Latinoamérica for export, uso excesivo de los primeros planos,
sentimentalismo facilista. Todas estas acusaciones pueden cruzarse como
efímeras hipótesis a la hora de enfrentarse con las imágenes de Maria
llena eres de gracia. Todas, también, chocan con la verdad de sus
emociones. Esquemas reiterados, fórmulas elitistas, presunción
cinematográfica; ninguno de estos lugares comunes puede surgir más que de
una teoría prefabricada de lo-que-debe-ser-y-lo-que-no, siempre en términos
de contenido. Es que la breve sinopsis de "una joven colombiana que cruza
drogas a los Estados Unidos haciendo de mula se enfrenta a diversos
obstáculos" podría generar a priori el rechazo de muchos
(incluyéndome; cómo me molesta, en algunas ocasiones); pero la contundencia
empírica de sus fotogramas se presenta como ineludible.
María...
no tiene extensos planos secuencia, no apunta al vértigo tarantinesco,
no aborda temáticas sofisticadas ni propone una trama entreverada. Lo que
propone es, en cambio, bien simple: la historia de una joven pueblerina
colombiana, la necesidad material que la lleva al negocio (a sus ojos,
fetichizado) del narcotráfico, su humanidad enfrentando los conflictos
que de este breve viaje se desprenden. Joshua Marston (guionista, director)
escribió con simpleza lo que cuenta en un registro de un realismo
implacable: los episodios se concatenan linealmente y con breves (casi
nulos) saltos temporales, el montaje se limita a lo indispensable, las
situaciones viven sin extenderse o precipitarse. Los encuadren se
(re)componen continuamente desde una cámara generalmente en mano que
abandona pocas veces a su protagonista: la realidad (dada siempre desde el
cuadrilátero de la pantalla) no es nunca estable en la película de Marston.
Como en el género documental, la cámara se mete, es-entre-los-personajes;
los mira de cerca, los observa gesto a gesto, los va descubriendo. Y la
linealidad del relato tiene que ver con este ir-siendo del film, con este
avanzar no errático pero sí espontáneo de la historia: la historia contada
por Marston avanza a los golpes. Nuevamente, a primera (y esquemática) vista
podría parecer que se trata de una serie de episodios traumáticos elegidos
para martirizar a la protagonista: es verdad, le ocurre todo lo que podría
ocurrirle a alguien que se involucra en tal chanchullo. Pero estos episodios
se presentan gradualmente como siendo convocados por su antecesor y dando
lugar al inexorable eslabón adyacente: la espontaneidad del relato se funda
en una progresiva causalidad que nunca es forzada; en su avanzar, es María
la que va a los acontecimientos y no a la inversa. Nunca (o casi nunca) se
tiene la sensación de que el guión espera al personaje, sino más bien de que
la protagonista escribe su guión en tiempo presente.
Este
desenvolvimiento paulatino se plasma entonces en una cámara que es siempre
dinámica, siempre en búsqueda de. Y, lo que busca, la cámara lo encuentra.
Encuentra –lo hace en planos que nunca se abren demasiado– gestos y diálogos
de personajes que laten: poco sería María llena eres de gracia sin la
verdad de sus actuaciones y la vitalidad de sus diálogos. Allí están María
(Catalina Sandino Moreno) y Blanca (Yenny Paola Vega), más personas que
personajes: sus diálogos parecen desplegarse en vivo entre dos adolescentes
que hoy todavía existen, sus actuaciones nunca revelan su carácter de
intérpretes, cada una de sus palabras transpira presente. Debo decirlo: si
hay un elemento que evita que la película caiga por momentos en la
sensiblería efectista, se trata entonces de uno de carne y hueso: Sandino
Moreno llena los encuadres (casi todos) con una autenticidad nunca demasiado
estridente. Sus expresiones inundan la emocionalidad del film.
¿Y qué hay
de la ideología de la peli? Poco se puede afirmar con certeza: se trata de
una María (bíblica, el título lo señala) que decide finalmente tener su hijo
en los Estados Unidos de América. ¿Se trata de martillar –filtrándola– con
la idealización de la tierra de Lincoln? ¿En María... todo futuro,
todo bienestar posible tiene el sello norteamericano? Pero antes que nada:
¿a qué se debe la referencia bíblica?; María no es ni pura ni excesivamente
bondadosa, y hasta se la presenta como contestataria. ¿Por qué María, por
qué llena de gracia? María, se sabe, como la más madre de las madres.
Nuestra María colombiana deja su pasado, su tierra colombiana, para quedarse
en el turno seguro de la clínica primermundista, para darle un futuro seguro
a los latidos que allí escucha. Pero esta no es una decisión alegre: se
trata del sacrificio por el bienestar ajeno; de su hijo, de –lo dice Carla,
la otra colombiana expatriada– su familia pueblerina. Hay mucho de
melancolía en el travelling final, mucho de determinación a futuro, de
trago-amargo-necesario. En el fondo que enmarca esta caminata final se lee
una publicidad anglosajona: "It´s what’s inside that counts" ("Lo que
importa es lo que está adentro"). ¿Las pepas? ¿El hijo? Me juego por
lo segundo: es en inglés que se conjuga la decisión, es en inglés que vivirá
su hijo. "Aquí termina todo lo que fui" nos dice la última canción en los
títulos; eso parecen decirse las dos amigas en sus últimas miradas. Ni
propaganda pro-americana ni panfleto globalifóbico; un retrato del
expatriado forzado por las circunstancias: María avanza por el aeropuerto al
borde del llanto.
Marston
retrata con fidelidad. Elude las caracterizaciones de frigorífico, esquiva
siempre la demagogia del color local, nunca cae en el dramatismo
innecesariamente subrayado ni en la denuncia de caricatura (los agentes de
aduana la rozan, pero no terminan de caer). Su afán antropológico se vuelca
en imágenes que observan y dejan ser a su protagonista. Uno de los
taglines de María llena eres de gracia sugiere: "basada en mil
historias reales". Marston parece no acordarse demasiado de esta afirmación
en la hora cuarenta en la que persigue a su hermosísima protagonista. Quizás
la individualidad del relato sea lo que lo hace tan accesible, tan
verdadero, lo que lo proyecta a esos miles de casos.
Tomás Binder
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