se vale de algunos elementos recurrentes del western, el género más
arraigado y antiguo del cine norteamericano, para narrar la historia de John
Grady Cole (Matt Damon). Este cowboy texano sale en busca de aventura
y encuentra un amor, varias dificultades y una temprana madurez que lo
hace retornar transformado. El problema es que el nuevo film del actor y
director Billy Bob Thornton (Resplandor en la noche) se queda a mitad
de camino entre aquel modelo que forjó el mito idealizado de la conquista
del Oeste, y el drama romántico que también atraviesa el relato.
La película se inicia con la descripción de los hechos que disparan el
conflicto y mueven a la acción al joven protagonista. John se queda sin
hogar luego de que su madre vende el rancho de Texas donde ha pasado toda su
infancia. Atraído por la vida de vaqueros del otro lado de la frontera,
emprende un viaje (a caballo, por supuesto) junto a su mejor amigo Lacey
Rawlins (Henry Thomas).
Si de westerns se trata, Espíritu salvaje sitúa a su héroe
en parajes lejanos a su hogar (los muchachos cruzan el Río Grande y llegan
a territorio mexicano), pone a prueba a sus personajes para hablar del honor
y recoge el ideal del hombre americano: valeroso, ansioso de libertad y con
capacidad de sacrificarse por la tierra, la justicia, la mujer y,
especialmente, los caballos.
Pero este film se ubica luego de la Segunda Guerra Mundial y, al igual
que lo hace el western en ese momento, reflexiona sobre ese origen épico
intocable. En Espíritu salvaje, los "buenos" no son tan
puros; la figura del villano está diseminada en varios personajes
secundarios y, por ende, desdibujada. El héroe sabe domar caballos y montar
pero no porta armas ni se bate a duelo, sólo se enfrenta en defensa propia
y con un cuchillo o un rehén. También se permite tener miedo, sentir culpa
y hasta tener que confesarse: "maté a un hombre y me siento mal por
ello, no quería que piense que soy alguien especial", le dice John al
juez hacia el final. Estos sentimientos lo humanizan y potencian la
identificación del espectador. Al igual que la elección del punto de
vista, que nunca se distancia del personaje principal.
En el comienzo la película trabaja sobre las "travesuras" de
los dos cowboys llegados desde Texas y un tercer jovencito (Lucas Black) que
se une a ellos y que es quien desencadena varios de los conflictos
posteriores. Pero luego el film abandona esa veta que retomará más
adelante –mucho más adelante–, para centrarse en la estadía de John
Grady Cole en la hacienda del millonario Rocha (Ruben Blades).
El western se diluye en la historia de amor del chico y Alejandra
(Penélope Cruz), y a partir de allí Espíritu salvaje explota una
construcción dramática más que probada y previsible. Pongámoslo así:
joven buen mozo y extranjero (que además habla español con acento yanqui)
se enamora de la chica rica, hermosa y, como es hija del patrón, prohibida.
Ella lo ama y se entrega rápidamente a sus encantos pero no puede faltar a
su "palabra de honor". La tía madura y amargada que de joven se
reconoce igual a la sobrina pero de vieja cuida celosamente su
"reputación", el amigo fiel y el malvado de turno completan la
galería de personajes de una receta poco original.
Siempre es bienvenida la belleza de Penélope Cruz en la pantalla; la
actuación de Matt Damon es convincente, aunque no tanto como en otras
ocasiones. La música country y alguna que otra ranchera dan con el tono del
film, que es visualmente atractivo, aunque el guión no siempre fluya con
"espíritu salvaje".