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MEDIANOCHE EN EL JARDIN DEL
BIEN Y DEL MAL
(Midnight In The Garden of Good and Evil)
Estados Unidos, 1997 |
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Dirigida por Clint Eastwood, con John Cusack, Kevin Spacey, Jack Thompson, Jude Law, Paul
Hipp, Alison Eastwood.
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La nueva película de Clint Eastwood está basada en un
best-seller de no ficción que pasa revista al paisaje humano de Savannah, uno de los más
excéntricos pueblos estadounidenses. El guion de John Lee Hancock incorporó un personaje
puramente ficcional, el periodista John Kelso, interpretado por John Cusack. Medianoche
en el jardín del bien y del mal comienza con la llegada de Kelso a Savannah, enviado
por una revista neoyorquina para cubrir una colorida fiesta navideña en la casona de Jim
Williams (Kevin Spacey), enigmático nuevo rico de la región.
Al principio todas las puertas de
Savannah parecen abrirse a Kelso, y así conoce a un variopinto ejército de personajes
estrambóticos: una anciana de armas llevar, un house-sitter que cuida mansiones
desocupadas pero actúa como si fueran propias, cierto amo de llaves que saca de paseo a
una cadena sin perro (recordar el Angueto de Carlitos Balá) y una negra palanchina y
curvosa que le revela los pormenores locales mientras procura seducirlo. La cámara de
Eastwood se posa ajustadamente en cada gesto y mirada que, como signos trágicos, sugieren
que más allá de su aparente armonía, esta es una localidad sureña con todas las de la
ley: poblada de tradiciones densas, supersticiones y encubrimientos. Aún no ha pasado
nada y crece la sensación de que un caldo espeso se está cociendo bajo la pintoresca
superficie del pueblito.
El magnate, que se hace amigo de Kelso, es quien mejor
encarna esta dualidad: Jim Williams se mueve entre la prepotencia del nuevo rico y los
finos modales del aristócrata. Su oficio vive de la compraventa de inmuebles y
antigüedades le sirve al film para prodigarse en planos de pinturas, esculturas y
armas de colección que configuran una muy sobria galería de originales. Con ella,
Eastwood parece manifestar su repulsa contra la abrumadora cultura virtual (saturada de copias
por definición), que empezaba su cabalgata imparable en 1981, año en que está
ambientada la acción. La presencia de Kelso, por lo demás, hasta aquí queda plenamente
justificada: la extrañeza del newyorker es el mejor correlato de la perplejidad
del espectador. Con el tiempo Kelso sabrá que la negra curvosa es un negro (Lady Chablis,
verdadero travesti de Savannah), que Williams es gay... y acabará describiendo a Savannah
como Lo que el viento se llevó vista bajo el efecto de la mezcalina...
El deceso de un taxi boy marca el punto de inflexión.
El finado aparece en casa de Williams con quien mantenía relación y éste
asegura que lo mató para defenderse de sus disparos. ¿Es esto cierto? ¿Quién fue el
primero en desenfundar? Estas incógnitas consumirán la hora y media larga que resta de
proyección. Tramo que permitirá el lucimiento de Jack Thompson (el extravagante abogado
defensor del magnate), pero que da por tierra con el clima incierto, casi mágico del
comienzo, en favor de una película "de juzgado" que por momentos parece menos
deudora de Eastwood que de John Grisham.
De la veta inicial sólo resurge
un resabio místico, de la mano de Minerva, una sacerdotisa vudú que lo sabe todo, aunque
aporta poco más que sus excursiones guiadas al cementerio para "comunicarse con los
muertos". Eastwood no se priva de expresar su apertura hacia el mundo gay (ahí está
Williams, antes respetado y ahora víctima de los prejuicios sexuales), acaso por ciertas
culpas que acarrea desde los tiempos de Harry el sucio, pese a que ya se había
redimido del machismo y de sobra con Los imperdonables. Las alusiones a
la subjetividad ("la verdad depende del ojo que la mire", dice alquien por
allí) ya no construyen la ambigüedad; son ambiguas ellas mismas. A esta altura, el
personaje de Kelso perdió buena parte del sentido que tenía al empezar, y apenas pervive
como testigo neutro, pasivo, del arduo pleito tribunalicio.
Guillermo Ravaschino |
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