A
veces sucede. Se estrena entre nosotros un film absolutamente creativo y
original, realizado al margen de cualquier convencionalismo institucional o
comercial, una maravilla de minimalismo actoral, con un mensaje de humanismo
que recuerda lo mejor de Bresson, y por si esto fuera poco, con una dosis
perfecta de humor. Este film de Aki Kaurismäki pasó por el V Festival de
Cine Independiente de Buenos Aires después de haber ganado el Gran Premio
del Jurado en el último festival de Cannes y –extrañamente– fue candidato al
Oscar.
Es muy poco lo
que se ha estrenado aquí de la filmografía de Aki Kaurismäki (no confundir
con su hermano Mika, también director de cine, de quien vimos Tigrero
hace pocos meses). Sólo Juha –su homenaje al cine mudo, con los
mismos actores del film que ahora se presenta– se exhibió comercialmente,
aunque por fortuna hemos podido ver varias retrospectivas de los dos
hermanos finlandeses.
Como indica el
título de este film, su protagonista ignora su pasado y su identidad porque
ha sufrido el ataque brutal de unos ladrones (que lo dieron por muerto).
Después de una resurrección casi literal, el Hombre, amnésico, empieza una
nueva vida junto a quienes le proporcionan los cuidados necesarios y un
lugar entre ellos: unos marginales que viven en los caños, en contenedores o
en tachos de basura, y esos curiosos personajes que militan en el Ejército
de Salvación. Los marginales demuestran que a ellos les importa la esencia
que subyace bajo los accidentes. Pero el Hombre quiere insertarse en la
sociedad, trabajar y ganar dinero, y entonces empiezan los cuestionamientos:
¿en qué se basa la identidad? ¿Cómo vivir sin nombre ni documentos? ¿Cuál es
la esencia de lo humano? Por lo que él y nosotros vamos descubriendo, el
carácter del Hombre ha cambiado mucho de su anterior vida a la actual. ¿Se
puede volver a empezar como un otro diferente?
Con todo lo
profundo que pueda resultar el tema, Kaurismäki trata el film como una
comedia negra de ironía exquisita, con escenas divertidísimas. Elige un tono
seco y despojado, un grado cero de actuación como el que pedía
Bresson a sus actores, tratando de evitar toda expresión efusiva de
sentimientos. Y sin embargo, éstos están presentes, reducidos a lo esencial.
Porque El hombre sin pasado es un ensayo no sólo sobre la existencia
humana, sino especialmente sobre su esencia. En una historia muy simple se
ponen en juego aspectos vitales de la condición humana: vida y muerte,
soledad y amor, voluntad y destino, crimen y solidaridad, música y
felicidad. En esta oportunidad, Kaurismäki dejó de lado la desesperanza de
sus obras anteriores, y logró una historia romántica que exhala optimismo
detrás de la máscara de ironía.
El tono
perfecto que logra el film depende de varios aspectos: de la precariedad de
las locaciones en descampados donde yacen los restos de la era
postindustrial, del uso sugerente del color y, sobre todo, del laconismo de
las actuaciones. En un elenco sin fisuras se destaca la presencia de su
actriz fetiche, Kati Outinen. Ella también ganó el premio a la mejor actriz
en Cannes, con un rostro impávido, de expresión contenida, y sin embargo
plena de significaciones. Las escenas en la soledad de su cuarto recuerdan
aquellos primeros minutos de La chica de la fábrica de fósforos, que
también eran un grito de angustia y sordidez.
La película se
inscribe en la historia del cine, rebosa cinefilia, no sólo por el
permanente recuerdo de Robert Bresson sino por las referencias a los films
de clase B: no en vano Samuel Fuller suele aparecer en persona en las
películas de ambos Kaurismäki. La imagen del Hombre va incorporando algunas
características iconográficas de personajes que en la historia del cine
también tuvieron que lidiar con una identidad confusa: El hombre
invisible, El hombre de la máscara de hierro y Frankenstein.
Pero todo, apenas sugerido: la economía de Kaurismäki para narrar su
historia indica su absoluto respeto por la mirada del espectador.
Como en todos los films de Aki, el uso de la música merece un párrafo
aparte: sus infaltables tangos finlandeses siempre alternan con el rock de
la banda Mark Haavisto y Poutahaut, músicos habituales en sus películas. El
primer largometraje de Aki fue un documental sobre bandas de rock, y en este
caso, vuelve a demostrar que la música también es uno de los elementos
esenciales de la vida.
Josefina Sartora
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