Las Vegas es el escenario. Un irredimible looser,
bastante bobo encima, llamado Philip (Vincent D'Onofrio), dispara la trama cuando
descubre que los domingos son su día de suerte infalible. Pero los dados y la ruleta del
Pair-A-Dice, un casino de medio pelo, no le sonríen tanto como Louise (Rebecca De
Mornay), la rubia despampanante que anima las veladas del local con sus curvas y su canto
(las cuerdas vocales de De Mornay vibran mejor de lo esperado). Louise tiene una deuda de
50 mil dólares con Kingman (Delroy Lindo), propietario del boliche y especie de sombrío
filósofo de la escuela Vegas: "Los perdedores se pierden solos, a los ganadores hay
que ponerlos de rodillas", le dice a su lugarteniente, como para que el público sepa
qué es lo que le espera a Philip antes del próximo domingo. La frase también interpreta
el espíritu de los parásitos que se pegan al dinero fácil del protagonista. Louise en
primer lugar, quien le propone matrimonio apenas apagados los jadeos del primer coito
sobre el piano del Museo Liberace ese templo del kitsch, sin otro fin que
cancelar su abultada deuda.
El despacho de Kingman, de
colores lúgubres y saturados, remeda a la cabina del capitán Nemo y es la primera pista
de la estilización con que Alex Cox (Sid y Nancy, Repoman) marcó a fuego a
El ganador. Después desfilarán, uno por uno, los rasgos característicos de esta
nueva etapa del realizador (también signada por La muerte y la brújula, versión
surrealista del relato borgeano aún no estrenada en Buenos Aires): tomas largas, planos
con gran angular contrapicado, una partitura que combina el rock con acordes típicos del
género terrorífico y, acaso el toque más insólito, una tendencia a esquivar a toda
costa el plano/contraplano, que deriva en permanentes saltos tímidos (cortes entre
imágenes muy similares) de los interlocutores siempre enlazados en una misma imagen por
la cámara. Por el lado dramático hay un claro intento de golpear por acumulación.
A saber: a Philip también lo empieza a asediar un
muchachón con jopo a la Elvis, y hasta su proplo hermano (Michael Madsen, el de Los
perros de la calle, que parece que no puede sacarse de encima esas camperas negras).
Este personaje cae un día por la casa con un enorme paquete. "Vengo con papá",
le dice a Philip, y lleva a cuestas el cadáver del progenitor en una bolsa de dormir.
Sucedé que a papá lo liquidó un matón de Kingman, con lo que las cosas se complican
todavía más. Lenta, previsiblemente, esta y otras truculencias ablandarán el corazón
de Louise.
Pese a todas sus peculiaridades y a decir verdad,
gracias a ellas The Winner no deja de ser un thriller ligero, saltarín, por
momentos histérico. Con personajes chatos y tímidos esbozos humorísticos. Que acaban
revelándose como la mejor manera de disimular la ausencia de emoción, esa que brillaba
en Sid y Nancy, la biografía libre del líder de los Sex Pistols que sigue siendo
la mejor película de Cox, y ahora parece tan distante.
Guillermo Ravaschino |