Hay algo profundamente
anacrónico, hasta quizá reaccionario, en la cruzada reivindicatoria del cine
de explotación de los '70 que Quentin Tarantino y su compañero de
aventuras Robert Rodriguez iniciaron con Grindhouse, el díptico que
incluía Planet Terror, dirigida por éste, y Death Proof,
responsabilidad de aquél, como así también una serie de avances de películas
inexistentes pero posibles entre los que se encontraba el trailer que fue la
génesis del largometraje que abordamos ahora (no así del personaje
Machete, presente en todas las entregas dirigidas por Rodriguez de la saga
Mini espías). No me refiero a hacer un culto de un tipo de cine
pasado y sepultado, sino a sustraer una experiencia colectiva pretérita, la
de ser un espectador en los cines de continuado, los autocines y los cines
de trasnoche, e introducirla en una era de la cultura cinematográfica (y de
los ritos de consumo) radicalmente diferente. De allí proviene la
manipulación de la textura fílmica que incorpora Rodriguez en Planet
Terror, falseando marcas en el celuloide, saltos de la cinta y problemas
de sincronización como si fuera un Norman McLaren versión trash; rescatando,
más que una forma de hacer cine, una de verlo: en fílmico gastado en salas
subterráneas de los '80.
En
Machete, Rodriguez vuelve a posicionarse como defensor de una forma de
hacer/ver cine a través de dos formatos de registro: el relativamente
límpido y amarillento fílmico que recuerda a los westerns secos de la década
del '70, y el digital de webcam, con el que los enemigos de Machete
se comunican y al que el director pixela exageradamente como declaración de
principios. Pero en esta ocasión, el falseamiento del celuloide envejecido
parece haber dejado de ser una preocupación para Robert, que aquí comparte
–ya es hora de decirlo– la dirección con Ethan Maniquis, quien fuera
montajista de Planet Terror. La fuerte impronta formal de aquel film
está definitivamente diluida en Machete, cuyos excesos pop parecen
limitarse a lo estrictamente argumental y tipológico.
La trama es
tan excesiva como el trailer incluido en Grindhouse permitía
adivinar: Machete (Danny Trejo) es un ex policía mexicano que escapa a
Estados Unidos como indocumentado tras una operación fallida contra el narco
y ex compañero suyo Torrez (un Steven Seagal muy bronceado y sin miedo al
ridículo), en la que éste decapita a su mujer. En Estados Unidos lo
contratan para asesinar a un senador conservador (Robert De Niro) que quiere
cerrar la frontera con una cerca electrificada, pero sus propios empleadores
lo traicionan como una maniobra para victimizar al salvaje político. En
busca de venganza, Machete se unirá a una red clandestina que asiste a los
inmigrantes ilegales liderada por una mujer de armas tomar (Michelle
Rodriguez).
Como surge
del párrafo anterior, en Machete conviven el espíritu exploitation
del cine de género de los '70 (con toda su acción hiperbólica, el gore
gratuito y la sexualidad "explícita" aunque a la vez elidida) con el alegato
político sobre la condición de expoliados y maltratados de los inmigrantes
ilegales en el país del Norte. Es cierto que el cine clase B se ocupó con
frecuencia de cuestiones sociales, pero Machete lo hace de forma
excesivamente discursiva, con un tono enfático y subrayado que desafina con
la película de género que, un poco a los tumbos, episódica y torpemente
(sirva como ejemplo esa batalla final que se construye por reiteración y
acumulación, disolviendo la tensión dramática), se va desarrollando. Es que
con la "coartada clase B" Rodriguez y Maniquis podrían haber construido una
salvajada política expansiva y pop (a la que Machete sólo roza por
momentos), en vez de esta algo desabrida aproximación al cine setentista.
Una película que podría haber abrazado la violencia más caricaturesca
plantando a la vez posición política y contestataria, sin desplomarse, como
aquí sucede, bajo el peso de sus tipologías y su autoconciencia. Y, claro,
sin pasar vergüenza ante el gran trailer que la anticipaba, tan enorme en su
perfección pop que se diría que los realizadores sólo atinaron a completar
esos dos minutos de hermosa bestialidad con 98 de material episódico de
segunda línea.
Hernán Ballotta
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