Esta película de Marco Tullio Giordana que es, en realidad, una miniserie de
seis horas producida por y para la RAI, se parece mucho a un comercial de
automóviles que la televisión argentina pasa una y otra vez en estos días.
Mientas suena una versión de A mí manera de fondo, en la publicidad
vemos transcurrir en pocos minutos la vida de una pareja que maneja su auto
desde la juventud hasta la vejez, pasando por el casamiento, la paternidad y
la llegada de los nietos. Las elipsis necesarias para cubrir toda una vida
en tan corto tiempo son precisas, prolijas, previsibles. Basta con mirar el
primer corte de edición para suponer el entero devenir del corto. Nada
escapa a la idea matriz de unir imágenes representativas del desarrollo
vital del ser humano en condiciones económicas ideales. Por eso no importan
la originalidad de los planos o de su interacción, sino la fluidez
convencional de los mismos, que le permita al espectador yuxtaponer la
artificial idea de supuesto transcurso vital común a todo el género humano
por sobre la singular y conflictiva realidad de la propia existencia.
Los estándares narrativos de ese comercial son, también, los que dominan a
la mayoría de los programas televisivos de la actualidad y a buena parte del
cine comercial europeo de las últimas dos décadas, entre ellos el italiano.
Preocupados por hacer llegar su producto a un hipotético espectador
medianamente ilustrado, no se dedican a otra cosa que administrar clisés,
lugares comunes, chistes fáciles y resoluciones sentimentales que consigan
la más rápida adhesión. Esa fue la fórmula usada hace poco por Juan José
Campanella en su miniserie Vientos de agua, y esa misma fórmula
esgrime Giordana en La mejor juventud. Una fórmula perezosa, gastada,
que no se plantea nada más que conseguir que el espectador no se aburra, que
no cambie de canal en las propagandas, que reciba la mayor cantidad de
estímulos en la menor cantidad de tiempo. Estímulos que aquí no provienen de
los efectos especiales, pero que son tan arbitrarios como aquellos y,
encima, requieren mucho menos trabajo y despliegue a la hora de ponerlos en
funcionamiento. Quiero decir que Piratas del caribe 2 o El hombre
araña 3 son películas tan flojas como esta, pero pertenecen a una
tradición narrativa que privilegia la imaginación sobre la imitación, la
representación sobre la reproducción, la aventura del género sobre el piloto
automático del costumbrismo.
Esto no significa que La mejor juventud, por escoger un registro
realista y un marco histórico reciente (Italia desde 1966 hasta 1980), sea
inferior a toda ficción de corte fantástico. La vida de los otros,
actualmente en cartelera, y "Hermanos & detectives", la serie de TV filmada
por Damián Szifrón y proyectada por Telefé durante el año pasado, están allí
para demostrar que no importa lo más o menos alejada que esté la ficción de
la coyuntura presente, sino la conciencia que tengan los realizadores del
lenguaje cinematográfico y lo dispuestos que estén a jugar con él,
arriesgándose en el excitante terreno de la creación. La película de
Giordana es una película sobre dos jóvenes de la burguesía italiana de los
sesenta, pero eso no la obligaba a ser una película aburguesada, carente de
riesgos, guionada hasta el extremo de la cerrazón azarosa. La historia de
esos dos hermanos que toman caminos diferentes no tenía por qué carecer de
libertad y aliento lúdico, no tenía por qué reducir los personajes
periféricos a lugares comunes arquetípicos –el comunista, el liberal, el
padre trabajador, la madre ignorante, los estudiantes comprometidos–
destinados a servir únicamente de mojones cronológicos, símbolos
representativos de una época y de unas corrientes ideológicas antes que
seres humanos. El problema de esta supuesta objetividad es que oculta un
dogmatismo: el de que las cosas son exactamente como los autores las piensan
y transmiten, dueños de un sentido común a prueba de fisuras, de una verdad
universal que no deja lugar a la más mínima duda y les permite ignorar o
ridiculizar todo aquello que no encaje con el propio canon de normalidad.
Así como no hace falta comportarse como gorila para demostrar que no
se es peronista, Giordana no precisaba ser reaccionario para exponer su
punto de vista conservador. Pero lo es, y ello termina repercutiendo en el
resultado formal de la miniserie.
Que es, como la
mayor parte de la oferta televisiva actual, epidérmica, chata, calculada al
milímetro. En La mejor juventud hay una prostituta buena y tres
chicos ricos que van a tener sexo con ella, pero no hay sordidez ni fricción
(o reflexión) alguna entre realidad y representación. Todo se resuelve con
una conversación, un plano lírico de la espalda de la actriz con cuerpo de
modelo que hace de trabajadora sexual, y otro bucólico del impoluto corral
de gallinas que está al lado de la cama. Es una película que no oculta su
afán de erigirse como repaso histórico de medio siglo de vida social
italiana, y la tendenciosa simplificación de los hechos que lleva a cabo es
mucho más vulgar y perversa que el mismísimo "Gran Hermano". Es que a La
mejor juventud no le interesa capturar o buscar la verdad conflictiva de
una época y de su puesta en escena, sino repetir la ficción del buen gusto
ya pulida de toda arista espinosa, anacrónicamente nostálgica de un pasado
aristocrático. El uso de la música es sintómático al respecto. Sólo la loca
y el estudiante de Letras que acaba siendo policía (¿?) porque quiere poner
orden en su vida se enamoran al son de un hit pop de la época. El médico
protagonista y su futura esposa comulgan el arrobamiento espiritual de su
amor mientras ella toca una pieza clásica al piano. La mejor juventud
demuestra entonces que, como el personaje de Sordi en el famoso film de
Monicelli, es una película pequeña, pequeña. Pero larga, demasiado larga.
Encima hay que esperar hasta agosto para ver cómo acaba (han anunciado para
esa fecha el estreno de las otras tres horas de la miniserie). Yo les
recomiendo mirar la publicidad de la camioneta.
Marcos Vieytes
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