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ENEMIGO AL ACECHO
(Enemy At The Gates)

EE. UU.-Alemania, 2000


Dirigida por Jean-Jacques Annaud, con Joseph Fiennes, Jude Law, Rachel Weisz, Bob Hoskins, Ed Harris, Ron Perlman.



La importancia de que el rey Midas de los directores se interesara por la violencia (abstracta, descontextualizada y absurda) en la guerra con su película Salvando al soldado Ryan ya se percibe en uno de sus primeros herederos, hijo bastardo de un estilo de hacer cine europeo que es norteamericano de incógnito y que lleva por título Enemigo al acecho, dirigida por el comúnmente insípido Jean-Jacques Annaud, responsable de películas tan olvidables como Siete años en el Tíbet o El nombre de la rosa.

En esta ocasión Annaud, también coguionista, intenta tantas cosas a lo largo de las algo más de dos horas de metraje, que no se sabe si su intención era retratar esa violencia cruda de la guerra con que arranca la película, envolver en la batalla de Stalingrado una historia de amor entre un francotirador ruso y una miliciana judía, o utilizar los códigos narrativos del western para relatar el duelo entre un héroe de guerra soviético, Vassili Zaitsev (Jude Law), y un oficial nazi (Ed Harris). En cualquiera de los casos la película podría haber tenido mucho interés, si bien la última de las opciones, por enfrentar a los dos grandes actores de la película, parecía ofrecer mayores garantías. Lo que parece mucho menos hábil es empecinarse en contar estas tres tramas simultáneas, algunas otras paralelas y pretender un resultado homogéneo no perjudicado por parecer haber intentado transformar el desconcierto bélico en un desbarajuste cinematográfico.

Enemigo al acecho termina apoyando su narración, todavía a estas alturas del siglo XXI, en el enfrentamiento entre el irremediablemente heroico pueblo de Stalingrado (obligado por el dictador soviético a permanecer en la ciudad mientras durara la batalla) y las huestes nazis, una variación en el tema de buenos contra malos. Aunque intenta disimular su maniqueísmo por medio de la potenciación del carácter burocrático y autoritario del régimen de Stalin, Annaud no puede evitar hacer una película de guerra al estilo propagandístico de antaño... sólo que sin mensaje. No resulta verosímil, productivo, interesante hoy en día insistir en que los nazis fueron los malos de la guerra. Su hipotética enseñanza resulta trasnochada y provoca que la película adopte un tono grandilocuente del todo innecesario del que habría que huir.

Por si no fuera suficiente, la puesta en escena del director francés sigue siendo enfática, torpemente retórica y, sin embargo, hueca. Su planificación se torna casi siempre rutinaria, incapaz de dotar de contenido a sus imágenes, lo cual queda definitivamente confirmado cuando Annaud se deja notar con algún movimiento de cámara o mediante el uso del zoom. Exceptuando esas toscas muestras de un artesano desmañado, el director francés se conforma con dejar que su historia fragmentaria discurra de la forma menos molesta posible a sus aspiraciones de supuesto autor. En otras palabras, sus imágenes describen demasiado y narran demasiado poco.

Las masivas escenas de guerra, como la de la llegada de Vassili a Stalingrado, que tan buen resultado como descriptores del horror bélico proporcionaron a Spielberg, tienen el contenido de unos fuegos de artificio sobre los que insertar el duelo con el francotirador alemán y un triángulo de amor desmayado que incluye a Tania (Rachel Weisz) y el amigo del protagonista, Danilov (Joseph Fiennes). Es, por si fuera poco, lo peor de la sesión. Annaud tan siquiera es capaz de evitar un encuentro sexual entre Zaitsev y Tania de tan poco interés como el que dañaba tanto su adaptación de la novela "El nombre de la rosa", de Umberto Eco. La rémora de malas ideas culmina con un pseudo-discurso contra la guerra, a modo de justificación, a punto de concluir la película, en boca de Danilov (un personaje a medio hacer), que puede haberse convertido en inevitable para el cine bélico desde la inigualable La delgada línea roja.

Rubén Corral     


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