Toda la
apertura de la película es una cuidada presentación de su protagonista.
Carla trabaja a destajo en la oficina de una compañía constructora, única
mujer en una empresa de hombres. Es la chica eficiente para todo trabajo, de
ejecutiva a telefonista, a pesar de sobrellevar una sordera extrema. Todos
la utilizan (incluso sus amigas), pero cuando Carla quiere alejarse de la
realidad circundante, molesta o demasiado ruidosa, se quita los audífonos y
se sumerge en su mundo privado, al que nadie parece tener acceso. En todo
caso, le basta con leer los labios de quienes la rodean para mantenerse
informada. Viéndola desbordada por su trabajo, su jefe le asigna un
asistente, ex convicto y sin ninguna experiencia de oficina. La mujer lo
protege, lo educa, le enseña a trabajar, y progresivamente ambos comprenden
que funcionan complementariamente; uno es el reverso del otro, dos extremos
de la misma polaridad. A ella (la estupenda, sutil Emmanuelle Devos) la
mueven su inteligencia y ambición, y Paul (Vincent Cassel) cuenta con su
cuerpo, su fuerza y la experiencia en el delito. Ella ve su oportunidad para
poner en acción una rebeldía vengativa derivada de sus frustraciones y del
resentimiento por el maltrato recibido, y él es el único que la respeta,
sabe valorar sus talentos y se valdrá de ellos para sus propios fines.
Hace tres años
pudimos admirar en Mira a los hombres caer (1994) el trabajo que el
director Jacques Audiard realizara en la representación del universo
masculino. En esta ocasión vuelve sobre el tema magistralmente: Carla adopta
conductas y códigos de sus compañeros en su intento por tener un rol activo
en un ámbito que la ignora. Ahora será ella quien utilice la manipulación y
los manejos turbios que abundan en las empresas, ácidamente retratadas en el
film. Obviamente, el cine francés está desarrollando una mirada crítica
hacia el mundo del trabajo y los modos de articulación de los mecanismos de
poder que le son propios. Ante una audacia de la mujer, el ex convicto dice:
“¿Es así como se hacen los trabajos honestos?”, en una de las mejores frases
del film. Vincent Cassel juega su papel mejor aun que en El odio o
Irreversible.
La acción
obedece a una perfecta puesta en escena, donde nada sobra ni está librado al
azar: la focalización de la historia en los dos protagonistas está traducida
por la cámara, con abundantes primeros planos y planos cerrados que parecen
ignorar a los demás personajes, tomados de espalda, o fuera de campo. El
film obtuvo un premio a la banda sonora, que merece un comentario especial
por el trabajo sutil e interesante que resulta de adoptar por momentos la
perspectiva auditiva de la protagonista: los ruidos del ambiente dificultan
su registro de las voces, o sobreviene un silencio muelle en el
momento en que se quita los audífonos.
Aunque ella
rechaza el contacto físico, el vínculo entre Carla y Paul está cargado de
erotismo, atravesado por el fetichismo y la fantasía. Hay alguna trama
secundaria, la historia se complejiza, y lo que había comenzado como un
drama romántico original, diferente y contenido entre dos desclasados va
evolucionando hacia el policial negro. Paul debe saldar deudas del pasado y
el destino vuelve a sumergirlo en el delito, donde buscará sacar réditos de
su asociación con Carla. La segunda mitad de la película es más
convencional, con tópicos del film noir clásico francés (registro
nocturno, colores fríos, ausencia de categorías morales) bien implementados,
pero a pesar de ello, y de la presencia de Olivier Gourmet –uno de los
grandes actores del momento–, no mantiene la originalidad ni el interés que
había despertado la primera parte.
Josefina Sartora
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