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CINEISMORECOMIENDA

LIBERO
(Anche Libero Va Bene)

Italia, 2006



Dirigida y protagonizada por Kim Rossi Stuart, con Alessandro Morace, Barbora Bobulova, Stefano Busirivici, Marta Nobili, Alberto Mangiante.



Tal vez convenga empezar hablando del título, que no es Líbero sino Anche Libero Va Bene, línea de diálogo que pronuncia el protagonista de esta película, un chico de 11 o 12 años que vive con su hermana de unos 15 y su padre, cuando este le pregunta en qué puesto de la cancha le gustaría jugar y aquel le contesta que en el mediocampo, a lo que el padre comenta que a él le gustaría de líbero. En dicho contexto, esa frase es una capitulación más (y van) del pibe en aras de mantener la precaria estabilidad de la familia, continuamente jaqueada por la presencia intermitente de una madre que duda entre la responsabilidad doméstica y la independencia frívola, un padre apasionado y volátil, y la presencia de unos vecinos cuyo carácter, cultura y poder adquisitivo hacen las veces de tentador hogar sustituto pero también de factor de presión involuntario para un cabeza de familia superado por la situación.

Claro que también deberíamos empezar hablando de Kim Rossi Stuart, un director debutante cuyo nombre y apellido podrían hacernos pensar que estamos ante una película independiente norteamericana, si no fuera por el italianísimo título original que delata su procedencia. Lo que podemos decir de este señor de 36 años, joven estrella del espectáculo de su país que encarna al padre del chico en su opera prima, es que está consciente de lo que implica su nuevo papel como director de cine, y ello se advierte por dos vías. Una de ellas es la elección del tema: la iniciación de un chico en los sinsabores desconcertantes de la vida adulta es, como pasaba con el debut de Truffaut con Los 400 golpes, la iniciación del propio Rossi Stuart detrás de cámaras y no un mero intento de exorcizar fantasmas de su niñez. El otro indicio proviene de la secuencia del camello. Sucede que el personaje encarnado por el director es camarógrafo y en la única ocasión en la que consigue reunir a toda su familia los lleva al set de filmación donde trabaja, para acabar perdiendo su puesto delante de ellos porque se empeña en imponerle al director sus ideas sobre la puesta en escena.

Caprichoso, infantil, impulsivo, egoísta como es el personaje en crisis que escogió para sí, su compleja figura remite a la de Nanni Moretti, actor-cineasta que representa acaso la más original respuesta de la última década a la estancada conformidad del cine italiano en general. No sólo por la significativa pasión del personaje de Rossi Stuart por la natación –recordemos Palombella Rossa– y su presencia física –flaco, alto y con barba–, sino por la intensidad compartida por la obra de uno y esta primera película del otro. Líbero arranca y no para, adopta fundamentalmente el punto de vista del chico y desde allí –desde abajo, que es la posición física y jerárquica del hijo, pero también la del futbolista cuyo puesto es nombrado en el título– asiste a la oscilación de los humores del padre, las (des)apariciones de la madre y del despertar sexual, como si estuviera sentado en el carrito delantero de una montaña rusa. Tensión y distensión se suceden sin respiro –sin tregua sentimental alguna– y en cada laborioso ascenso de alegría se adivina la bajada abrupta, abismal, ¿definitiva?

Una de las mayores virtudes de Líbero es el riesgo que corre Rossi Stuart –lo que permite pensar con optimismo en el desarrollo de su carrera– de filmar algo que no tenga vuelta atrás. Porque los excesos a los que se expone no cuentan siquiera con el amparo de una tradición genérica que haga de ellos su materia prima como, por ejemplo, sucede con el tratamiento que le da el melodrama a las pasiones. Líbero es apenas un drama que se maneja según las coordenadas del contexto realista. Entonces parece una película más simple de lo que es, una ficción que disimula su condición de artificio debajo de esa sólida velocidad que va ganando con el correr de los minutos. Pero la constancia de la lente para ubicarse a la altura del chico, el contrapicado del final que enfatiza su obligada madurez o la subjetiva de la madre desde las escaleras, son pruebas más que suficientes del ojo constructor que hubo detrás de la cámara desde el principio hasta el final de este poderoso debut.

Marcos Vieytes      


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