Desde que Giuseppe Tornatore hizo el
altamente sobrevalorado éxito internacional Cinema Paradiso (1989)
–que no era más que una ingeniosa y exagerada amalgama de nostalgia
cursi, comedia facilista y melodrama gastado–, cada nuevo film del
director italiano lleva a la pantalla irritantes y muy vistos ejemplos de lo
que se podría llamar "el cine de la repetición y la obviedad". Y
dado que ahora Tornatore está trabajando para la factoría Hollywood, se le
podrían agregar otras definiciones. Malena, como el horrendo film
anterior del director, La leyenda de 1900, es sobre todo un producto
de textura brillante y contenido muy superficial, financiado por la empresa
norteamericana Miramax.
Tornatore narra otra predecible y trillada historia de entrada a la
adolescencia, como en gran parte de Cinema Paradiso. Aunque esta vez
la acción transcurre con la Italia fascista como telón de fondo, vuelve a
ser contada a través de las memorias del protagonista: Renato (Giuseppe
Sulfaro), ese chico de 13 años que vivirá una obsesiva historia de amor no
correspondido con la extremadamente bella Malena (Mónica Belluci).
Ella es la hija de un respetado profesor de latín, y por su irresistible
atractivo sexual todos los hombres del pueblo la quieren en sus camas,
mientras que sus esposas la quieren ver muerta y enterrada. Para ellas,
Malena es una puta. La situación de la muchacha empeora con la muerte de su
padre, que la deja sin un cobre en el bolsillo. Y para ganarse la vida no le
queda otra que convertirse en la puta oficial del pueblo, a lo que, por lo
demás, la fuerzan. Mientras tanto, el joven Renato la espía obsesivamente,
sin sacarle el ojo de encima. Es el pobre, sufriente testigo del arduo pasar
de Malena, y también el enamorado perdido de un objeto de deseo inasible.
Esta es una estructura ideal para el melodrama. O para el drama,
también. Con el director adecuado, este material hubiera servido para
fabricar los mejores sueños cinematográficos. Pero no. Tornatore es quien
dirige, y lo hace fiel a su "estilo" de siempre. Cada uno de los
conceptos que el film intenta comunicar es martillado una y otra vez en el
cerebro del espectador.
Pueden ser las reacciones de los locales hacia Malena La Puta, que
incluye una risible y patética escena de juicio que explica las pocas ideas
del film, ideas que los espectadores ya entendieron unas seis o siete
escenas antes. O puede ser la obsesión de Renato por convertirse en el
único amor de Malena, lo que lo lleva a alucinar secuencias
cinematográficas en las que él y ella son personajes de otras películas.
Son Tarzán y Jane, o un valiente cowboy y su damisela indefensa, quien le
dice: "Tienes la pistola más grande del Oeste", reconfortándolo
sobre el tamaño de su pene (parece que, en el mundo real, los de sus
compañeros son más grandes).
La originalidad "estética" es, supuestamente, filmar estas
falsas secuencias fílmicas en refulgente blanco y negro acompañado de la
insoportablemente agradable música de Ennio Morricone, ominosamente
presente a lo largo de casi todo el film.
¿Y qué decir de las escenas de masturbación de los chicos? Sólo una
copia berreta de escenas similares en la maravillosa Amarcord de
Fellini. También está la escena donde Renato alucina que Malena está
saltando desenfrenadamente en una orgía desaforada. Y , acto seguido, se
desmaya ante la visión de tal atrocidad.
Como si todo esto fuera poco, es mandatorio señalar dos escenas que
fueron "sutilmente" encadenadas. Véanse: 1) Malena mendiga
comida, un vendedor ambulante le da un poco de pan, pero la zamarrea y le
pide que le pague de alguna manera. Corte. 2) Los aliados bombardean el
pueblo, y como resultado muere el padre de Malena... La prostitución mató
al padre, literalmente.
¿Hace falta otra cosa para darse una idea del atractivo de Malena?