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ESTAN ENTRE NOSOTROS
(Shutter)

Tailandia, 2004



Dirigida por Banjong Pisanthanakun y Parkpoom Wongpoom, con Ananda Everingham, Natthaweeranuch Thongmee, Achita Sikamana, Unnop Chanpaibool.



La de Tailandia es una cinematografía industrial emergente a la sombra económica y estética de la desarrollada en Japón, Corea y, especialmente, Hong Kong, que por azares de la globalización (el acceso a soportes alternativos como el VCD o el Divx) está llegando hasta nosotros con cierta facilidad. Hoy cualquiera que se lo proponga puede conseguir películas como Bang Rajan (una épica melancólica sobre la lucha histórica real de unos aldeanos contra el poder imperial), Ong Baek (con el astro Tony Jaa siguiendo los pasos de Jackie Chan con un poco menos de humor y la misma creativa destreza física) o esa inasible mixtura de clase Z –cuyo título ignoro pues la copia circulaba con los créditos escritos en ruso– sobre un meteorito portador de demonios. Y también, claro, el film que nos ocupa: Shutter o Están entre nosotros, título que bien podría aplicarse a la realidad de este cine que se nos viene.

La película de Banjong Pisanthanakun y Parkpoom Wongpoom sigue el modelo genérico impuesto por el cine de terror japonés de los últimos quince años: un fantasma de sexo femenino y pelo negro, lacio y largo acosa a quien lo atropellara (cuando aún era humano) y luego se diera a la fuga sin siquiera mirar atrás. Pero aquí el énfasis está puesto en la relación entre la técnica (fotográfica) y la posibilidad que ésta nos abre de acceder a otras dimensiones de la existencia, otorgándole al usuario un conocimiento a la vez deseable y perturbador. Más allá de algunos efectos de montaje tramposos pero eficaces, Shutter mete miedo en serio gracias a la exploración de ese más allá que las fotografías del protagonista comienzan a revelar. Sobreimpresiones y manchas adquieren sentidos ominosos, y el contraste entre una cultura que practica la magia como ritual cotidiano y otra que viene imponiendo su credo tecnológico desde Occidente se percibe no sólo en el argumento sino también en la rústica textura formal de la película.

Este conflicto cultural se acentúa cuando la pareja protagónica, decidida a resolver el problema, busca los rastros de la víctima y las huellas de su origen. Dicha búsqueda los llevará de la ciudad al campo, del espacio urbano racional al espacio rural rarificado por tradiciones religiosas milenarias que los antepasados ya no comparten con las nuevas generaciones, del puro presente ciudadano a la noche oscura de los tiempos viscosos de la naturaleza. El malestar que subyace en Shutter es el de una identidad en descomposición y otra naciente cuyo tortuoso sincretismo es metaforizado por las sobreimpresiones fotográficas. Si en The Ring, de Hideo Nakata (modelo ejemplar de muchas de estas películas), una mancha de luz distorsionaba los rostros de los condenados, aquí lo que aparece en las fotos son los rasgos, difusos pero perceptibles, de alguien que no estaba presente a la hora de la toma pero sí a la del revelado. Revelación del otro (en tanto persona o mundo) mediante la técnica.

Otro aspecto original de esta ficción es que, aunque sabremos de unos crímenes en nombre de la justicia motivados por la típica venganza de un hecho del pasado, al fantasma parece importarle menos la aniquilación del que mira (el fotógrafo y, por añadidura, el espectador) que la convivencia con él. Si el noventa por ciento de los fantasmas cinematográficos de las últimas dos décadas procuran cumplir con su cometido para descansar en paz, éste prefiere imponerle a su víctima todo el peso (incluso literal) de su presencia. El reclamo de justicia es una excusa detrás de la que se oculta una razón más poderosa, relacionada con el instinto que nos lleva a todos a perseverar en nuestro ser, a afianzar nuestra identidad reflejándonos en la mirada de los otros. Esto hace que el final, sin ser violento, sea uno de los más atroces que yo recuerde en años. Hasta el amague alegórico se torna insignificante debido a la intolerable representación física de su valor simbólico. Ese solo instante ya vale el precio de la entrada de esta película que de principio a fin dice mucho más de lo que se propone, y entretiene tanto como promete.

Marcos Vieytes      


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