partir de lo particular para llegar a lo general, expandiendo sus límites a ámbitos insospechados e injustificados.

El personaje de Bloom se baja del avión, abandona a esa azafata que parece salida de un neuropsiquiátrico pero que es súper simpática (mérito absoluto de la extraordinaria Kirsten, una verdadera todo terreno) y llega al pueblito. El film, al tiempo que presenta una galería de personajes inmensa, insostenible, empieza a caer en picada... vuelve a aparecer la azafata y levanta cabeza... ella se va y la película parece que va a estrellarse de punta. Y así sucesivamente, sin solución de continuidad.

El quid es que Crowe sólo puede darle vida al personaje de la chica. Y Kirsten Dunst comprende las motivaciones de su papel y actúa en consecuencia. El resto deambula por ahí, como si fueran amigos saludando a cámara, con un Orlando Bloom que nunca logra dar en la tecla y luce todo el tiempo desconcertado, sin poder transmitir emoción alguna. Sarandon, por cierto, tampoco se salva del desastre.

El director, como bien lo indica la autobiográfica Casi famosos, fue periodista de “Rolling Stone”. Aparentemente, le encanta resaltar ese dato, introduciendo una nueva canción apenas acaba la anterior, como una verdadera ametralladora. El film adquiere un carácter de batifondo, de fiesta de vecino que puso su equipo muy fuerte a las tres de la mañana de un miércoles. A muy pocos debe de gustarles tener que bancarse eso. En Elizabethtown pasa lo mismo. ¿Por qué? Porque los temas no se complementan con la imagen; antes bien, las imágenes parecen haber sido construidas en base a la música. En consecuencia, todo el asunto es una sucesión de videoclips inconexos entre sí.

El final es –si cabe– peor aun. Y lo es porque a Crowe lo pellizca la veta hiperambiciosa, se empeña en buscar su obra maestra y le sale todo al revés. Allí, el film adquiere un tono que pretende navegar entre el documental y la road-movie, tratando de componer un retrato histórico-socio-cultural de los Estados Unidos. La idea no era mala (y algunos documentales como Amsterdam Global Village han emprendido proyectos similares con gran presteza). El inconveniente radica en que no puede hacerse lo antes mencionado en veinte minutos anárquicos, con quinientas canciones a la vez y reflexiones en paralelo sobre el vínculo paterno-filial. Un despropósito total. La arbitrariedad, en su máxima expresión. Pero bueno: llegó la hora de parar, de respirar, de serenarse. ¿A qué irritarse tanto? (A ver si se incomoda Kirsten Dunst, futura esposa del firmante.)

Rodrigo Seijas      

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