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LEYENDA URBANA
2
(Urban Legends: Final Cut)
Estados
Unidos, 2000 |
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Dirigida por John Ottman, con Jennifer
Morrison, Hart
Bochner, Jessica Cauffiel, Matthew
Davis, Loretta Devine.
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¿Recuerdan lo que les sucedió a los chicos de la universidad de la
muerte en la primera parte? En Pendleton se hablaba de leyendas urbanas
"como medida de los valores de la sociedad que los creó". O al
menos es lo que el profesor Wexler (Robert Englund) les explicaba a la santa
de Natalie y a su rencorosa y esquizoide amiga Brenda en sus clases de experimentos
comestibles –¡sólo les faltó combinar vino con sandía!–. Claro
que las amigas no lo eran tanto: Brenda se vengó de Natalie por ser la
causante de la muerte del que iba a convertirse en su marido. Largamente y
con muchas muertes se vengó, con la particularidad de que para matar se
inspiraba en esa clase de historias que se cuentan en un fogón bajo la luz
de la luna. Que si se dice cinco veces Bloody Mary despertamos a los
muertos; que el que se baja del auto para hacer pipí en el bosque aparece
ahorcado; etc. Todo había terminado con un nuevo grupo de estudiantes
recordando el suceso terrorífico en Ashton, entre los cuales, ¡oh
sorpresa!, se hallaba la mismísima Brenda, nuestra serial killer. Hasta
aquí la primera Leyenda urbana, puntapié inicial de una saga que
–esta segunda parte termina en final abierto– nadie sabe cuándo
acabará.
Acá todo comienza cuando en la Universidad Alpine, una ultrafashion
escuela de cine para niños ricos (¡basta ver las islas de edición
individuales!), los directivos se disponen a entregar el tradicional premio
Hitchcock a la mejor película-tesis de los futuros cineastas (en adelante,
cosas como "suspenso psicológico" y demás ingredientes del cine
del maestro del terror serán invocados una y otra vez por los nenes bien
que sueñan con rodar aquel film terrorífico). El simpático
profesor Solomon se despacha con sus prédicas cinéfilas citando a Truffaut
a propósito de Una noche americana ("a veces la vida es más
importante que el cine") y alienta la competencia entre los
estudiantes. Cosa que puede darse por descontada teniendo en cuenta que uno
de los alumnos es el ojos claros de Travis Stark, que aunque le pongan un
seis se cree el gran genio del séptimo arte. En este punto, la valiente Amy Mayfield (Jennifer Morrison) decide rodar
su propio thriller psicológico, cuya idea germinal surgió de... Reeves
Wilson. ¡Sí!, la policía negra (Loretta Devine) que llegó justo a tiempo
en el final de la primera parte. Poco después de que Amy difunde entre sus
amistades las delicatessen de sus historias –no tan inspiradas en
leyendas urbanas tipo "maíz crujiente más soda hacen ebullición en
el estómago" como en perros desangrados–, las primeras víctimas de
nuestro nuevo asesino serial aparecen.
Esto recién empieza, y el asesino (máscara de tejido mosquitero
incluida) tendrá tiempo para muchas cosas: llevarse el riñón de una de
las estudiantes; despachar a otra, una actriz gritona que en este episodio
de muerte real será aplaudida por todo el equipo; golpear hasta la
muerte a un director de fotografía con su propia "Baby" –cámara
de luxe–; hacer papilla a los especialistas en efectos especiales que
contribuyen con las escenas de la galería del terror. Luego le llegará el
turno a Vanessa, la asistente lesbiana de Amy, que es colgada del techo
delante de los ojos de la directora que se va quedando sin colaboradores. A
todo esto, el film todavía tiene que desvanecer las sospechas más obvias
(hacia el geniecillo de ojos claros, por ejemplo) y empezar a reemplazarlas
por otras. Los celos, el engaño y antiguas historias envueltas en
resentimiento contribuyen de manera consabida a esta tarea, tensando las
relaciones entre los aspirantes a cineastas y algunos docentes.
Algo más gore en las muertes –la secuencia del riñón sí que
da escalofríos– y con actuaciones no parodiadas como las que interpretan
los Beverly ricos de las nuevas de terror, Leyenda urbana 2 deja a un
lado el folklore temático y cualquier conexión con la primera parte que no
sea la funkadelic Reeves Wilson (émula de Pam Grier). Algún
destello de originalidad se cuela en el guión: los diálogos negros entre
los estudiantes-expertos en asesinatos escatológicos, algunas complicidades
cinéfilas, ese arma real que se pierde entre una docena de utilería. Pero
el debut como director del editor John Ottman no aporta gran cosa a la larga
lista de films de asesino-en-escuela (con o sin secuela). Y la obviedad del
final, casi paródico de esta historia que supo debutar de la mano de una
leyenda de tradición oral, sugiere que hubiera sido mejor entrar a ver Una
película de miedo.
Karina Noriega
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