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EN
DEFENSA DEL HONOR
(Hart's War)
Estados
Unidos,
2001 |
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Dirigida por Gregory Hoblit, con Bruce Willis, Colin Farrell, Marcel Iures,
Terrence Howard, Cole Hauser, Linus Roache.
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¿Qué se puede decir sobre este film? Lo mismo que sobre otros bodrios
patrioteros recientes: poco y nada. Nada relacionado con el cine, al menos.
Sí se pueden encarar estos engendros desde la política, o la sociología,
pero no como obras particulares. Es que la decadencia del cine
norteamericano se acentuó con la ola de films netamente propagandísticos
posteriores al 11 de septiembre de 2001. Lo que antes podía provocar dolores
de cabeza a algunos ejecutivos con restos de conciencia –me refiero a las
buenas ideas o a los tratamientos mínimamente interesantes–, ahora
desapareció. El lema del momento es hacer películas por la patria y
enaltecer los valores de la Nación (sean cuales fueren, existan o no) y
construir monumentos al honor, a la valentía de los soldados, policías,
bomberos, etc. La propaganda tomó a Hollywood por asalto y quizá lo único
que logre sea liquidarlo con mayor rapidez. Es probable que en el futuro se
reemplace a los ejecutivos de los estudios por consejeros del Pentágono, eso
sí, si es que la gente no se aburre antes. Porque el espectador, por más
tonto que sea, siempre va a ver una película, y de eso En defensa del
honor tiene muy poco.Un joven teniente norteamericano, Thomas Hart,
hijo de un importante senador y por eso destinado a tareas poco riesgosas
dentro del ejército, cae en manos enemigas. Después de confesar bajo tortura
la localización de un depósito aliado de combustibles, es enviado a un
Stalag (campamento de prisioneros de guerra). Allí, en medio de un ambiente
denso, entrará en un juego de intrigas y de supuestas traiciones internas.
De entrada el coronel McNamara (Bruce Willis), tras un breve interrogatorio,
se da cuenta de que Hart cedió a la tortura de los alemanes y que no es de
fiar. Lo que podría haber sido un drama moral (poco original, por cierto)
termina siendo un disparatado lava-culpas norteamericano, sacado totalmente
de contexto: caen en el Stalag dos aviadores negros a los que marginan –por
negros–todos los yanquis de la barraca... menos Hart. En una escena confusa
muere asesinado un soldado blanco y es culpado uno de los aviadores. Cuando
va a ser ejecutado por los alemanes Hart decide... ¡realizar un juicio! El
capo de los alemanes, un hombre culto y refinado, estereotipo de la maldad
aristocrática pero que estudió en una universidad de renombre de EE.UU.
(¿?), avala la iniciativa y así terminamos todos, los espectadores, los
prisioneros y el negro acusado, en un film de juicios y abogados, en medio
de un campo alemán, sin entender realmente cómo fuimos a parar ahí.
Lo que con la mejor de las suertes aspiraba a una mediocre copia de
Infierno 17, film del gran Billy Wilder, termina siendo un melodramático
discurso en favor del honor y en contra del racismo, de tal pobreza moral y
tan poco creíble que si no estuviéramos tan aburridos de estos mamotretos
nos hubiéramos reído con ganas. Todos acaban siendo tan buenos que el único
"verdaderamente" racista del grupo resulta ser el traidor y Willis, que
medio sin querer juzga de primeras a los negros, termina siendo el gran
héroe de la historia. Un aire de superioridad moral (inventada por los
productores y los guionistas) se eleva por sobre el campo y los soldados
americanos triunfan sobre el racismo... desde Alemania, sin tener siquiera
que tocar tierra estadounidense, donde según la historia los negros no la
estaban pasando nada bien.
Y acá volvemos a lo del principio: si los americanos están en
crisis, o no saben cuáles son realmente sus valores, o no entienden cuáles
son sus enemigos, o no saben muy bien cómo ser patriotas otra vez, es su
problema. Como argentinos, es difícil saber para qué sirve sentarse a ver
este bodrio plagado de discursos lamentables y de mentiras que ni siquiera
son para nosotros.
Julián Monterroso
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