En
Enredos del corazón confluyen dos géneros que conviven de forma pareja:
la comedia de (re)matrimonio y el drama familiar. Se notan, también,
formalidades e influencias que denotan su carácter aglutinante: ciertos tics
del cine indie, el trabajo de los diálogos al estilo Woody Allen, la
variante pop de la banda sonora, el clasicismo que exuda el delineado de los
personajes.
Es que el film de
Mike Binder se centra en dos interpretaciones excluyentes como son las de
Kevin Costner y Joan Allen. A partir de estos dos actores la historia
despega de la medianía de la puesta en escena y logra revertir el tedio
que suscitan sus personajes secundarios.
Aquí Allen
interpreta a una mujer cuyo marido desaparece de forma repentina dejándola
al amparo... de sus cuatro hijas. Con la tristeza del abandono y el desafío
de seguir adelante y enfrentar sola la crianza y la manutención del hogar,
la protagonista encuentra en la bebida un compañero, un apoyo para sus
penurias. Pero, pronto, en medio de esta debacle su vida se cruzará con la
de su vecino, el invaluable Costner, un ex beisbolista (sí, otra vez)
devenido showman de radio, con quien comparte el gusto por el alcohol
y la crisis de saber que una etapa se encuentra definitivamente concluida.
A partir de allí,
el film propone una idea simple pero perturbadora: homologar el enojo, la
frustración y el miedo de la protagonista con una concepción ideológica de carácter intolerante
y autoritario. Entre su incapacidad de entender posturas e intereses ajenos
y la
confrontación entre generaciones y estilos de vida diferentes avanza pues el
relato, que luego comienza a explorar un posible
cambio de perspectivas en un tono que es en parte burlón, en parte
melodramático. Se diría que la película trabaja una concepción de "apertura";
la
iniciación de una nueva forma de vida y de convivencia, el ingreso de
figuras foráneas al seno familiar (cualquier interpretación política post 11
de septiembre corre por su cuenta), el cambio que supone el fin de un ciclo
y el inicio de otro. Estos elementos la aproximan a muchos otros títulos de
la llamada nueva comedia americana, como Mi novia Polly
(John Hamburg) o Como si fuera la primera vez (Peter Segal).
Todo
se encamina hacia la formación de una familia disfuncional pero
finalmente esperanzada. Claro que para lograr su esperado happy ending
el director recurre a una vuelta de tuerca que desdibuja lo
previamente narrado, y cierra el paquete con un manto de condescendencia que
subestima a sus criaturas.
Bruno Gargiulo
|