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ERIN BROCKOVICH

Estados Unidos, 1999


Dirigida por Steven Soderbergh, con Julia Roberts, Albert Finney, Aaron Eckhart, Cherry Jones, Marg Helgenberger, Peter Coyote.



En el esplendor de ese encanto que tan buenos dividendos le ha rendido (salvo cuando se atrevió a participar de una experiencia tan dark como Mary Reilly, de Stephen Frears), Julia Roberts vuelve a calzarse pilchas muy semejantes a las que portaba, hace diez años, en el superéxito que la catapultó al estrellato femenino más encumbrado del último par de décadas: Mujer bonita. Como se recordará, en esa mediocre pero muy efectiva versión de la Cenicienta cruzada con Pigmalión, la chica –chiquilla, en ese entonces– Roberts era una puta hollywoodense, profesional y prevenida (llevaba con ella una colección de forros), que se vestía con la vulgaridad chillona que exigía su personaje, hasta que llegaba el yuppie paternalista Richard Gere y le enseñaba cómo ser una señorita elegante y de buen tono.

Una de las varias cosas buenas de este estreno, basado en sucesos reales y recientes, es que el personaje a cargo de Julia R. –la Erin Brockovich del título, claro– se pone tops que exhiben sus tetas en bandeja, minifaldas en el borde de sus calzones, lleva los pelos alborotados en el más rancio estilo Luisa Kuliok, y avanza por la vida sin preocuparse por el escándalo que provoca entre las personas de presumible "buen gusto". Ella se arregla así porque ése es el estilo que la representa, y porque de ese modo se siente atractiva y segura. No sólo les hace pito catalán a sus compañeras de trabajo que murmuran a sus espaldas (a menudo desnudas) sino que no hay ningún Pigmalión que modifique sus gustos. Cuando todavía hay jueces en el mundo que en casos de violación o acoso sexual han fallado a favor del agresor porque la víctima llevaba una mini muy corta –como sucedió no hace mucho en España– viene bien que una mujer como Erin B. reivindique el derecho de vestirse como a una/o se le cante.

Desde luego, esta integridad respecto de su atuendo de la protagonista de una historia real es apenas el reflejo de una personalidad unívoca, vigorosa, corajuda que se va desarrollando al compás de sus aventuras narradas con fluidez, emoción y humor. Cualidades debidas a los buenos oficios del versátil Steven Soderbergh (Sexo, mentiras y video), un director capaz de pasar de los sofisticados efluvios eróticos de Put of Sight a esta rebanada de vida que, Julia Roberts mediante, por momentos parece más grande que la vida... En lugar de centrarse casi exclusivamente –como ocurrió en El sindrome de China o en Silkwood– en el tema de la denuncia, que en este caso se ganó contra la poderosa empresa Pacific Gas & Electric, el film le da mucho espacio al personaje de Erin, a sus vivencias y conflictos familiares, a su crecimiento personal. Así, Erin Brockovich se convierte en uno de los films que con mayor sensibilidad y equidad han planteado el tironeo universal que sufren las madres trabajadoras, entre la culpa por dejar a los hijos en otras manos y la necesidad imperiosa de realizar otras actividades (que, con suerte, pueden ser vocacionales). Mientras lucha por los derechos de los afectados por las aguas que contaminó PG&E, a Erin le duele separarse de los chicos y cuando regresa exhausta, a veces se deja llevar por el malhumor. Felizmente, encuentra a un tipo que, a pesar de roces y distanciamientos, es capaz de intercambiar roles tradicionales. Básicamente honesta, Erin alienta la íntima convicción de que sus hijos van a saber comprenderla en algún momento. Y tiene toda la razón, como queda demostrado en la emotiva escena en que uno de los niños se interesa espontáneamente por los demandantes gravemente afectados, valorando la conducta de su madre, identificándose con sus inquietudes.

Si bien Julia Roberts es una protagonista carismática y arrolladora que puede permitirse estar todo el tiempo en escena sin saturar, hay que señalar que la actriz dispone en esta oportunidad de un partner de lujo: el gran Albert Finney, rebosante de humanidad encarnando al dueño del bufete que primero le da empleo a la chica de la sonrisa rutilante, y después se embarca en su estela luminosa para llevar adelante la lucha contra la empresa envenenadora. Atenti: la mesera que atiende en la escenita del bar a Julita y sus críos es la mismísima y verdadera Erin Brockovich, evidentemente encantada de tener semejante doble en la pantalla.

Moira Soto (*)      


(*) Esta es la primera nota de Moira Soto en CINEISMO. ¡Bienvenida!