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EL EXORCISTA
(The Exorcist)

Estados Unidos, 1973


Dirigida por William Friedkin, con Linda Blair, Ellen Burstyn, Max Von Sydow, Lee J. Cobb, Jason Miller.



No les voy a hablar de las "escenas nunca vistas" ni voy a entrar en comparaciones entre la versión de 1973 y ésta, que lleva el ya dudoso sello de "Director's Cut", básicamente porque se trata de la misma película.

El exorcista está vigente, no del todo, pero vigente al fin. Ahora dura dos horas diez y lo que más me llamó la atención tiene que ver con esto. Si le agregaron quince minutos de escenas nunca vistas... ¿cómo no se les ocurrió cortar por lo menos otro tanto de la introducción? El planteamiento, con unos cuantos curas por un lado y una niña aparentemente normal que vive con su madre por el otro, es excesivamente largo, ocioso y está plagado de falsas secuencias de enlace (que no enlazan momentos fuertes sino tiempos más o menos muertos, dispersos). No es fácil llegar a los primeros indicios de la presencia de Satanás con los ojos del todo abiertos.

Satanás está en Regan, la nena de ocho años que fue el trampolín, y de algún modo también la tumba, de la carrera de Linda Blair. Los médicos, una vez más, no atinan con el diagnóstico. Que el lóbulo frontal (o lateral, ya no recuerdo), que una lesión, que hiperkinesis, que un desorden neurológico. Pero no, se trata del mismísimo Diablo. No importa por qué vino, o cuándo, lo que importa es que empiece a manifestarse, para ver cómo resiste, cuándo se irá si es que se va y cuáles serán los destrozos. En este sentido, El exorcista podría definirse como una película conductista. Que, una vez que arranca, empieza a ganar velocidad: de las puteadas infernales (¡en la boca de esa niña modosita!) a las voces gruesas (cada vez más gruesas...); de los sacudones en la cama (y de la cama) a los vómitos calientes; de la bajada de escalera a la cangrejo al giro de cabeza de 360º, y tantos otros pasos célebres cuyo relato me voy a ahorrar. Algo así como la mitad de estos movimientos, montados todos ellos en efectos especiales que en su momento eran inéditos, siguen cumpliendo con su labor: poner los pelos de punta. Muchos otros, en cambio, cerca están de provocar risas. No son necesariamente "fallas" de la película, sino una prueba más de que cualquier film añejo (pre-ochenta digamos) muy apoyado en los FX está fatalmente condenado a perder terreno en una época como la presente.

Si se fijan bien, otra cosa que llama la atención es que la historia se reduce casi a un único episodio (con su preámbulo, que es tan largo como se dijo, y unas pocas subtramas y personajes secundarios): el exorcismo. Y esto no sólo era original o novedoso entonces, sino ahora. En las últimas tres décadas se han visto muchos exorcismos en el cine, pero ninguno tan protagónico como el que nos ocupa. Lo que tiene que ver con la presencia y la prestancia de los exorcistas (Max Von Sydow y Jason Miller), de la joven Blair (por cierto) y, por supuesto, con el talento para la puesta en escena de William Friedkin.

Lo mejor, por lejos, es cuando el padre Karras (lo más parecido a un hippie en sotana, aunque suele andar de civil) llega a la casa en cuyo piso superior yace la poseída. Todavía no la ve, pero la escucha (todos esos sonidos guturales en general están muy logrados). La cara y el gesto de Karras reflejan tan bien a la niña (a esa niña) y anticipan tan intensamente la que se nos viene que, bueno, es toda una emoción. Ahí se me puso la piel de gallina.

Lo que resta es bienvenidamente breve. Y el final, estupendo.

Guillermo Ravaschino     


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