Ruth ya no es Ruth; ahora la llaman Nazni.
También ha dejado de ser esa veinteañera común y corriente de Sans Souci, un pueblito
perdido en alguno de los desiertos de Australia, para sumarse a la legión de fanáticos
de Baba, uno de los gurúes más famosos de la India. Ruth está allí. Fue de vacaciones
con sus amigas, pero se enamoró de Baba o, en sus palabras, se iluminó. Cubre
sus hombros con un sari (especie de sábana blanca), luce sobre su frente esa
pieza de bijou que hace las veces de tercer ojo, y no hay modo de convencerla
para que vuelva a casa. Pero sus padres y sus dos hermanos dan con el hombre indicado: PJ
Waters, el cult exiter (o "desprogramador") más exitoso del planeta.
Quien recomienda que la traigan de vuelta por cualquier medio y garantiza que en tres
días expulsará todo vestigio de hinduismo de su mente. La madre hace sus valijas y vuela
a la India con una mentira en la manga: la inminente muerte del padre de Ruth. El plan
funciona y así, virtualmente secuestrada, Ruth vuelve a Australia. Poco después queda
aislada con PJ en una "choza de transición" que servirá de laboratorio para
que este hombre aplique sus métodos.
El último largometraje del siglo XX de
la neocelandesa Jane Campion (Un ángel en mi mesa, La lección de piano)
es inusual por varias puntas. Empieza de tal modo que uno se prepara para una larga
temporada en Asia, con las sectas y su folklore en el centro de la escena. Pero no; ya no
volveremos a la India, y la fe y el fanatismo no serán temas dominantes, sino más bien
excusas. Por otro lado, el registro. Grave en un principio, se salpicará cada vez más de
trazos humorísticos. Esto es lo que salva de algún modo a PJ (Harvey Keitel), algo así
como un cowboy de camisa, jeans y anteojos negros, gurú del antiguruismo proveniente de
Los Angeles, cuyo "sistema de desprogramación" es tan sencillo como
inverosímil: el primer día prevé la aislación de Ruth; el segundo, la captación de su
atención y respeto; el tercero, la conversión, el reencuentro con su familia,
los besos y los abrazos. Obviamente que esta chica (que no es otra que Kate Titanic
Winslet) le complicará los planes.
Más allá de las mentadas etapas, los
empeños de PJ no son muy diferentes de los que cualquier persona pondría en práctica
para refutar a una secta. Una pizca de sentido común, unas pocas preguntas, algunas
concatenaciones lógicas. Este tramo de Humo sagrado es demasiado largo, lo que
se justifica en parte ya que allí se opera la transición fundamental del film: no la de
Ruth hacia la "mentalidad occidental" sino la de la historia, que gana en humor
e intensidad mientras desplaza progresivamente la mirada hacia un nuevo territorio: el de
la intimidad de esas dos almas en conflicto. Y la intimidad es el terreno adonde Jane
Campion pisa más fuerte. Con el correr del metraje, PJ dejará de ser aquel cínico con
las ideas bien puestas para adaptarse a esa muchacha que le mueve el piso. Ruth dejará de
ser la hinduista irreductible para hacer tabla rasa y empezar, una vez más, a buscar su
rumbo desde cero (o casi). La inmensidad del desierto que los rodea y la fotografía, que
es esplendorosa sin perder permítanme calor de hogar, se postulan como buenas
formas para acompañar la desnudez de Ruth y PJ. Que oportunamente será literal,
con las ya famosas nalgas de Keitel y los generosos pechos de Winslet paseándose por la
pantalla... pero no así gratuita.
Las idas y vueltas del corazón, sus
desgarros y sus picos (lo que incluye a Ruth haciéndose pis encima "por amor")
nutren al último tercio de la película. Y lo hacen condensadamente, habida cuenta de que
la "choza de transición" termina funcionando como un laboratorio bien distinto
del que se preveía: como un campo de pruebas para los vaivenes del amor. Y si la
diferencia de edad opera como un ingrediente trágico, las idas y vueltas llevarán la
relación hacia otras aguas, no poco turbulentas: las de la protección, las del
paternalismo, las del "sexo por el sexo", etc.
A Humo sagrado le sobran unos
cuantos minutos, alguno que otro personaje secundario y muchas veces gira en torno de ese
punto tripartito en el que la intensidad limita con el desafuero y hasta con el tedio
(tiene algo de Corazón salvaje, de David Lynch). Dos cosas justifican su
visión: las veces en que las que la intensidad triunfa y el trabajo de Kate Winslet, que
se entrega en cuerpo y alma para potenciarla.
Guillermo Ravaschino |