Basado en una novela
de Georges Simenon, maestro del suspenso, este es un sólido y convincente
thriller montado sobre los fantasmas de la cotidianidad. En este caso,
una historia negra que se desarrolla durante el viaje de un matrimonio hacia
sus vacaciones. Ella (la grandiosa Carole Bouquet, una vez más Oscuro
objeto del deseo) es una exitosa abogada de empresas, decidida y
ejecutiva. La superioridad de su mujer tiene al marido, Antoine (Jean-Pierre
Darroussin), sumido en la depresión de un hombre tan normal como mediocre.
Desde una plástica corporal de poder, ella parece preguntarse cómo sigue
junto a ese hombre. La bebida aparece como refugio, bastón y fuente de la
fuerza que él necesita para asumir un rol que no se decide a ocupar. Pero el
efecto del alcohol es contraproducente: la agresividad con que enfrenta a su
mujer durante el viaje en auto la decide a abandonarlo en uno de los bares
donde él ha bajado a beber... y ella sigue en tren. Después de este comienzo
excelente, vibrante, comienza para Antoine otra clase de viaje, esta vez
hacia la tragedia, que ha sido anunciada sin cesar: las luces de la
autopista atestada, las bruscas maniobras producto de su borrachera y el
aviso de que un peligroso convicto anda suelto crean un clima de tensión y
expectativa, aunque pueden llegar a resultar señales un poco obvias. Esa
noche aciaga y oscura servirá para que Antoine descienda hasta desconocidas
capas de su humanidad y también de su propia violencia. Cuando amanece, con
la luz del sol cambian la atmósfera y el tipo de drama que le toca vivir al
protagonista, quien tratará desesperadamente de rearmar el tablero que pateó
la noche previa. En el final, una inesperada vuelta de tuerca completa este
siniestro pasaje iniciático a otros niveles de identidad.
En la
escuela de Hitchcock y Chabrol, todo el film se desarrolla bajo distintos
climas de presión, en tanto que cada uno de los detalles –la tensa espera
inicial, la ruta atascada, la discusión por nimiedades y los reproches
mutuos, el extravío hacia la mayor negritud nocturna, el desafío al peligro,
las luces rojas de autos, bares y semáforos- apunta a una otra realidad,
detrás de la evidente. Y tanto la violencia contenida como la explícita
recuerdan inevitablemente el cine de Haneke, si bien el film tiene un sello
absolutamente propio.
Film
sombrío, denso, cuyo peso descansa casi exclusivamente sobre la maravillosa
actuación de Darroussin (a veces aprovechado y tantas otras desperdiciado en
ciertas comedias), quien aquí revela su talento para el drama psicológico.
Permanentemente en pantalla, podría decirse que es ésta la película de un
hombre solo, la tragedia de un hombre pequeño, gracias a la performance de
Darroussin. Puede parecer increíble que una pieza musical tan etérea e
inasible como "Nubes" de Debussy sirva para un film de semejante densidad,
pero el músico impresionista fue un maestro en la creación de atmósferas.
Josefina Sartora
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