Infinitas
discusiones generó The Matrix. Muchos la consideran una obra
maestra, para muchos otros es una bazofia e incluso una película peligrosa.
Algunos igualan a los hermanos Wachowski con Orson Welles y otros se
enfurecen con la sola comparación. La película protagonizada por Keanu
Reeves, Lawrence Fishburne y Carrie-Anne Moss probablemente sea una de las
más sobrevaloradas y subvaloradas, al mismo tiempo, de la Historia. La
verdad es que tanta tinta gastada y tantas páginas de Internet sobre el tema
son una exageración, pues The Matrix no es más que una buena película
de acción, con excelentes efectos especiales pero no “inteligente y
trascendental”, como la califican sus fanáticos, y tampoco un bodrio
absoluto que estupidiza al espectador, como afirman sus detractores. Tiene
una historia interesante y un guión que hilvana algunas frases pegadizas con
otras que caen en saco roto.
Ahora llegó
el segundo capítulo de la saga, aquí intitulado Matrix: recargado,
que comienza donde el primero había terminado: con Neo (Reeves) comenzando a
actuar como El Elegido que se supone que es según la profecía en la que cree
Morpheus (Fishburne) y empezando su noviazgo con Trinity (Moss). El relato
de Matrix: recargado empieza en Zion, la única ciudad humana en pie,
cerca del núcleo de la Tierra, asediada por cientos de miles de máquinas
dispuestas a destruir lo que queda de la raza humana tal como la conocemos
hoy. Zion parece ser lo opuesto a la Matriz, donde lo artificial y la
gente de piel blanca dominan. La población de Zion es multiétnica y vive en
lugares que guardan similitud con las cavernas del hombre primitivo. Allí no
hay distingos raciales sino conciencia de grupo, y los cuerpos se funden al
ritmo de una danza que combina lo electrónico con la percusión.
Seamos honestos: la media hora
inicial en Zion aburre. Y recién cuando concluye se inicia la verdadera
aventura, en la que Neo tratará de evitar la invasión a la amada Zion pero
también luchará contra la concreción de un sueño que lo atormenta y en el
que Trinity muere. Cuatro años después de estrenada la primera parte, esta
continuación apuesta a multiplicar la espectacularidad de las escenas de
acción, las profecías y las frases grandilocuentes. Y lo hace, pero no
consigue tanto impacto, ni provoca un cimbronazo similar. A falta de una
nueva concepción de espectacularidad, ofrece una acumulación de
escenas de lucha que roza lo gratuito. Las frases de Morpheus tampoco
sacuden al espectador de la manera esperada. Los nuevos personajes
secundarios (entre ellos uno interpretado por la italiana Monica Bellucci)
no están suficientemente delineados, o aprovechados. Y el relato sufre por
complicarse en demasía sobre un final que no es final, y que delata la
verdadera naturaleza de Matrix: recargado, una película incompleta
que, para colmo, es el jamón del sandwich.
Abrumada por el peso del éxito
de su predecesora y por las enormes expectativas consiguientes, Matrix:
recargado sube su puntaje cuando recurre al pasado que verdaderamente
evolucionó. Es el caso del agente Smith (Hugo Weaving), que reaparece con la
capacidad de reproducirse y se constituye en un elemento independiente en la
realidad simulada.
Si la primera entrega
exploraba el tema del Destino y la segunda incursiona en el Libre Albedrío,
¿sobre qué versará la tercera entrega? ¿Completará en forma armoniosa la
historia? ¿Le dará algo más de sentido al film que nos ocupa hoy? Las
respuestas llegarán con Matrix: revoluciones, cuyo estreno ha sido
pautado para noviembre de 2003.
Rodrigo Seijas
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