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JOHN Q.

Estados Unidos, 2002



Dirigida por Nick Cassavetes, con Denzel Washinton, Robert Duvall, James Woods, Anne Heche, Ray Liotta, Kimberly Elise, Daniel Smith.



John Q. (Denzel Washington) es un obrero calificado que, pese a las estrecheces económicas que lo acosan sin tregua, vive feliz: tiene una esposa que es tierna y comprensiva (ni siquiera se enoja demasiado cuando, al comienzo de la película, se llevan su auto porque su marido no pudo pagar las cuotas) y un hijo de diez años que es una maravilla de vivacidad y dulzura. John Q. cree en su país, en las posibilidades que éste ofrece a quienes estén dispuestos a trabajar duro para salir adelante. En una palabra: confía en el sistema.

Pero un hecho inesperado y terrible hará que, vertiginosamente, todas las estructuras que sostenían su fe y su moral tambaleen: durante un partido de béisbol su hijo se desploma, inconsciente, y es trasladado a una clínica. Allí recibirá John la noticia que lo hundirá en el infierno tan temido: su hijo padece una enfermedad cardíaca que lo matará en pocas semanas. La única salida es realizarle urgentemente un trasplante de corazón. Pero esa operación cuesta dinero, mucho dinero, más de lo que un asalariado como John podría reunir en una vida de trabajo. Y, sabemos, la filantropía es una palabra devaluada en estos tiempos: si no está la plata, la operación no se hará y el chico morirá en poco tiempo.

John Q., a pesar de la desesperación que se apodera de él y de su mujer, sigue aferrado a sus principios. Aunque indignado por la intransigencia de las autoridades de la clínica, acepta las reglas que éstas le imponen e intenta reunir el dinero. Pide horas extras en su trabajo, organiza colectas entre los familiares y amigos, malvende todo lo que no sea absolutamente imprescindible para la subsistencia (televisor, ropa, muebles); pero, aun así, está lejos, muy lejos de la cifra reclamada. Intenta obtener ayuda de su seguro social, pero también le sueltan la mano: lo que aporta John todos los meses no lo califica para que le financien una operación tan extremadamente cara. Su hijo, mientras tanto, ajeno a los padecimientos del padre, se acerca cada vez más a una muerte segura. Entonces se produce en el bueno de John un cambio que dará nacimiento a otro hombre, una toma de conciencia que lo llevará a actuar, a rebelarse, sin importarle transgredir los valores que hasta entonces sustentaban su existencia. La vida de su hijo –decide– vale más que toda norma, que toda ley.

La película de Nick Cassavetes plantea al espectador un fuerte dilema ético: si somos víctimas de una injusticia, como la que sufre John Q., ¿es lícito dejar de lado nuestros principios y actuar ciegamente, violentamente, poniendo incluso en peligro la vida de otros? ¿No estamos así justificando la crueldad que nos es impuesta, no estamos poniéndonos del lado del verdugo? La cuestión queda abierta y, una vez terminado el film, el interrogante quedará flotando en nuestra conciencia: si queremos darle una respuesta, deberemos hallarla nosotros mismos.

Nick Cassavetes no propone, afortunadamente, ninguna moraleja, lo cual lo aparta del cine mainstream norteamericano, pese a que filma con grandes estrellas y maneja presupuestos generosos. Si bien su cine es radicalmente distinto al de su padre (el gran John Cassavetes, creador de obras maestras del cine independiente como Shadows o Faces), Nick conserva de éste el marcado humanismo que impregna su obra y el interés por los personajes, que aparecen siempre ante nuestros ojos como personas, como seres vivos, palpitantes en su sufrimiento, con dolores y miedos que bien podrían ser los nuestros, nunca como marionetas sin sangre que actúan para ilustrar un argumento.

En lo estilístico, el director no duda en adoptar los procedimientos más habituales del cine de acción americano (montaje paralelo, vibrantes movimientos de cámara, creación de un sostenido suspenso), pero resignificándolos y poniéndolos al servicio de la historia que nos cuenta. No encontramos en el film ese regodeo frívolo con las posibilidades del artificio cinematográfico que termina vaciando de sentido; antes bien, al contrario, Cassavetes hijo se sirve de él para generar pensamiento en el espectador, algo muy poco frecuente en el cine actual de todas las latitudes y mucho más raro en el que se produce en los Estados Unidos.

Si bien John Q. presenta similitudes muy evidentes con films como Cuarto poder, de Costa-Gavras (el conflicto central es idéntico, a pesar de que se desencadena por circunstancias diferentes), se torna singular debido a la profundidad de sus cuestionamientos a la organización social de un país que, pese a autoproclamarse hasta el cansancio el paraíso de los derechos individuales, privilegia descaradamente los bienes materiales a la vida humana, aunque esto se intente disimular detrás de una máscara de hipocresía y buenos modales (como los del refinado pero insensible cirujano que interpreta magistralmente James Woods).

En el último plano de la película, la mirada triste y cansada de Denzel Washington nos revela que algo muy profundo ha cambiado para siempre dentro de John Q.: ha perdido la inocencia, los valores que sustentaba se han revelado como imposturas y lo han dejado caer. Pero ahora puede ver lo que hay más allá de las apariencias con que el Poder oculta la verdad: estamos solos, y lo único que nos queda es luchar, luchar siempre, aunque el precio que debamos pagar sea el de nuestra libertad ilusoria.

Ariel Leites      

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