Pocos años después de
rechazar hacer una película sobre el Titanic, Alfred Hitchcock se embarcó en
un pequeño film sobre un bote a la deriva (Lifeboat, 1943). Prefirió
este pequeño tour de force antes que aquella catástrofe épica. El
resultado no fue por eso mas feliz, pero inauguró un subgénero: los films
"de náufragos" (o, más precisamente, los films sobre personas atrapadas en
una embarcación pequeña y acosadas –antes que por las fuerzas de la
naturaleza– por sus propios deseos, frustraciones y miserias). Ese subgénero
del thriller daría resultados tan diversos como El cuchillo bajo el agua
o Terror a bordo, pero todos eran fieles a las mismas premisas: la
paradójica sensación de claustrofobia en un espacio abierto y la hostilidad
entre los personajes exacerbada por la hostilidad del entorno. En esa doble
encerrona se jugaba toda la fuerza de esos tours de force.
Mar adentro
intenta dar una vuelta de tuerca más al asunto, ya que aquí ni siquiera
tenemos el módico espacio de un bote: los protagonistas son abandonados (con
sus trajes de buzo, tanques de oxígeno y patas de rana) en medio del mar.
Pero la pelicula, lejos de concentrarse en las múltiples posibilidades dadas
por esa sustracción, también abandona a los protagonistas a sus
suerte: aunque en la primera parte insinúa un dibujo de los personajes,
pronto se llena de tiburones y pierde toda sutileza (sin tampoco retratar el
paroxismo de esa situación límite).
Acogida con grandes elogios en
el Festival de Sundance, Mar abierto también fue un suceso de publico
(costó menos de un millón de dólares y recaudó más de treinta). Ese doble
éxito hizo que fuera comparada con The Blair Witch Project. Mas allá
de haber sido ambas rodadas en video y con bajo presupuesto, está claro que
las dos comparten el mismo objetivo: crear tensión recurriendo al truco más
viejo y emblemático del cine, el montaje.
Pero ni siquiera en esto Mar
abierto deja de ser notoriamente convencional, con una puesta cercana al
docudrama. La pobreza de medios está reforzada por la pobreza del
planteo, y ambas limitaciones parecen obedecer a la misma elección: al
inicio, un cartel nos asegura que la historia está "basada en hechos
reales". Y toda la película parecería querer reforzar ese punto (así como el
video impone cierta textura documental, del mismo modo la presencia de
tiburones reales es más convincente que la de cualquier
animatronic). Pero ese apego a
lo real no salva al film de la vacuidad. Y lo único que nos quedará, al
final, es agradecer que solo dure 80 minutos...
Si algo demuestra este mero
ejercicio audiovisual (cuyo interés no es menos superficial que el del
Titanic de James Cameron) es que se puede ser fiel a lo más típico del
cine mainstream sin derrochar tanto dinero... Y lo que debería ser
una reacción contra cierto tipo de cine, termina siendo sólo un cine
reaccionario. Muy tranquilizador, sin duda alguna, para los ejecutivos de
Hollywood (como los del estudio que compró esta película y ganó millones) y
los espectadores desprevenidos que confunden lo independiente con lo barato.
Frente a
los excesos de producción y efectos a los que nos tiene acostumbrado el cine
norteamericano, películas como esta aparentan ser un viento fresco. Nos
recuerdan que es posible hacer a un lado las producciones millonarias para
volver a las fuentes "puras" del cine. Pero si algo dejan claro es que no
toda película de bajo presupuesto atenta contra los presupuestos básicos de
Hollywood...
Nicolás Prividera
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