El cine
oriental constituye una oportunidad óptima para introducirnos en
–o
al menos, aproximarnos a–
la intimidad de otras sociedades, y conocer algo de otras culturas. Las
políticas de distribución nos limitan a ver contados ejemplos de una
cimematografía por demás abundante, y hoy los festivales brindan las
posibilidades casi exclusivas para poder apreciar esos films. Gracias al
Bafici pudimos conocer algunos directores de la nueva y explosiva
cinematografía de Corea de Sur: la filmografía del revulsivo Kim Ki-duk,
algo del talentoso Hong Sang-soo, y algunas películas de Lee Chang-dong. Si
a veces se ha comparado el cine coreano con el argentino por su eclosión de
los últimos años, porque anualmente se producen unos 50 estrenos, como aquí,
cabe aclarar que un éxito local como Oldboy, film de acción que
veremos próximamente, convocó en 13 meses a más de 3 millones de
espectadores en Corea, cifra inimaginable en estas pampas. También como el
argentino, el cine coreano presenta una amplia variedad de realizaciones:
cine independiente de autor, de acción, industrial, costumbrista, etc. Los
misteriosos intereses de la distribución permitieron el estreno de La
esposa del buen abogado, de Im Sang-soo, mientras que los films de su
tocayo (no olvidemos que Sang-soo es el nombre de pila), mucho más
interesantes, saben cada vez más imposible su estreno en Argentina.
En esta
ocasión, quien pretenda interesarse por otras culturas quedará parcialmente
satisfecho: la historia que narra el film podría suceder en cualquier otro
país, si bien hay claras diferencias de sensibilidad y de tratamiento. Un
abogado exitoso descuida la atención a su propia mujer y a su familia
mientras se ocupa de su trabajo y de pasar las noches con su amante,
mientras su secretaria espera pacientemente que llegue su turno en la línea
de seducción. La esposa (Moo So-ri, excepcional actriz de la asombrosa
Oasis
de Lee Chang-dong) acepta a medias el abandono de su marido mientras cuida a
su hijo adoptivo y a su suegro moribundo. El abogado tiene una intensa vida
sexual, aunque en sus performances no logra satisfacer a las mujeres, que
acaban masturbándose, y la esposa empieza a considerar seriamente al bizarro
vecino adolescente que la acosa como una alternativa a un matrimonio
incompleto. Es permanente el contraste entre la eficiencia profesional del
abogado y su desorientación personal, que lo lleva a perder el control de
todas las situaciones en que se ve involucrado. Y la escena inicial es un
claro preludio de lo que se repetirá después. Las anécdotas de esa familia
disfuncional se reiteran de una y otra manera, hasta que la tragedia irrumpe
de manera un poco descolocada, forzadamente, acelerando el desenlace y un
final que decae. Im Sang-soo focaliza buena parte de la atención en el
cuerpo: sexo en abundancia, entrenamiento corporal para la danza, higiene,
accidentes, embarazos, aborto, enfermedad y muerte son centros alrededor de
los cuales gira la acción.
Cuerpo y
familia, heridas de la guerra que permanecen abiertas, la fuerza del destino
con una dosis de acción e intriga, cuadro social y una puesta en escena
convencional conforman un film que importa para comprobar el estado de la
globalización y en qué se parece esa sociedad a la estadounidense, por
ejemplo. En ambas impera el exitismo, en ambas está en franca decadencia el
sistema patriarcal. Por otra parte, es interesante observar la particular
sensibilidad para presentar los puntos de vista masculino y femenino, y la
ligereza y ausencia de juicio en el tratamiento de relaciones sexuales que
aquí podrían resultar más pesadas: la suegra que ya ha encontrado un novio
más gratificante que su marido enfermo y egoísta, el romance entre la mujer
adulta y el muchachito, los sucesivos encuentros sexuales del protagonista,
quien en su extravío está siguiendo uno a uno los pasos de su padre.
Josefina Sartora
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