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LA FORTUNA DE VIVIR
(Les Enfants Du Marais)

Francia, 1999


Dirigida por Jean Becker, con Jacques Villeret, Jacques Gamblin, André Dussollier, Michel Serrault, Isabelle Carré, Eric Cantona
.



Tenue es una palabra apropiada para esta producción francesa. Sutil, extremadamente delicada también podrían serlo, porque nada es sórdido, ni siquiera la muerte o las enfermedades. El director Jean Becker (hijo de Jacques Becker) describe secuencias con una ligereza destinada a evitar cualquier bajón emocional cuando se bordean circunstancias crueles o particularmente dramáticas. Esta levedad puede molestar un poco, porque ningún personaje evoluciona de forma contundente. Saben lo que quieren y tratan de conseguirlo, pero sus anhelos son tan cotidianos que ningún conflicto alcanza un peso relevante para la historia.

Veamos. Durante un crudo invierno –apenas terminada la Primera Guerra– Garris deambula por las zonas boscosas de su país hasta dar con una pequeña cabaña habitada por un anciano que espera tranquilamente su hora final. El soldado errante se encargará del anciano durante toda una noche hasta que la muerte finalmente alcance a su longevo dueño, y automáticamente el joven samaritano heredará la vivienda. También heredará a alguien nuevo para cuidar: Riton, el rechoncho vecino recientemente abandonado por su amada.

Doce años más tarde, Riton encuentra nueva mujer (pero no un nuevo amor) y forma una familia. Siempre bajo la mirada protectora de Garris, quien no puede contener su espíritu nómade y ya esta pensando en irse. En honor a la verdad, está cansado de la rutina de todos los días: disfrutar del tranquilo páramo en el pantano donde vive, conseguir trabajitos temporales y salvar una y otra vez a Riton de sus borracheras inoportunas.

Este es solo uno de los conflictos que tiene uno de los personajes (el más cercano de un rol "protagónico") pero hay muchos otros personajes y conflictos. El mismo Riton, con su vida encauzada hacia la vagancia alcohólica; un anciano que responde al apodo de Abuelo Rana, rico empresario abrumado por su burguesa familia pero alentado por el amor compinche de su nieto y por reencontrarse con el pantano donde se crio. Al trabar contacto con Garris, el Abuelo Rana (un excelente Michel Serrault) no podrá evitar sentirse atraído por el espíritu libre del joven e intentará –sin éxito pero con pasajeras alegrías– revivir sus días de gloria. Todo, a su vez, englobado dentro de un impreciso y no muy sustancial flashback de Cri-Cri, la hijita de Riton que se enamora del nieto del Abuelo Rana y es casi la sobrina preferida de Garris.

Si bien el titulo ideado por los distribuidores locales mantiene algo de la escénica del film, el original (Los niños del pantano) encierra una significación mucho más estrecha con el lugar de origen. Para Riton es el pasivo estancamiento en una vida mediocre, para Garris es tan solo otro lugar de tránsito y para el Abuelo Rana será un constante recordatorio de su pasado perdido, como lo termina siendo para una anciana Cri-Cri en nuestro reconocible presente.

Sin duda, muchas desventuras ocurren en las casi dos horas que contienen a estos coloridos personajes. La más trascendente es su transformación de meros conocidos a amigos inseparables, pero gran parte del tiempo nos queda la leve sensación de que no pasa "gran cosa", de que la verdadera fortuna de estar vivo es ir de un día al otro reiterando ciertos rituales y buscando pequeños desafíos, no grandes emprendimientos.

Gabriel Alvarez     


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