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CINEISMORECOMIENDA
LA MAMAN
ET LA PUTAIN
Francia,
1973 |
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Dirigida por Jean Eustache, con Jean-Pierre Leaud, Bernardette Lafont,
Francoise Lebrun, Isabelle Weingarten, Andre Techine.
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La Maman Et La Putain es una de esas pocas películas largas –no
estamos acostumbrados a permanecer casi cuatro horas frente a la pantalla–
de las que no nos animamos a decir qué hubieramos quitado. No por falta de
soberbia, sino porque todo sucede con una gran naturalidad. Una naturalidad
que respira pausada hasta el estómago, liberada del corset con que la
industria busca ceñir a todas sus películas. Demasiado joven para pertenecer
a la Nouvelle Vague (Godard, Truffaut, Chabrol, Rivette le llevan casi diez
años, Rohmer casi 20), demasiado adulto para que lo tuvieran de hijo, Jean
Eustache emprendió un camino propio de libertad de formatos, citas, temas y
duraciones, un camino de paredes más escarpadas que las de las oficinas de
la prolífica prole de los Cahiers du Cinéma y que terminó trágicamente en
suicidio.La Maman Et La Putain es la historia de Alexandre (Jean
Pierre Léaud, el célebre Antoine Doinel de Los 400 golpes), un joven
que sin hacer nada siente que tiene una vida muy completa. Alexandre no
trabaja, no estudia, no reza, no se pretende artista ni agita ninguna
bandera. Sus días transcurren apaciblemente entre las sábanas del
departamento de Marie, su protectora (Bernadette Lafont), y las mesas de los
cafés más intelectuales del barrio de Saint-Germain en donde conoce a
Véronika (Françoise Lebrun), su nueva conquista. Su único objetivo parecería
ser no casarse con nada ni nadie y criticar la ausencia de los ideales de
mayo del ‘68 y la predilección de sus contemporáneas por hombres de
profesiones liberales que puedan darle un sustento. Pero la realidad es que
también él las busca burguesas, o por lo menos con casa y pensión completa,
porque no sólo no trabaja sino que vive gracias al dinero de Marie.
Café, cigarrillos, whisky del bueno y del malo para mezclar con cola.
Jean Eustache no necesita más que ello para hacer que sus actores reciten a
cámara monólogos de comicidad involuntaria de un modo totalmente
desdramatizado. Es que en Eustache no hay una voluntad realista, simplemente
porque –al igual que Renoir– considera que la representación de la realidad
pasa por "lo fantástico" y su modo de plasmarlo es creando una distancia
entre la imagen y la palabra. Frente a tal elección, el espectador ya no
puede mirarse con ingenuidad en ese gran espejo que es la pantalla. Y para
terminar de romper el encanto, si es que aún quedan almas cándidas, Eustache
se ocupa de deslizar guiños relacionados con anteriores trabajos de su
protagonista masculino tales como "te queda muy bien el papel del niño
entrañable" (por Los 400 golpes de Truffaut) o bien "ya me disfracé
una vez de Papá Noel para abordar mujeres" (por Papá Noel tiene los ojos
azules del mismo Eustache).
Alexandre, Marie, Véronika parecerían ser el símbolo del amor libre que
canta Edith Piaf, de la tolerancia, y un colchón para los tres alcanza. Y
sin embargo, conforman un triángulo amoroso en el que cada uno busca
desesperadamente escapar a la soledad. Todo comienza como un juego inocente,
y lo es. Todos juegan a manipular al otro. Todos pierden.
A casi veinte años de su polémico estreno en el Festival de Cannes, La
Maman Et La Putain nos sigue sorprendiendo hoy con su lúcida reflexión
acerca de la nunca eximida educación sentimental de les amants de Paris
y del mundo.
Débora Vázquez |
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