La primera Fantasia, estrenada en 1940,
fue el glorioso puntapié inicial de una de las gestas más ambiciosas de Walt Disney.
Estaba integrada por un puñado de cortometrajes de animación o cartoons
relativamente autónomos, concebidos para honrar fragmentos musicales más o menos
narrativos. Es decir permeables, por su progresión y ritmo, para sustentar historias
breves con un planteamiento, desarrollo y desenlace. Sí, algo así como los abuelos de la
mitad de los videoclips contemporáneos (la otra mitad es poco o nada
"narrativa"). Lo ambicioso era el plan del tío Walt, que preveía la
producción y el estreno de una nueva versión de Fantasía... ¡cada 12 meses!
El plan no se cumplió y la factoría Disney ya que no su fundador, muerto en
1966 hubo de esperar medio siglo, y aprovechar los fastos de un nuevo milenio, para
la segunda entrega de la serie.
Fantasía 2000 llega con un
pie apoyado en aquellas animaciones clásicas, dibujadas a mano y bidimensionales, y el
otro sobre las últimas tendencias de la animación digital, tridimensional, generada por
computadoras. Por lo demás, conserva la estructura de su predecesora. Las piezas
musicales continúan abrevando en célebres compositores de la música clásica de todos
los tiempos (de Beethoven a Elgar, pasando por Shostakovich y Stravinsky), excepción
hecha de la famosa Rapsodia azul de George Gershwin, que aporta cierta cuota jazzística
muy adecuada, por lo demás, para el fragmento "neoyorquino" del paquete: una
fábula ambientada en Manhattan que remite a la década del '30. En tanto, y también al
igual que en la versión original, numerosos actores y músicos muy prestigiosos se
alternan para presentar, de cara al público y a modo de "anfitriones" (esa
figura tan cara al american way of life), cada uno de los cortometrajes. Bette
Midler, James Earl Jones, Steve Martin y Angela Lansbury desfilan junto a Quincy Jones,
Itzhak Perlman y el ilustre Leopold Stokowski, entre algunos otros. Esto tiene algo de la
ceremonia de entrega de los Oscar: cierta rigidez y esas sonrisas, que también parecen
dibujadas. Pero claro, el plato fuerte no son los presentadores sino las animaciones.
Para empezar hay que decir que, en
líneas generales, la premisa de Fantasía 2000 funciona. Hablo de la decisión
de aprovechar texturas, colores y cadencias propios de los grandes hitos de la animación
de ayer y, al mismo tiempo, las bondades de la tecnología de punta. No sólo no se nota
la costura al interior de cada capítulo, sino que la media docena de cortos
flamantes convive en términos apasibles esto es, coherentes con "The
Sorcerer's Apprentice", el mayor hit de la versión original (que fue incluido
intacto en ésta) en el que Mickey Mouse se luce, y luego frustra, como aprendiz de mago.
En general, también, cabe destacar el hecho de que el formato de ambas Fantasía
habilita el libre juego de los dibujantes y animadores mucho más allá de los estrictos
límites que la factoría Disney, entre las más conservadoras del planeta, impone a los
guionistas, directores y actores cada vez que financia un film con personajes de carne y
hueso. Esto se traduce en la frescura y la poesía (muchas veces divorciada del realismo)
que respiran los mejores tramos de la película, en los que el virtuosismo de los
dibujantes se combina con los ritmos de la música y del montaje. Y confluye en lo más
interesante de todo este asunto: los instantes en los que el film consigue dialogar con
ese raro territorio de la mente en el que todos, para siempre, seguiremos siendo infantes.
Pero Fantasía 2000 no produce
milagros. Como la original, sigue siendo esencialmente una película para niños. O en
todo caso, con el correr del metraje se torna cada vez más restrictivamente
infantil. Y el paladar adulto, en cierto punto, puede llegar a empalagarse. Quedan ustedes
avisados.
Guillermo Ravaschino
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