Es más fácil atacar y
denostar una película como Kung-Fusión que defenderla, o hacer más
hincapié en sus defectos que en sus virtudes. Pero la nueva película
dirigida por el comediante Stephen Chow –responsable también de Shaolin
Soccer, que combina las artes marciales con el fútbol y la religión, en
un particular pastiche– permite enhebrar ciertas reflexiones sobre los
vínculos entre diferentes géneros y lo que vemos (o nos dejan ver) en
mercados cinematográficos como la Argentina.
En la
China pre-revolucionaria, la salvaje Pandilla Axe domina la ciudad. Sing, un
ladrón torpe y de poca monta, y su gordo amigo intentarán unírseles,
tratando de obtener la admisión al núcleo mafioso. Es por eso que se
internan en un barrio pobre, tratando de intimidar a sus habitantes. Mala
idea. Pronto se desatará una lucha sin cuartel entre la pandilla y los
miembros de este pobre barrio, que resulta que alberga varios legendarios
guerreros retirados, que se verán obligados a volver a las andadas,
confrontando con asesinos profesionales de toda clase.
Es aquí
donde el film de Stephen Chow empieza a establecer distintos lazos. Por un
lado, con las películas de superhéroes, pero no en lo que se refiere a los
superpoderes, sino más bien en cierto deseo de dejar esa vida agitada e irse
a un lugar tranquilo a vivir una vida común y corriente, dominada sólo por
preocupaciones ordinarias. Esto es lo que quieren hacer los guerreros del
barrio, que lo que menos desean es hacerse cargo de resolver los problemas
que se avecinan.
Por
otro lado, con los dibujos animados "marca ACME", donde los cuerpos se
estrellan, doblan y adoptan posturas de toda clase. Las peleas dejan de lado
el tono ceremonioso de films como El tigre y el dragón o La casa
de las dagas voladoras, apostando en cambio a un espíritu infantil y a
la fantasía más desatada, con luchadores capaces de desarrollar técnicas y
golpes que, por ridículos, no dejan de ser divertidos. Por momentos, el
espectador asiste a una versión en carne y hueso de Dragon Ball o
Los caballeros del Zodíaco.
Sin
embargo, Kung-Fusión redunda en citas y homenajes de todo tipo a
películas como Los intocables, The Blues Brothers, El
resplandor o Matrix, cayendo en muchos casos en el chiste fácil,
perdiendo vuelo propio. Porque cuando vuelve a combinar las artes marciales
con los dibujos animados, las historias de superhéroes y el humor absurdo,
remonta rápidamente y se vuelve mucho más fresca y vital.
Aun con
sus fallas, Kung-Fusión sigue siendo un título valioso y el que la
estrene una distribuidora grande como Columbia permite abrir ciertas
discusiones e interrogantes acerca de la atención que se le proporciona al
cine oriental por estas latitudes. ¿No cabía estrenar también Shaolin
Soccer, del mismo director, en vez de mandarla directo a video? ¿Por qué
corrió esa misma suerte el notable policial Infernal Affairs, con
estrellas como Tony Leung y Andy Lau? ¿No deberían haberse estrenado más
adecuadamente dos excelentes films de terror como Audition, de
Takashi Miike, y Dark Water, de Hideo Nakata? Films de acción
espectaculares, como Fulltime Killers y Breaking News, ambos
de Johnny To, ¿no merecen una oportunidad? Y si se estrena Oldboy, de
Park Chan Wook, ¿por qué no Sympathy for Mr. Vengeance, del mismo
director? Preguntas que todavía aguardan respuesta. Mientras, el rico cine
oriental sigue buscando su lugar.
Rodrigo Seijas
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