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LA MECHA

Argentina, 2003


Dirigida por Raúl Perrone, con Nicéforo Galván, Daniel Pellinacci, Juan Ramón Sánchez, Gonzalo Freijó, Juan Manuel Hernández, Mauricio Guzmán.



Considerado como el precursor del nuevo cine argentino independiente, Raúl Perrone ha sido siempre pintor de su aldea, en una vertiente continuadora del neorrealismo. Su cine constituye una documentación de la vida cotidiana en el conurbano de Buenos Aires, de sus barrios de la zona Oeste; Ituzaingó, Morón, Castelar. Las suyas son historias mínimas, filmadas casi documentalmente, con actores no profesionales, con planos que adivinamos tienen mucho de improvisación, en los que los personajes hacen de sí mismos, simplemente.

Una mañana, Don Galván comprueba que la mecha de su viejo calentador ya no sirve, y decide ir a comprar una nueva. Este motivo banal y doméstico es el impulsor de un viaje, suerte de parodia del viaje del héroe y de road movie urbana. Don Galván sale al camino desde su modesto hogar en un paraje rodeado de árboles, rumbo a una ferretería en el centro de Morón. Por ser un anciano de difícil movilidad, busca ayuda en hombres más jóvenes: en su camino encontrará varios protectores, vecinos, conocidos, parientes que lo secundarán a sortear las dificultades que se le presenten. La tarea no es fácil: el calentador es muy viejo y ese repuesto ya no se consigue, pero él no ceja en su cometido. Durante el día que dura su viaje, el film no hace otra cosa que acompañar al viejo en las etapas elementales: la salida, el encuentro de dificultades, algunas paradas para comer o ir al baño, algunas charlas, hasta su regreso al hogar. El viaje implica el pasaje del campo a la ciudad: el centro urbano se presenta como el sitio del caos, una tienda callejera atravesada por la contaminación sonora y visual.

Un hecho mínimo –con motivaciones casi absurdas– le sirve a Perrone para reflexionar sobre el paso del tiempo, la vejez, la búsqueda del pasado. Llama la atención la omisión absoluta de violencia en el film. Al parecer, Perrone muestra que, frente a la imagen del oeste suburbano como zona de marginación y crimen que mostrara en su cine anterior, a pesar del desempleo y la angustia por la supervivencia, hay lugar para la solidaridad. A lo sumo, vemos algunos chicos armados sólo para cazar su almuerzo en el bosque, o la sangrienta matanza de una gallina para cocinar un puchero.

Perrone ficcionaliza la realidad, La mecha recuerda el cine iraní, películas como ¿Dónde está la casa de mi amigo? o los diálogos automovilísticos de Kiarostami. Don Galván es en la realidad su suegro, y Perrone ya había registrado su cotidianidad en la película Late un corazón; quien actúa como su yerno lo es en verdad, y las fotos que muestra son de su familia. Su estilo sigue siendo muy natural y espontáneo. Prescinde de la música, usa primeros y medios planos que penetran en la intimidad de los personajes y se detienen en sus gestos: peinarse frente al espejo, hacer unos fideos, recibir un masaje.

Perrone consiguió ampliar gracias a su asociación con Pablo Trapero su tradicional video a 35 mm para un estreno comercial en regla. O como se solía decir, en simultáneo. Y si antes filmaba a la juventud, ahora se ocupa de la vejez, del pasado y lo irrecuperable.

Josefina Sartora      

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