Las estafadoras era un proyecto con grandes chances de convertirse
en algo más que otra película de Hollywood. Y no por el hecho de contar
con un elenco en el que brillan Gene Hackman, Sigourney Weaver y Anne
Bancroft junto con actores no tan gratos como el simpático pero apenas
correcto Jason Lee (Casi famosos), Jennifer Love Hewitt ( la chica
perseguida por el asesino del garfio en Sé lo que hicieron el verano
pasado y protagonista de las series Party Of Five y Time Of
Your Life) y Ray Liotta (con sobredosis permanente desde Buenos
Muchachos). El que despertaba muchas expectativas era el director
David Mirkin, productor ejecutivo de la ácida y corrosiva teleserie Los
Simpson, por la que ganó tres Emmy. Incluso el argumento, que cuenta la
historia de Max (Weaver) y su hija Page (Love Hewitt), quienes estafan a
hombres millonarios casándose con ellos para engañarlos y deciden dar un
último gran golpe antes de liquidar su asociación, guardaba un
gran parecido con el último episodio de Los Simpson emitido días pasados
por Fox, en el que Bart y Homero se convierten en estafadores
profesionales para poder reparar el auto de la familia y, de paso,
vengarse de la justicia divina.
Pero ahí se acaban los parecidos y
la posibilidad de estar frente a un film diferente. Porque Mirkin no se
atrevió a dejar plantada su huella en la historia, como si todo su
atrevimiento y audacia hubieran sido absorbidos por la pantalla chica.
Tras los primeros minutos, en los que el film parece querer romper con lo
establecido, se encamina barranca abajo hacia una rutina ineficaz, plena
de lugares comunes y, por momentos, al borde del ridículo.
La excepción es William Tensy, el
personaje interpretado por Hackman, último pez gordo a cazar por el dúo
de delincuentas, dueño de una compañía tabacalera y fumador
empedernido. Capaz de llamar nazi a otra persona porque no lo deja fumar a
medio metro de una pintura o de narrar sonriente los experimentos que
emprende su compañía con niños de nueve años, William es el elemento
cínico, feroz, por el que trata de manifestarse el director. Mediante
este divertido millonario, Mirkin no critica a los fumadores, ni se
detiene en las tabacaleras. Apunta a las corporaciones en general, que
controlan permanentemente los gustos y opiniones de la población. Por
algo Tensy posee más de una característica de Mr. Burns, el jefe de
Homero.
Pero en cuanto ese rico personaje
desaparece, la película pone rumbo a un desenlace penosamente estirado,
con varias vueltas de tuerca destinadas al cierre correcto que prescriben
los cánones americanos, según los cuales el amor y la familia
prevalecen. Y el espectador, que aguardaba desesperadamente un nuevo giro
que le diera otro sentido a la trama, se queda con un final completamente
edulcorado. Mejor es ver cualquier capítulo de Los Simpson. Duran
apenas media hora, pero ofrecen mucho más.
Rodrigo Seijas
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