Los criterios de
estreno de las distribuidoras en Argentina siguen siendo un arcano.
Dedicadas a presentar un 85 % de películas estadounidenses, no eligen el 15
% restante en función de la calidad cinematográfica, los nombres de actores
o directores involucrados, sino de caprichosas razones comerciales. Tal vez
el estreno (con tres
años de demora)
del film noruego
Elling se deba a su nominación al Oscar como Mejor Película
Extranjera. No lo sé, no estoy segura. Tampoco estoy segura de que mereciera
esa nominación, aunque ya sabemos que los premios de la Academia poco tienen
que ver con los méritos artísticos y mucho con el éxito comercial.
Elling
es una enésima película dedicada a rescatar y valorar la figura de los
discapacitados, en este caso mental y socialmente hablando. Una comedia que
encara de manera amable la recuperación o superación de casos marginales que
en una sociedad como la nuestra suelen quedar por siempre en ese mismo
lugar: al margen.
Elling es un
hombre que ha vivido 40 años encerrado junto a su mamá sobreprotectora,
quien le solucionaba su vida cotidiana. Muerta la madre, el Estado noruego
lo interna en un psiquiátrico durante unos años hasta que, si bien no se ha
convertido en una persona “normal”, puede iniciar su inserción en la
sociedad.
Kjell Bjarne
(Elling siempre llama a la gente por su nombre y apellido) es un gigante
vikingo algo lento e insociable, obsesionado por la comida y el sexo, si
bien nunca ha podido vincularse a una mujer. Elling y él han compartido la
habitación en el sanatorio y ahora vivirán juntos en un departamento que el
servicio social les asigna para su rehabilitación. El problema es que Elling
(quien, dicho sea de paso, también es un pequeño tirano) entra en pánico
ante la sola idea de cruzar una calle, no puede ir al supermercado a hacer
las compras, y actividades como hablar por teléfono, cocinar o ir a un
restaurante le resultan empresas imposibles.
El desarrollo es
absolutamente previsible y (desde que conocemos la calidad del admirable
servicio social noruego) de lo más edulcorado. Las enfermedades mentales en
el cine constituyen casi un subgénero, y han sido abordadas desde distintas
e innumerables perspectivas. Esta comedia (originalmente novela, después
obra de teatro y por fin película) llena de buenas intenciones sobre una
pareja despareja y complementaria rebosa de momentos de simpatía y
comprensión hacia ellos, pero el tratamiento del tema es sumamente blando y
superficial, acentuado por una música sensiblera que no ayuda a una
aproximación cabal, realista, a los problemas que plantea.
Detrás de la
pareja protagónica aparecen otros personajes (un asistente social implacable
que les exige valerse por sí mismos, un amigo intelectual que los valora, la
mujer que los acompaña en el proceso de socialización) que apenas están
esbozados y merecían un desarrollo más elaborado. Los que sostienen el film
–o aquello que en el film se sostiene– son dos estupendos actores: Per
Christian Ellefsen y Sven Nordin (Elling y el vikingo, respectivamente), que
vienen de representar la obra en el teatro durante mucho tiempo.
Elling
tiene todos los ingredientes necesarios para que los yanquis emprendan su
remake. Y ya la
encara
Kevin Spacey.
Josefina Sartora
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