HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















ETERNO RESPLANDOR DE UNA MENTE SIN RECUERDOS
(Eternal Sunshine Of The Spotless Mind)

Estados Unidos, 2004


Dirigida por Michel Gondry, con Jim Carrey, Kate Winslet, Elijah Wood, Mark Ruffalo, Kirsten Dunst, Tom Wilkinson.



La cuestión de la autoría cinematográfica es desde hace ya décadas uno de los asuntos centrales de la crítica fílmica; las instituciones críticas seleccionan, bautizan y enaltecen año a tras año a nuevos autores (europeos, estadounidenses) para colocarlos en lo más alto del olimpo cinematográfico: Sofía Coppola, Wes Anderson y Paul Thomas Anderson son algunos de los talentosos-electos-realizadores; todos ellos han escrito o co-escrito los guiones de las películas que los llevaron a su lugar de privilegio.

Menos común (y prácticamente inusual) es que se incluya por estos días a un guionista en el selecto grupo de autores-del-cine. Menos común aun es que no sólo la crítica especializada sino también el público señale y reconozca a un guionista de la industria como a una figura a la cual seguir, película tras película. Este es el caso de Charlie Kaufman, autor de los guiones de los dos ingeniosos films de Spike Jonze (¿Quieres ser John Malkovich?, 1999; El ladrón de orquídeas, 2002); autor del guión del film del que en este momento nos encargamos: Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, dirigido por el francés Michel Gondry. Se hace entonces hincapié en la figura de Kaufman en tanto sus característicos rasgos de escritura se perciben claramente en sus –hasta ahora– cuatro guiones originales y en tanto Eterno resplandor... plasma claramente el universo del guionista.

Comedia romántica, melodrama surrealista en clave de ciencia ficción, la segunda película de Gondry plantea la posibilidad tecnológica de borrar de la propia mente los recuerdos de personas alguna vez queridas, incluso la posibilidad de borrar a las personas mismas. Este es el punto de partida (y de llegada) de una película que bucea en la psiquis protagónica, en los recuerdos, traumas y humillaciones de Joel Barish (Jim Carrey), quien se propone borrarse a una chica, se arrepiente en el mismo proceso de borrado y libra una batalla cuerpo a cuerpo entre su mínimo grado de conciencia-voluntad y la tecnología blanqueadora que –estando inconsciente– lo excede. Como en Malkovich, Kaufman propone para esta historia una trama de giros, frenazos y vericuetos filosóficos; esta vez le suma saltos temporales diversos que resultan en una narración fragmentaria.

¿Quieres ser John Malkovich? y Human Nature (2001, la primera de Gondry, también con guión de Kaufman) planteaban ya tramas sustentadas en la sorpresa y el guiño renovado. Como en estos films, las acciones de Eterno resplandor... aparecen muchas veces en función de alguna(s) idea(s), vaciadas de la autenticidad del personaje actuante: los guiones de Kaufman son conceptuales, densamente intelectuales. Kaufman no es pretencioso sino ambicioso; sus guiones buscan mucho sin pretender falsamente, pero no siempre encuentran todo lo que buscan: la solidez conceptual gana a veces peso en detrimento de personajes, emocionalidad y espesor climático.

Le ocurrió a la dupla Gondry-Kaufman en Human Nature y les vuelve a ocurrir en Eterno resplandor...: la temporalidad fragmentada del relato y la inicialmente débil exposición de los protagonistas –funcionales a los cuestionamientos sobre los recuerdos y las emociones y al surrealismo formal del film– son apuestas fuertes desde el guión y la realización pero nos privan a veces de unos personajes y una relación más y mejor desarrollados. Al ingenio conceptual se opone entonces la falta de climas y desarrollos que respiren verdad, y esta falta duele aun más porque Gondry revela (ya lo hizo en toda su producción de videoclips) gran capacidad para construir climas y emociones en algunas de las escenas de la película (la breve escena anaranjada debajo de las sábanas, la conversación entre estantes de librería al final del film). Estos climas –lamentablemente– no se integran ni potencian en un todo; se pierden muchas veces en cambio en un torbellino de breves fragmentos de virtuosismo formal. Los personajes funcionan como ideas, sí, pero no como personajes: las actuaciones de Carrey y Kate Winslet (a cargo de Clementine Kruczynski, la-chica-olvidada en cuestión) están todo lo bien que pueden estar partiendo de personajes a los que (especialmente en el caso de Barish-Carrey) se les otorgó poca atención y –por consiguiente– escaso espesor dramático. Lo mismo ocurre con la poco feliz subtrama que une a Kirsten Dunst (Mary) con Tom Wilkinson (Dr. Howard Mierzwiak) y desemboca en un final complaciente.

