De las entrañas de la factoría Disney y doblada al español
llega Flubber, remake de un exitoso producto de la misma compañía, The Absent
Minded Professor, que en la Argentina se conoció como El profesor Boligoma a
principios de la década del 60. Es la historia de un científico distraído, profesor de
química en el Medfield, un colegio al borde de la quiebra, de cuya directora se enamoró.
Pero la distracción incurable de Phillip Brainard (Robin Williams) conspira contra sus
intereses sentimentales. A la tercera vez que se olvida de asistir a su propia boda, Sara
(Marcia Gay Harden) decide poner sus energías en otro hombre, serio, antipático y
obsesivo, es decir, la perfecta antítesis del protagonista. Claro que ese mismísimo día
Philip Brainard descubre a Flubber, una especie de miki moko con cualidades
suplementarias: hace volar por los aires a cualquier cosa sobre la que se unte
incluidos automóviles y personas y es mucho menos asqueroso, porque hasta la
viscosidad de los objetos inanimados parece estar limitada por la "corrección
politica" de Walt Disney.
Flubber ostenta muchas otras
marcas públicas y notorias de la compañía. A saber: Sara es bonita pero no sexy, la
distracción del profe es el único sintoma de su amor, no hay un beso ni por equívoco,
todos malos incluidos son muy prolijos, andan peinados y están limpitos, y
todo el mundo usa cinturón de seguridad. Como era de imaginar, Brainard va a aprovechar
su invento para reconquistar a Sara, cosa que canaliza de varios modos: sacándola a volar
en auto (su fabuloso Thunderbird carmesí es uno de los pocos vestigios de la fábula
sesentista), ayudando al equipo de básquet de la escuela, vendiendo la patente de Flubber
a la Ford (que se hizo cargo de buena parte del costo de la película) para saldar las
deudas del Medfield.
El malo de
la película es precisamente el acreedor del College. Sus dos matones recuerdan demasiado
a los de Mi pobre angelito: torpes, tontos, sufrirán toda clase de traspiés sin
que Brainard, al que espían, ni siquiera se mosquee. Las voladas en auto quieren revivir
la poética de E.T., con esos cielos pletóricos de nubes como esperanzas bajo la
mirada plena de Sara y Brainard. Pero no tienen tanta suerte, en un entorno como éste un
auto logra levantar vuelo mucho más fácilmente que la poesía. El resto es utilería:
efectos especiales. un discreto ejército de robots y el asistente del profesor, un
supertamagotchi llamado Weebo, que es en parte computadora. en parte plato volador, tiene
alma femenina y una pantallita por la que desfilan inacabables citas cinematográficas.
Hitchcock incluido.
Guillermo Ravaschino |