Hay unos
cuantos que vienen insistiendo hace varios años con un supuesto renacimiento
del western, un género al que otros tantos consideran muerto desde la década
del setenta. Nada de lo anteriormente mencionado es del todo cierto. A lo
que se asiste es más bien a una serie de chispazos, entre los que se puede
contar Pacto de justicia, El tren de las 3:10 a Yuma y
Perseguidos por el pasado. De ahí a que estemos ante un retorno pleno a
la época dorada hay un largo trecho, pero tampoco cabe decir que el western
está muerto desde hace treinta años: lo que ha hecho en las últimas tres
décadas es mutar permanentemente, adaptar sus personajes, mitos y temáticas
a otros ámbitos, como el de la fantasía (La guerra de las galaxias),
el cine de acción (Duro de matar) o la ciencia ficción (Guerra de
los mundos).
Entre la vida y la muerte
es un ejemplo bastante puro de cine del Oeste con una trama típica: dos
pistoleros, Virgil y Everett (Ed Harris y Viggo Mortensen), son contratados
para restablecer el orden en el pueblo de Appaloosa, agobiado por el
ranchero Bragg (Jeremy Irons), quien junto a sus hombres ha asesinado al
sheriff y hace básicamente lo que se le canta. Virgil y Everett se postulan
rápidamente como la nueva autoridad al asesinar a tres hombres de Bragg,
insinuando rápidamente un duelo que se anuncia terrible y electrizante.
Y sin embargo, el film de Ed
Harris (quien toma las riendas de la dirección y el guión por segunda vez
luego de Pollock) se toma su tiempo, y aquieta las aguas, para
centrarse en la relación entre Virgil y Everett, que es puesta a prueba con
la aparición de un tercer factor. Obviamente, una mujer, en este caso
una viuda recién llegada al pueblo, interpretada por Renée Zellweger, que se
enreda casi al instante con Virgil... sin dejar de considerar a Everett. Una
excusa, al fin de cuentas, para explorar las relaciones masculinas, esas
amistades tan viriles que rozan la homosexualidad. O para ver cómo
reaccionan los hombres ante la figura femenina; los juegos de manipulación;
los celos; cómo algunas mujeres acatan ciertas reglas machistas para
reconvertirlas a su favor, buscando protección en quien más les conviene. O
incluso cómo los sentimientos más arbitrarios y aparentemente inverosímiles
son los que mueven finalmente a las personas.
Todo pautado a través de la
aventura. En el medio hay varios tiroteos, una captura, un juicio, un
secuestro, un perdón presidencial, cambios de rumbo en los protagonistas,
etcétera. Harris se preocupa por los personajes antes que por las
situaciones (a pesar de que trabaja con sencillez y precisión la puesta en
escena y aspectos técnicos como el sonido) y narra con parsimonia, quizá
demasiada. Por momentos, Appaloosa es un film que confunde fluidez
con lentitud y autoconciencia de género con frialdad, volviéndose perezosa y
excesivamente cerebral, sin generar la empatía suficiente.
Más allá de eso, la película
cuenta con un dúo principal de extrema hidalguía, al que se agrega un Jeremy
Irons en su salsa. Ellos tres elevan la categoría dramática de todo el
asunto, algo que se puede notar especialmente en el simple pero poderoso
final, que recupera y realza en el espectador el recuerdo de todo lo que vio
durante el metraje.
Entre la vida y la muerte
es, en consecuencia, un film tan imperfecto como noble, que en su aparente
rusticidad es capaz de convertirse en un drama moral. Quizá no sea un
western tan puro. O tal vez, el western nunca haya sido tan puro como
siempre se lo pensó. La discusión sigue abierta.
Rodrigo Seijas
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