Film de atmósferas, de
sugerencias, de insinuaciones que nunca devendrán explícitas, la opera prima
de la directora yugoslavo-francesa Lucile Hadzihalilovic puede desconcertar
al espectador desprevenido, o a quien busque una historia y una narración
clásicas.
El film
despierta la intriga desde su inicio, con la presentación de los títulos
habitualmente finales y una imagen de burbujas que se repetirá al final,
obvio homenaje a Gaspar Noé, director de Irreversible y pareja de la
realizadora, quien colaboró con él en todas sus películas. Después de las
burbujas, un ataúd es trasladado por secretos pasadizos subterráneos hasta
una habitación donde seis niñas sacan del cajón a una menor, quien sin saber
cómo –sin que sepamos cómo– ha llegado allí para incorporarse a una
comunidad de niñas vírgenes dedicadas a la danza, al desarrollo corporal, al
juego y a una formación orientada hacia la biología. Como las mariposas que
clasifica la directora del lugar, las muy pequeñas y las prepúberes están
firmemente amarradas en ese ámbito cerrado, cuyos bosques, lagos, arroyos,
construcciones y caminos iluminados por luces casi urbanas están protegidos
por un alto muro que no casualmente recuerda a La aldea. Un sistema
de jerarquías por edades y de horarios establecidos rige a las niñas, y la
mayor de cada grupo desaparece un rato todas las noches sin que el resto
sepa el secreto de sus actividades nocturnas.
Basada en
una novela de Frank Wedekind, Hadzihalilovic sabe crear la atmósfera de
misterio, de peligro, de vaga amenaza sexual que parece cernirse sobre esas
niñas prisioneras. La ausencia de familia, de figuras masculinas, de
detalles prácticos, vuelve más inquietante y misterioso ese mundo ambiguo
donde no existen las explicaciones, mientras la perversión está al acecho.
La obediencia, el acatamiento a la autoridad son acérrimos, y su rechazo o
la rebelión de alguna niña puede acarrear consecuencias mortales.
Una cámara
fija a baja altura reproduce el punto de vista de la más pequeña, quien,
como nosotros, no comprende la finalidad del lugar. Su mirada y detalles
secundarios acentúan la extrañeza y el clima de irrealidad que nos pone
incómodos: una estupenda fotografía sombría, un ave enjaulada, una directora
coja, su asistente emocionalmente vulnerable, un misterioso hombre que
inyecta a una compañera, un bosque de piernas desnudas perturbadoras,
escenas que se cortan abruptamente, la recurrencia del agua, la imagen del
laberinto, todos estos elementos formulan preguntas que no encontrarán una
respuesta. Es muy alta la expectativa que genera el film, mucho lo que se
insinúa y muy poco lo que queda al final, además de la atmósfera.
Inocencia, desde su
título, la temática, su narración surrealista y casi mágica y el tratamiento
de la imagen es una película derivada de los mundos oníricos de los cuadros
de Paul Delvaux y Balthus, con sus mujeres-niñas tan provocativas como
misteriosas. Obviamente, la referencia a Lewis Carroll está sobreentendida.
El film
consigue crear el efecto de extrañeza e intriga. Sin embargo, elige no ir
más allá, no develar el misterio. Aceptemos que sea esta una formación de
mujeres, la metáfora de un gineceo aislado y protegido que las prepara para
la vida. Pero mal se las arreglarán las mayores cuando al tocar la pubertad
salgan de ese refugio hacia un destino ignorado y se encuentren con el Otro,
ese total desconocido, el hombre.
Josefina Sartora
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