Santiago Mitre se mete en la
política y mete a la política de prepo en el cine nacional contemporáneo.
Con semejante apellido la apuesta no sorprende y, lamentablemente, tampoco
la postura asumida. Roque (Esteban Lamothe) es un joven del interior
bonaerense (dato no menor porque los chacareros que pueblan esas tierras se
hicieron escuchar hace un tiempo no tan lejano) que viene a la Capital a
estudiar en la Facultad y tras varios intentos probando distintas carreras
se anota en Sociales. Sus escarceos amorosos con una compañera le facilitan
una mudanza de la habitación compartida en la pensión a un cuarto en una
casa del Gran Buenos Aires y lo relacionan con una familia con inquietudes
políticas de izquierda. Así se acerca a cierta militancia estudiantil.
Conocer a una docente (Romina Paula) en una asamblea le permitirá entrar de
lleno y vertiginosamente (lo increíble de semejante ascenso es una licencia
poética del guión) en una carrera fulgurante con segundo lugar en las
elecciones para la agrupación de la que forma parte y en la que colaboró
activamente y posterior posicionamiento como mano derecha del candidato en
las sombras para la elección de Rector.
El
estudiante es una
película viva, sus personajes laten y sienten (mérito también de las muy
buenas actuaciones) y así se muestran y se cuentan y no sólo en el plano
político sino en los intersticios donde la vida privada se desarrolla y se
despliega con los ímpetus juveniles, filmada con pulso y narrada con
fluidez.
El problema
es el mundo de lo político que se construye. Que si pretende funcionar como
mímesis del “real”, sin dejar de ser bastante cercano al verdadero (hay un
trabajo de investigación detrás), no lllega a despegar del lugar común que sostiene que la Universidad es el
semillero de la política nacional con lo bueno y, sobre todo, con lo malo que
ello implica. Y si pretende construir un verosímil hay decisiones que
hacen ruido. La más fuerte es la ausencia de la voz del peronismo, como si
se siguiesen sosteniendo ideas de tiempos idos donde se nominaba a Perón
como “el tirano prófugo” o, directamente, se prohibía nombrar todo lo que
tuviera que ver con el peronismo. Dos escenas son suficientes para
ejemplificar lo dicho: la famosa marchita entonada por el profesor de izquierdas y un trabajador del campo
"que fue
peronista sólo por tres horas”, entre copas de buen vino en un restaurante
burgués; y el discurso de Perón echando a los montoneros de la Plaza en
una imitación poco feliz (que más parece un De la Rúa tinellizado), realizada
por un estudiante en un camping de formación. Las demás construcciones de
los grupos políticos en disputa (las distintas izquierdas, los
independientes, el socialismo, el radicalismo) se valen de los estereotipos
pero no por ello dejan de mostrar una carnadura y cierta profundidad.
La voz en
off explicativa es un desacierto (pero también es marca de fábrica) y puede
explicarse como poca confianza en las imágenes, o en el espectador.
Vale la pena apuntar que el antagonista de la película, donde finalmente
caen todos los males, se apellida Viñas, dato no menor si consideramos que
en Filo (la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA) es recordada la
disputa ideológica, que trascendió las fronteras de esa casa de estudios y
hasta llegó a los medios televisivos, entre David Viñas (creador de "Contorno" –una revista que se preocupó por pensar el peronismo entre
otras cosas– y quién fundó una crítica que cruzó lo político y lo social con
lo literario, y que además fue padre de dos hijos que fueron desaparecidos)
y Beatriz Sarlo, crítica cultural de la posmodernidad, pareja de Rafael
Filipelli, uno de los maestros de esta generación de la FUC.
¿Qué
significa la política para El estudiante? La película plantea que no
es más que traiciones, chanchuyos, conexiones familiares y de amistad y la
posibilidad de coger minas. Visión pesimista, idiota en su machismo y falocentrismo, sin dudas. Y
peligrosa en su superficialidad que deja ese campo en manos de los que
sostienen que la política es mala o, lo que es casi lo mismo, en la
inocentada naif y casi infantil de quien se cree que con un “no” de uno
solo se detienen siglos de sometimiento. Ingenuidad que se había
anticipado en el relato en off sobre Lisandro de la Torre, ese político que configura la imagen de la pureza contra la corrupción sólo para quien
se deja obnubilar por los gestos altisonantes. La caracterización que hizo
de Yrigoyen para abandonar el radicalismo, la alianza con los mitristas, la
fundación del Partido Demócrata Progresista demuestran claramente su
ideología. Y por ende su ensalzamiento por parte del film manifiesta una
falta de conocimiento, una parcial lectura histórica o una clara toma de
posición política.
La
factoría de Mariano Llinás y la FUC, en alianza, sigue produciendo
películas que, aprovechando la vidriera que significa el espacio del que se
adueñaron en Bafici, suman premios y poca repercusión por fuera de ese
ámbito. Productos que, hay que reconocer, por lo menos permiten observar
dónde se posa cierta mirada generacional y reflexionar al respecto.
Javier Luzi
|