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GOLPEANDO LAS PUERTAS DEL CIELO
(Knockin' On Heaven's Door)

Estados Unidos, 1996


Dirigida por Thomas Jahn, con Til Schweiger, Jan Josef Liefers, Thierry Van Werveke, Moritz Bleibtreu, Huub Stapel, Rutger Hauer.



Martin es un fumador empedernido con un total desprecio por todo tipo de autoridad existente. Rudy es un hipocondríaco taciturno, muy respetuoso de las reglas hasta que se cruza (primero viajando en tren e inmediatamente después internándose dentro del mismo hospital) con Martin. Ambos son enfermos terminales de cáncer, pero en lugar de esperar tranquilamente a la inexorable parca, estos pobres diablos deciden aprovechar el tiempo de descuento. Como Rudy confiesa no haber visto jamás el mar, un indignadísimo Martin lo convence de apropiarse del primer vehículo utilizable y no frenar hasta poder apreciar las olas. De lo contrario, no van a tener ningún tema de conversación cuando vayan al cielo, porque todo es tan aburrido allá arriba que lo único interesante por hacer es ponerse a hablar sobre la última vez que viste el océano.

Henk y Abdul son dos matones de cuarta. Uno se la pasa contando chistes malisimos y el otro es tan imbécil que jamás puede llegar a entenderlos. También podrían ser definidos como un par de bolastristes, incapaces de manejar un lujoso auto deportivo sin llevarse por delante a cuanto transeúnte se les cruce.

¿Qué tienen en común Martin y Rudy con Henk y Abdul? El hermoso Mercedes celeste que los desahuciados muchachos tomaron prestado, aprovechando un descuido de estos patéticos matones –vivos retratos de Samuel L. Jackson y John Travolta en Pulp Fiction–, obra y gracia de Thomas Jahn, realizador cuya filmografía previa y posterior a la película que nos convoca desconozco, pero que demuestra a gritos ser alguien para tener muy en cuenta.

Hace ya bastante tiempo que notamos cierta tendencia del cine francés (con Luc Besson a la cabeza) a demostrar cuánto pueden competir con el cine de entretenimiento yanqui en despliegue, ritmo y... aburrimiento. Esta modesta película alemana ejemplifica cómo tomar una road movie, transformarla en comedia y sazonarla con todos y cada uno de los tics del cine de acción (debidamente caricaturizados hasta quedar expuestos como tics y caprichosas casualidades argumentales) y con algunos elementos del cine independiente. Logrando un entretenimiento pasajero y liviano, permitiéndose desplegar alguna mínima idea poética, mucho buen humor y sin derramar drama o violencia innecesaria. Concentrándose en lo mas sencillo y efectivo, prescindiendo de golpes bajos o balaceras agotadoras en las que nunca hay nada en juego.

Además, Knockin’ On Heaven’s Door es una road movie que se dirige a un lugar concreto. No a "vengarse por alguna causa justa", a "buscar el significado de la vida", a "reencontrarse con el padre" o algún otro cáliz sagrado. Van hacia el mar y punto. Todo lo demás son escalas divertidas, peldaños hasta alcanzar las saladas aguas holandesas. ¿En cuantas películas vieron a un par de enfermos terminales que nunca lloran, vomitan sangre ni se autocompadecen constantemente? Sólo verán a dos pobres diablos dispuestos a todo y, principalmente, dispuestos a compartir un ligero regocijo. Lo que hace que hasta el dúo de matones bolastristes deje de ser rápidamente una amenaza, para convertirse en una patética reedición del gordo y el flaco con armas cargadas. Incluso, Rutger Hauer tiene tiempo para mostrar su ya añejo rostro en un pequeño papel intrascendente, que no aporta mucho, pero ayuda a dar la idea de estar viendo una peli yanqui de bajo presupuesto. Eso sí, con un tempo impresionante que no baja ni siquiera en los títulos finales cuando, previsiblemente, suena ese temazo de Bob Dylan (compuesto originalmente para otra película, la tremenda Pat Garrett & Billy The Kid del furibundo Sam Peckinpah).

Y si faltaban ingredientes, también se amontona un crisol de razas, con turcos, alemanes, húngaros y franceses aportando su granito de arena a las aventuras camineras de Martin y Rudy. Todos debidamente doblados al inglés para su distribución internacional, un detalle ajeno al film, pero que involuntariamente ayuda a darle cierto aire "Clase B" al conjunto.

Con una demora propia de otras épocas –y luego de cosechar menciones, premios y diplomas en cuanto festival internacional se haya presentado– llega esta película que de tan simple, entretenida y poco pretenciosa, merece verse.

Gabriel Alvarez     


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