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CINEISMORECOMIENDA

JINETES DEL ESPACIO
(Space Cowboys)

Estados Unidos, 2000



Dirigida por Clint Eastwood, con Clint Eastwood, James Garner, Donald Sutherland, Tommy Lee Jones, James Cromwell.



Clint Eastwood tiene 70 años. Los héroes de su última película, también. Para ellos como para él, la edad no constituye un problema. Clint Eastwood tiene 70 años y parece que el paso del tiempo lo beneficia, poniendo al alcance de su cámara nuevas ideas para expresar. O tal vez, lo más adecuado sea afirmar que, como siempre, los sentimientos que experimenta en esta etapa de su vida lo empujan a describirse en una película. Ya lo hizo (entre tantas) en Los puentes de Madison, en la que se permite recrear un amor imposible entre gente grande (como él), en Cazador blanco, corazón negro, adonde retrata a un John Huston que detesta a los productores de Hollywood (como él) y en Un mundo perfecto, en la que un policía duro reconoce que cometió un error y en la que, de paso, Eastwood aprovecha para retrucar de algún modo la fama ideológica que el mismo supo conquistar su conservadurismo, su apego por las leyes republicanas y plantea una película adonde el "ser" y el "deber ser" se presentan contradictorios (como él). En este marco, Jinetes del espacio no puede sorprender a nadie porque se supone que Clint, en algún punto, siempre hablará de Clint.

A pesar de ello, Jinetes del espacio sorprende. Y cómo. Ante todo, que nadie espere ver dos horas con naves espaciales y astronautas computarizados, como sugiere el triste afiche promocional de la película. La primera sorpresa agradable justamente sobreviene cuando los minutos pasan, y pasan, y la bendita odisea espacial se demora... para jolgorio del espectador. Es que lo más maravilloso es que Clint Eastwood, a los 70 años, se da el lujo de aprovechar los lugares comunes para ponerlos al servicio de algo completamente original y valioso. Si digo que el nudo de Jinetes del espacio es la inminente caída de un satélite fuera de órbita sobre la Tierra, algunos van a poner cara de asco. Otros creerán que Eastwood reedita al Bruce Willis de Armageddon (asteroide o satélite, para el caso es lo mismo) para salvar al mundo. Otros pensarán que el director de Honkytonk Man se ha vuelto irreversiblemente gagá.

La historia comienza en 1958, con el equipo Daedalus, integrado por cuatro de los mejores pilotos de la Fuerza Aérea Norteamericana (excelente elección de los jóvenes jinetes, idénticos a Eastwood, Jones, Sutherland y Garner) funden sus aviones para perforar el cielo y, por qué no, llegar a la luna. El espacio es para ellos una sensación adrenalínica que no pueden ni quieren apaciguar. Para esa época el gobierno de Estados Unidos decide crear la NASA. Y la lógica indicaba que el equipo Daedalus tendría el privilegio de ser el pionero en la exploración espacial. Sin embargo, el jefe Bob Gerson (James Cromwell) prefiere ponerlos en ridículo ante todo el país, anunciando que el primer explorador americano... será un chimpancé.

El film retoma la historia cuarenta años después. Muchos adelantos tecnológicos se fueron sucediendo, pero Gerson permanece como una de las máximas autoridades de la NASA, adonde se está tratando de resolver un grave problema. Un satélite ruso, de la época de la Guerra Fría, se salió de órbita y ninguno de los brillantes cerebros atina a desentrañar el antiguo sistema que lo rige. Muy a su pesar, Gerson difunde lo que sabe: fue Frank Corvin (Eastwood) quien lo diseñó. Los empleados de la NASA van detrás del ya anciano ingeniero. Corvin vive tranquilo pero no puede dejar de aceptar el desafío e impone una condición: él mismo será quien viaje al espacio junto a sus tres compañeros de Daedalus, para poner en órbita el satélite. Lo que sucede a partir de allí constituye la verdadera historia.

A ninguno de los cuatro ex pilotos se le murió el deseo de atravesar el espacio. A ninguno le interesa demasiado, en realidad, que la Tierra desaparezca bajo el impacto de un satélite ruso. Y a los espectadores, menos. La película está en los sacrificios que estos cuatro ancianos deben hacer para cumplir su sueño. En la forma en que se relacionan entre sí y con los demás, en lo que saben y en la voluntad de hacer todo para conseguir aquello que los desvelaba cuarenta años antes.

La película es diversión pura. Un homenaje a la vejez, con todas las letras y las imágenes. Con personajes claros, sencillos, coherentes, originales. El actuado por Sutherland es por lejos el mejor. Los demás no desentonan (quizá el que inerpreta James Garner sea pobre, pero pasa inadvertido). Y un homenaje a la vejez no excluye otro tipo de homenajes. Eastwood también habla de cine. Porque el viaje al espacio puede entenderse como una metáfora sobre el cine. Sobre sus posibilidades como arte, incluso inmerso en una industria con intereses meramente económicos. Sobre la voluntad de un hombre que quizá ya en "edad de retirarse", dice que no. Que aún puede vérselas con una cámara, un espacio exterior y un montón de efectos especiales. De alguien que reconoce que existe un enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo, pero que siente que ese conflicto puede sintetizarse, o superarse, en el sentido hegeliano del término. Y por qué no pensar en que éste es un homenaje al cine y a la fantasía si las escenas finales así lo demuestran.

Como si esto fuera poco, Harry, el sucio también refleja lo político. La burocracia, la necedad, la estupidez del sistema. Si se toma en cuenta todo lo que se sabe de la ideología de Eastwood, hay algo que no cierra. Si su republicanismo y conservadurismo fueran de la magnitud que se les adjudica, nunca podría haber puesto a los rusos en el papel que los pone y, sobre todo, jamás hubiera hecho que un deseo tan "instintivo" como surcar el cosmos fuera el verdadero motor de estos jinetes espaciales. En primer lugar, habría puesto el salvataje del mundo, esa responsabilidad de los patriotas americanos. Pero esta no es la gesta armageddoniana en versión viejitos voladores. Si hasta son ellos los que se encargan de poner esta cuestión de Estado bien abajo, allá en la Tierra y en el pasado, ese pasado en el que sus sueños no podían hacerse realidad.

Eugenia Guevara      


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