Instinto califica entre las películas más infames de la década. Fábula
"ecologista" con selva y gorilas como telón de fondo, está compuesta de
retazos de otros films (malos o muy malos). Y con empeño digno de mejor causa
cualquiera lo es compendia todos y cada uno de los añejos vicios
hollywoodenses, muchos de los cuales descienden de su mano a una profundidad abismal. El
film de Jon Turteltaub ciertamente robó demasiadas imágenes de Gorilas en
la niebla. Usa y abusa de las frases hechas desarrolladas por el cine y la literatura
de bolsillo a lo largo del siglo. Y suculento cachet de por medio, logró que un gran
actor, el versátil Anthony Hopkins, entrara en el pellejo de Ethan Powell, el científico
que se internó en el Africa en 1994, y seducido por una manada de simios que eran objeto
de su estudio... se quedó a vivir entre ellos.
Ni los colegas de Powell, ni su hija,
tienen noticias suyas por varios años. Cuando trasciende que asesinó a un par de
guardias forestales, por lo que está en prisión, los americanos se ponen en
campaña para traerlo a casa. Es decir, al pabellón de psicóticos de una cárcel
norteamericana. Porque como Ethan se niega a articular palabra, encima de asesino lo
tienen por loco. ¿Y quién podrá socorrerlo, liberarlo... o hacerlo hablar? No la
eminencia de la psiquis encarnada por Donald Sutherland, al que le han puesto una peluca
canosa y melenuda y un vaso de scotch en la mano, para que resuma el arte de
Sigmund Freud en un par de oraciones patéticas. Sí su discípulo, Cuba Gooding Jr., que
vuelve a encarnar a uno de esos negros integrados (sensatos, pacientes,
cumplidores) en la piel de Theo Caulder, un futuro psiquiatra ejemplar.
Theo está completando su residencia. Y
una inconcebible escena procura probar su solvencia mostrando cómo le "corta"
el delirio a una mujer... valiéndose de una foto de Elvis Presley. Poco después tendrá
la primera de muchas entrevistas con Powell. Todas transitan la consabida ruta de la aproximación
gradual, según la cual el buen salvaje deberá calmar sus ímpetus ante las buenas
mañas del psicólogo y éste, con el tiempo, abrir su corazón a las enseñanzas que el
"hombre mono" mamó de la selva. Las citas, a partir de aquí, empiezan a
apuntar a Atrapado sin salida. Claro que la moraleja del engañoso título de
Milos Forman "los locos están más cuerdos que los cuerdos" en Instinto
está poco menos que vociferada. O poco más. Hay una subhistoria, en el pabellón, que
insume nada menos que veinte minutos para exponer la revolución que genera Theo entre los
internos, destinados a gritar uno por uno, en primer plano, las consignas sugeridas por el
psicólogo. El gorilismo de Powell, a esta altura, ya derivó en frases de
remera acerca de la sabiduría de los animales y la crueldad de los humanos. Sobre la
placidez prehistórica y el frenesí de la modernidad. Y otros etcéteras que no deberían
confundirse con las "buenas intenciones" que descubre insólitamente Ricardo
García Oliveri en la reseña de Clarín. La prehistoria y los animales, contrapuestos al
"hombre actual", son argumentos siniestros, reaccionarios. Meten a todos los
hombres en la misma bolsa. Abonan la resignación. Descartan la posibilidad de que algunos
hombres ¿quién, si no? reviertan las miserias de este mundo.
Guillermo Ravaschino
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