Jonze supo construir caracterizaciones sólidas en Malkovich no permitiendo que el ingenio le gane a las piezas-personajes que lo hacían funcionar: allí John Cusack siente y emociona en medio de pasadizos surrealistas y planteos de ciencia ficción. En Human Nature Gondry-Kaufman proponen una tenaz sátira filosófica en la que un exceso de ideas transforma personajes en excusas para transportarlas y deja al film con poca humanidad. Poca, pero no nula: allí, como en el estreno que nos ocupa, se ve una potencialidad climática que se asoma y pierde en parte ante la ambición de lograr un tratado filosófico y formal.

Y esta potencialidad se ha truncado en Eterno resplandor... también debido a un recurso del que ya se ha abusado en otros films para lograr tramas ingeniosas que no emocionan: las bruscas y constantes elipsis (que se hallan en el centro de la narrativa de la película) y la construcción en reverso del amor protagónico deconstruyen por momentos el humanismo que Gondry deja entrever por aquí y allá. La historia, claro está, exige una temporalidad difusa e incluso sincrónica: Gondry genera la psiquis protagónica mediante un laberinto formal poco usual, visualmente efectivo y cinematográficamente celebrable; toma la escritura de Kaufman (es, de hecho, co-autor de la historia) y la transforma en imágenes que sorprenden en todo momento y hasta fascinan en algunos (el paso del inmenso espacio de la librería al departamento de sus amigos mediante artilugios escenográficos y de iluminación; la desaparición videoclipera de personas y objetos al compás de la huída de Carrey-Winslet; la lluvia de la infancia en el departamento amoroso). Lo hemos dicho: hay humanismos aislados pero no una sensación permanente de pertenencia a una historia. Y no se trata de negar la propuesta de una temporalidad que escapa la linealidad volviéndose inmanente al presente protagónico; el problema no reside tanto en cambiar las líneas espacio-temporales anárquicamente solapadas como en hacer convivir esta propuesta con personajes palpables. El problema yace quizás –y siempre en parte– en el protagonismo combativo del Carrey-consciente en el mundo de los recuerdos; protagonismo que torna por momentos al film en un vertiginoso thriller surreal desplazando –olvidando– sus verdaderas potencialidades humanistas. Pero bueno, ¿quién sabe?

El ingenio vuelve a enfrentarse a la verdad emocional de la trama y la narración en reverso remite en un momento a una ingeniosa-y-vacía película de Christopher Nolan: aunque el universo de Gondry es infinitamente más interesante que el de Memento (2000), recae en el facilismo innecesario de engañar al espectador y buscar el golpe y la sorpresa de final-de-película: el prólogo del film nos anticipa el final del mismo mediante un flashforward que hace creer que los personajes se conocen por primera vez (cuando se trata de la segunda); este inadvertido salto temporal podrá hacer sonreír a mucho público-adolescente (y no nos referimos aquí a su edad) pero confunde y, en lugar de interesante, es netamente anticlimático. Plantea quizá la permanencia y equivalencia del amor original ante el enamoramiento reexpuesto: el espectador ve el amor post-recuerdos-borrados y lo interpreta como el punto de partida de la historia de amor original, que se desenvuelve justamente en la exploración de esos recuerdos perdidos; se han borrado los recuerdos pero los personajes (con ellos, los espectadores) sienten en una continuidad que va más allá de las innovadoras tecnologías. Lo dice más explícitamente el (uno de los) tagline del film: "Podés borrar a una persona de tu mente. Sacarla de tu corazón es otra historia."

La emocionante idea (que no deja de ser un concepto) se opone al clima, el artilugio cronológico funcionaría mejor si no plantease los interrogantes que, sin sumar demasiado, plantea: ¿Dónde se conocieron?; ¿Cuántas veces?; "Ah, mirá, ¡son los mismos planos que los del comienzo!". Las preguntas de Patrick (Elijah Wood) en el prólogo imponen interrogantes que reaparecen con sus sucesivas apariciones y parecen sólo embarrar el terreno con una pretenciosidad –aquí sí– climáticamente contraproducente. En el prólogo hay una idea, pero aburre por confuso y, quizá, redundante.

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos es visualmente innovadora y narrativamente refrescante. Su propuesta nunca es tediosa sino, en todo momento, original y arriesgada; su estreno en las salas locales es, en los tiempos que corren, aire fresco entre tanta homogeneización en la exhibición porteña: la ambición formal y temática es siempre saludable. Pero el riesgo siempre implica una posible –parcial– derrota; en este caso la derrota es emocional: pese a que el realizador francés conoce a los personajes (se comprueba en las imágenes finales y en algunos de los breves fragmentos amorosos), no logra conciliar ideas con desarrollos climáticos ante un guión que apela –lo hace con éxito– constantemente al ingenio psico-filosófico.

Ojalá Gondry nos emocione en los próximos años con la impactante precisión estética con la que lo hace en sus videoclips; con la sensibilidad que traslucen sus dos primeros largometrajes. Ojalá pueda sumarle humanidad a un guionista inteligente que se preocupa demasiado por serlo.

Tomás Binder      

ARTICULOS RELACIONADOS:
   >Crítica de ¿Quieres ser John Malkovich?


Enviá tu crítica al Foro