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LA HORA 25
(25th. Hour)

Estados Unidos, 2002


Dirigida por Spike Lee, con Edward Norton, Philip Seymour Hoffman, Barry Pepper, Rosario Dawson, Anna Paquin, Brian Cox
.



No fallan los que critican a un director por repetirse. No fallan además cuando ese director que se repite se sale de su “ámbito natural” de repetición. Spike Lee dejó un muy buen recuerdo en 1999 con S.O.S. Verano infernal. Se salió de sus coordenadas habituales y las reacciones fueron diversas. Actualmente (a cuatro años ya de aquel título, y con Bamboozled, un irregular drama más fiel a su imagen) personalmente la encuentro una película interesante. Algo similar ocurre con La hora 25, de nuevo con Spike Lee hablando de gente que no es de su raza, pero hablando sobre todo de su país, Estados Unidos, y de su ciudad, Nueva York.

Por uno de esos avatares de la industria, a Lee le propusieron hacer una película que parecía pensada para el tándem Scorsese-Schrader. Es decir: Nueva York, crimen organizado, clanes de ascendencia europeo-irlandesa, rusos, dudas, vendettas y, sobre todo, una pena. Un castigo que debe ser redimido. Naturalmente, las aguas parecen moverse en dirección a un cine que poco se acerca a lo que se ha dado en llamar “cine a lo Spike Lee”. Pero el director, aunque se pliega con aséptica fidelidad a lo esencial de la historia propuesta por el guionista y novelista David Benioff, no se resiste a incluir novedades. La sensación que trasluce la "adaptación al tiempo del rodaje" del film (poco después del ataque contra el World Trade Center, con unos infinitos haces de luz sustituyendo las torres derribadas) es muy agradable; es la sensación de que se producen sinergias, de que la historia de un narcotraficante que deberá ingresar en prisión en 24 horas y se despide de su ciudad y su vida casa a la perfección con la historia de una ciudad que mira las ruinas. Con la historia de una ciudad que es un país y que no se ve capaz de soportar con cierta dignidad un nuevo, y más agrio, statu quo. Como le ocurre a Monty Brogan (Edward Norton).

Spike se monta en su constatada habilidad para el documental (ver su participación en el proyecto colectivo Ten Minutes Older: The Trumpet, el nominado al Oscar 4 Little Girls o A Huey P. Newton Story) para amoldar su realidad a la realidad de la película, que es la de todo un país. De este modo, y ayudado por un guión que fabrica personajes incómodamente repelentes y familiares, logra encadenar alguna secuencia de gran mérito. En este sentido, la conversación del protagonista ante el espejo del baño del bar de su padre merecería haber tenido mejor suerte, pues surte efecto y despierta el subconsciente de cualquiera. Bien inducido alegato contra el racismo en todas sus vertientes posibles, ese monólogo, bien ilustrado por el realizador, es el mejor momento de la película.

Sin embargo, los débitos de La hora 25 no son pocos. Para empezar por la parte más “dolorosa”, Lee termina arruinando ese gran monólogo en el desenlace del film, en el que incluye una huida narrativa que suena más a coartada que a remate, que da por tierra –por insistencia y repetición absurda– con el efecto conseguido durante la gran secuencia mencionada. Tampoco ayuda a la película la partitura del trompetista y compositor Terence Blanchard, demasiado presente y, sobre todo, demasiado pomposa. Pese a que el tema lo permitiera.

Por el lado de los créditos, el sensacional trabajo de los actores y la estricta planificación de Lee, quien se aparta premeditadamente de sus coetáneos consciente de qué clase de cineasta es… pese a que en algún momento no le sentaría nada mal una cura de humildad.

Rubén Corral      

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