En simultáneo con Estados Unidos,
llega a este rincón del mundo la tercera parte de Jurassic Park.
Sin best-seller de Crichton y sin dirección de Spielberg, pero con la
reaparición de Sam Neil en la piel del paleontólogo Alan Grant,
que, testarudo el hombre, sigue estudiando a los dinosaurios a la antigua,
escarbando fósiles meticulosamente. Nada, dice, lo va a hacer volver a la
isla Sorna, aquella en la que los bichos creados por Hammond prosiguen su
vida como si estuvieran en una reserva indígena.
Pero, en un sorprendente paralelismo
actor/personaje, cambia súbitamente de parecer cuando un ricachón ávido
de aventura (William H. Macy) le ofrece un cheque en blanco para sustentar
sus investigaciones con tal de que lo acompañe a sobrevolar la zona. Como
era esperable, el Dr. Grant se encuentra prontamente en medio de un quilombo
del que no puede zafar, y que lo obliga a revivir antiguas pesadillas.
Quien considere la posiblilidad de
pagar una entrada para ver Jurassic Park 3 debería medir sus
expectativas. En relación con las secuelas de Volver al Futuro,
Robert Zemeckis, alumno prodigioso de la escuela Lucas-Spielberg,
ya dijo que lo que el espectador espera de segundas y terceras partes es
lo mismo pero en mayor cantidad (de un monstruo a cinco, pero también un todo
más logrado, de mayor espectacularidad). Pues bien, Jurassic Park 3
es más de lo mismo con dosis extra de deslumbramiento visual. Y esto
confirma que, hoy por hoy, con plata se puede filmar absolutamente todo.
Pero para que un film entretenga, también es necesario un buen manejo de
la acción, del ritmo y hasta del humor, cada vez más inevitable en los
largometrajes de este tipo. Jurassic Park 3 cumple con estos
requisitos e incluso ostenta otros méritos: esquiva la "media hora
de sobra" que acompaña a casi toda superproducción, se apoya en un
guión bastante más sólido que la segunda parte (al punto que, desde su
propia lógica, ajusta o justifica notorios baches de aquella). Pero
atención: esto no deja de ser una continuación previsible, y no ofrece
nada estrictamente nuevo bajo el sol.
Spielberg esta vez cedió la silla
de director a uno de sus discípulos: Joe Johnston, en cuya filmografía
destaca Cielo de octubre, una pequeña gran película sobre un
chico de pueblo minero que sublima su libido dedicándose a la construcción
de un cohete. En ese, su film más personal, Johnston demostraba solidez
narrativa y un contagioso respeto por sus personajes. Ambas características
reaparecen un poco en Jurassic Park 3.
Las secuencias de acción, en el
marco de la acotada duración que ya se mencionó, no dejarán de sacudir
al público, que agradecerá la saludable negación a convertir a los
dinosaurios en una máquina de devorar personajes (algo que por suerte
comienza a generalizarse, como lo demuestran la saga de La momia y,
sobre todo, Cocodrilo). Una suerte de cariño no sólo hacia
los protagonistas humanos del film, sino también hacia los gigantescos
animales. Pero claro (una vez más): todo esto se infiere de fragmentos
que jamás sacan los pies del plato de lo que fueron los clisés de
las otras dos Jurassic. Esa parece ser la primera regla que aceptó
el realizador. Si ustedes también la aceptan, la película les proveerá
aventura sin respiro durante algo más de noventa minutos.
Ramiro Villani
|