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INVOCACION

España, 1999


Dirigida por Héctor Faver, con Cristina Banegas, Patricio Contreras, Carlos Rodríguez, Karina Rodríguez, Juanjo Puigcorbé.



"Pensaba hacer una ficción, un romance entre dos enanos, y justo estaba en Buenos Aires cuando ocurrió el atentado a la AMIA. Ahí murieron dos amigos míos de toda la vida. Años después, junto a la historia inicial, reconstruí la historia de un corto que había filmado de niño, con esos amigos", declaró a un periódico local Héctor Faver, director argentino radicado en España, acerca de la de la génesis de su última película.

Con un registro que intercala la ficción con el documento, Faver toma la recreación de la filmación de su cortometraje, que narraba la pequeña historia de un secuestro y su liberación, como punto de partida para el desarrollo del relato. En el terreno de la ficción, Invocación está atravesada por el romance de la pareja de enanos formada por Damián (Carlos Rodríguez) y Sonetchka (Karina Rodríguez), quienes se conocen y enamoran en las calles de Buenos Aires. A su vez, tanto Damián como Sonetchka tienen sus propias historias: él recuerda el amor de una prostituta desaparecida, ella sueña con un gran circo, mientras trata de averiguar el paradero de su madre. En el terreno del documental, la película recoge testimonios de las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas de Plaza de Mayo, miembros de la Asociación H.I.J.O.S., como así también los de sobrevivientes del atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina en 1994, y la respuesta del Centro Simón Wiesenthal ante tal barbarie. Tampoco faltan imágenes de diversas fuentes que ilustran acontecimientos "sobresalientes" de los años de plomo en la Argentina: la colaboración de gran parte de la jerarquía eclesiástica de la iglesia católica; el nulo accionar de los dos gobiernos que instauraron las leyes de punto final y los indultos... ni los crecientes brotes antisemitas.

Sobre el final de la película, una abuela de Plaza de Mayo dice: "Lo que pasó en la AMIA, lo que pasó en la Embajada de Israel, no pasó por casualidad. Son los mismos: los asesinos, los violadores, los cómplices... y están sueltos, sin castigo". Para ese momento, cualquier espectador entendió cuál es la idea de la película: conservar la memoria, no resignarse ante el perdón de los poderosos, continuar con la lucha. En ese sentido, si el cine fuera el equivalente de un documento a secas, entonces la mitad documental de Invocación sería valiosa. Pero el cine tiene que ver con hacer películas (por más obvio que esto suene), y una película pide una narrativa, una construcción verosímil, una progresión dramática. Y el caso es que Invocación no logra satisfacer ninguno de estos requerimientos. Si su mitad documental tiene momentos que pueden conmover es sencillamente porque los testimonios de los sobrevivientes y las atrocidades de los genocidas hablan por sí solos. Daría lo mismo leerlos en un papel que verlos en la pantalla grande.

La otra mitad de la película, el hilo conductor que quiere ser el romance de la pareja de enanos, con todas sus historias que oscilan entre el recuerdo, la ensoñación, lo imaginario y lo fantástico, es francamente insalvable. Nada de lo que sucede puede interesar a un espectador, porque nada de lo que sucede está construido dramáticamente. Sólo hay una sucesión de situaciones plagadas de simbolismos obvios y vulgares, alegorías pretenciosas y metáforas forzadas e increíbles. El texto es lastimoso, a tono con las actuaciones y con el toque poético a lo Subiela que desborda el film. Como si todo esto fuera poco, imaginen el choque cada vez que el director salta de la denuncia social a la fábula ficcional, y viceversa.

Pablo Suárez