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EL MERCADER DE VENECIA
(The Merchant Of Venice)

Estados Unidos-Inglaterra, 2004


Dirigida por Michael Radford, con Al Pacino, Jeremy Irons, Joseph Fiennes, Ron Cook, Anton Rodgers, Lynn Collins
.



“El mercader de Venecia” es una de las obras más polémicas de Shakespeare. Mucho tiene que ver, seguramente, su mirada –nada extemporánea para el momento de su realización– sobre lo judío. Mirada que aún sigue causando tensión, escozor y necesidad de fundamentación. Italo Calvino ha escrito un famoso ensayo donde expone algunas razones del por qué leer a los clásicos, y entre ellas la posibilidad de éstos de “hablarles” a los tiempos que van atravesando se pone de relieve en esta versión fílmica que si bien no resulta ninguna maravilla, ofrece más de una revisión atendible y el acercamiento a un texto que siempre vale la pena.

Recordemos de qué va el asunto: Shylock (Al Pacino) es un prestamista judío, supuestamente típico exponente de su pueblo, que aprovechará la oportunidad de cobrarse los agravios infringidos sobre su persona por parte de Antonio (Jeremy Irons). Es que este último –mercader cristiano– saldrá de fiador de un préstamo que su muy querido amigo Bassanio (Joseph Fiennes) necesita para conquistar la mano de una rica e inteligentísima Portia (Lynn Collins)... y se verá enfrentado al compromiso de honrar la deuda... con una libra de su carne.

Si bien los personajes principales tienen sus fundamentadas opiniones sobre las cosas, hay una delgada línea que separa algunas de estas opiniones de un antisemitismo acérrimo (que como dijimos no desentona de ninguna manera con el imaginario colectivo de la Europa del siglo XVI), lo que hizo que varios teóricos de la literatura considerasen, no sin razón, la caracterización del judío o los términos que hacia él se utilizan como humillantes o degradantes. Pocas han sido, y no por casualidad entonces, la versiones cinematográficas que se han realizado sobre esta obra, siendo como es Shakespeare el guionista del que más se ha echado mano en la pantalla grande.

Michael Radford (El cartero) ha construido una superproducción de época con las virtudes y defectos que esto presupone: escenarios naturales (se filmó en Venecia), suntuosos vestuarios, miles de extras y un elenco de primeros actores multipremiados. Respetando la obra en su extensión, entrega una mirada moderna sobre la misma que es de destacar. Sin llegar a las alturas de la lectura (claramente inspirada en el estudioso del bardo, Jan Kott) que ofreció Kenneth Branagh para su interesantísimo Hamlet, el director nacido en la India y ciudadano inglés permite que se cuele –sin que suene forzado, sino todo lo contrario– la mirada de las minorías en un texto que lo acepta con total naturalidad. El amor homosexual de Antonio hacia Bassanio se evidencia sutil pero claramente y la potencia femenina (Portia, Nerissa y Jessica) se apodera de los hilos narrativos y decide los destinos de todos.

Hay que considerar que la decisión de privilegiar la historia romántica ayuda a diluir los “peligros” que las posturas racistas podrían traer aparejados, y esa es toda una toma de posición. A uno le repercuten los demasiados “judío” (en evidente tono peyorativo) que se escuchan (y que, repetimos, no quitan ni agregan nada al texto original), pero parece más fuerte la indicación que nos conduce a pensar en la humanidad, en la solidaridad, la venganza, la revancha, la justicia como estandartes de hombres malos o buenos por encima de cualquier otra distinción. Y al mismo tiempo, también resulta un poco débil o, en otras palabras, “políticamente correcto".

La mayor parte de sus escenas encuentran a Al Pacino bastante contenido, aunque no puede sacarse el sayo del Actor’s Studio y se desborda en el monólogo más importante (“Nosotros no sangramos si nos pinchan...”). Del otro lado, la tranquilidad y el señorío de un inglés flemático como Jeremy Irons. Y resulta notable la composición de Lynn Collins en los dos roles que le toca desempeñar, así como –esperablemente– todos los rubros técnicos.

Respetando el verso en inglés, las canciones intercaladas, el humor, los juegos de inversiones de géneros tan típicos de Shakespeare, la película se puede disfrutar, entonces, como un ameno acercamiento a una obra compleja que no está cerca de las realizadas por un Olivier o un Welles (ni por el ya referido Branagh), pero supera el engendro oscarizable de Shakespeare apasionado.

Javier Luzi      

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