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EROS

Estados Unidos-Italia-Hong Kong, 2004


Largometraje episódico dirigido por Michelangelo Antonioni, Steven Soderbergh y Wong Kar-wai, con Robert Downey Jr., Alan Arkin, Christopher Buchholz, Gong Li, Chen Chang.



Intentando recuperar un formato que en los ‘60, y especialmente en el cine italiano, se había puesto de moda reuniendo diferentes directores famosos para, con sus cortos o mediometrajes, armar una película “temática” (con un lema como hilo conductor o eje central del film total), aparece Eros. Detrás del film, también debe decirse, se juegan los deseos de Michelangelo Antonioni por seguir filmando a los 90 años, y después de un derrame cerebral que afectó seriamente su movilidad y su habla. Las otras dos firmas que rubrican el proyecto son las de Steven Soderbergh (en reemplazo del previamente convocado Pedro Almodóvar) y Wong Kar-wai, admiradores de la obra del maestro italiano y –según sus propias palabras– deudores de su cine. Como en todos los films episódicos o colectivos, los desniveles de Eros son evidentes. Y como suele suceder, el orden elegido para la presentación de los trabajos va de menor a mayor.

Lamentablemente (por lo menos para aquellos que le adjudicamos valía en la historia del cine), Antonioni es el primero en salir al ruedo con El peligroso filo de las cosas. Una especie de triángulo amoroso entre una pareja que está en plena crisis y una mujer misteriosa y liberal. Apenas unos diálogos banales para sugerir verdades profundas sobre (el fin de) el amor –líneas que a su pesar derrapan en una retórica grandilocuente–, unas locaciones bellísimas (Toscana) y actuaciones superficiales. El problema más grave es la resolución audiovisual, paupérrima en ideas, que pretende hacer pasar gato por liebre presentando unos desnudos femeninos o una masturbación a cámara como el summum de la transgresión cuando apenas son la copia de una película porno soft de cable, y acaban operando como el gris remedo de alguien que alguna vez fue un grande. Literal, burdo, tonto, una gran decepción.

Soderbergh ofrece en Equilibrium el más indirecto acercamiento al tema (que, dicho sea de paso y por las dudas, es el erotismo, o el amor sensual). En los ‘50, un creativo publicitario asiste a su primera sesión de terapia ante un analista que parece más interesado en el afuera (lo que no llega a ver a través de la ventana) que en los problemas de su paciente. Filmando en blanco y negro la realidad y en colores el mundo onírico, con alusiones hitchcockianas (La ventana indiscreta, Vértigo, Cuéntame tu vida) y hasta un coqueteo con el film noir, el corto resuelve con humor las preguntas y los temores más comunes (¿qué hace el terapeuta a nuestras espaldas en plena sesión?, ¿cómo decir lo que nos cuesta tanto?, ¿cuál es el límite entre sueño y realidad?) y saca provecho de dos actores siempre lúcidos y en forma: Alan Arkin y Robert Downey Jr.

La mano es otra joya de Wong Kar-wai. En poco más de media hora desarrolla la historia (estamos en los ‘60) de una cortesana y su relación con un aprendiz de sastre inexperto y virgen. Si el recorrido masculino va de la humillación al amor caballeresco, el femenino pasa del abuso de poder a la denigración y la muerte repitiendo el clasicismo de “La dama de las camelias” y de “Pigmalión” (invirtiendo sus roles) y, a la vez, reviviendo temas y motivos que desvelan a este director (entre Con ánimo de amar y 2046). Haciendo uso –ya característico en sus producciones– de una bellísima fotografía, unos decorados (pasillo y habitaciones) intrigantes, una banda sonora embrujante, un vestuario seductor, una puesta en escena sugerente y cuidada que fragmenta los cuerpos y los espacios y un reparto de agraciados rostros y figuras que además entrega estupendas actuaciones, el hongkonés vuelve a recrear, como un Puig oriental, una época que ya fue, con la melancolía y el fulgor que todo tiempo pasado conserva, y un amor puro fuego y pasión pero a la vez pudoroso –no necesita exhibiciones banas– y (¿como todo gran amor?) imposible.

A modo de enlace entre los tres cortos se escucha una hipnótica canción de y por Caetano Veloso (“Michelangelo Antonioni”), sobre unos dibujos de Lorenzo Mattotti que supo captar de algún modo la esencia de los tres realizadores.

Eros, como se sabe, es en la mitología griega el Dios del amor carnal y sensual. Si pensamos en los planteos filosóficos que Platón desarrolla tanto en “Fedro” como en “El banquete”, podríamos encontrar en cada uno de los episodios los tres tipos de amantes clasificados: el poseído por la pulsión física y egoísta, el moderado que aunque acaba complaciendo el impulso sexual lo hace racionalmente, y el amante como auténtico filósofo que, siendo del mismo sexo, sublima la servidumbre sexual en procura de hallar, investigando junto al otro, la Verdad, la Belleza y el Bien. Detalle curioso que, por supuesto, no modifica demasiado este desigual fresco sobre el amor.

Javier Luzi      


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